La Colección Blanco & Viciana en 10 obras

Artistas jóvenes o de media carrera cuyo trabajo se desarrolla en la línea de la nueva figuración o de la abstracción geométrica. Éstas son las dos tendencias estéticas opuestas, pero en diálogo, que conviven en la Colección Blanco & Viciana. Antonio Blanco, al que ya entrevistamos hace unos años, afirma ahora al respecto que “esta dualidad podría considerarse complementaria porque permite sentir el contenido y la forma. Y también porque obedece a los gustos más personales de la pareja: mi mujer Carolina apuesta por la nueva figuración y yo por la abstracción geométrica”.

Las 10 obras seleccionadas para el proyecto "Pon tu colección a trabajar", vinculadas a la parte figurativa de la colección, responden a mi inquietud como comisaria de ver en ellas un reflejo de la vida contemporánea. Una preocupación que encuentra correspondencia directa en el sentir de Blanco & Viciana, quienes consideran que el arte favorece el desarrollo de la inteligencia social. 

La propuesta curatorial podría titularse “Mr Freud ante un mar de nubes” y comienza en la obra de Chechu Álava para finalizar en la de Jesús Herrera. 

Cada época tiene sus enfermedades, el siglo XXI es el siglo de la pandemia neuronal. Ante este panorama patológico cada sujeto responde a su manera. Hay quienes deciden pasar las horas en un diván como la etérea fémina tumbada que representa Chechu Álava. Pero el psicoanálisis no nos dará la clave. El yo niega lo que el inconsciente afirma. Entonces, Au revoir Mr Freud, como reza el título del lienzo. Quizás podríamos probar a buscar respuestas en la frenología y dejar que la pseudociencia que Fernanda Álvarez representa a través del grabado y el collage, determine si realmente son nuestras facciones y la forma de nuestra cabeza las culpables de una cierta tendencia al desasosiego vital. Esto supondría enfrentarnos a los tiempos hipermodernos y soltarles eso de “el problema no eres tú, soy yo”. También hay quien no afronta la realidad y prefiere irse lejos, muy lejos, a Groenlandia por ejemplo, pensando, tal vez, que las afecciones psíquicas (o cualquier otro mal) no le van a acompañar. ¿Quién planea el viaje? ¿Ella o él? La indeterminación sobrevuela la obra de Helena Toraño. El individualismo y la incomunicación se adueñan de las figuras protagonistas a pesar de su estética amable. 

Resulta paradójico que, en un momento de sobreinformación, la incomunicación tenga más presencia que nunca. Las relaciones interpersonales están en crisis en estos tiempos de fibra óptica y los hilos que vinculan a las personas son muy finos, tanto como el del rojo filamento que une a las dos figuras de la pieza de Rebeca Menéndez. 

Vivimos el contrasentido de la soledad no por aislamiento sino por hipercomunicación. La psique del sujeto contemporáneo, a modo de collage, superpone capas y capas de información. Este horror vacui, muchas veces de fake news, traduce el realismo psicótico actual que Elena Rato, en forma de libro, envasa al vacío como un objeto más de consumo a la espera de un like. 

“Si el mundo se convierte en un espacio de exposición, el habitar no es posible” sentencia Byung-Chul Han en La sociedad de la transparencia. Pero lo cierto es que habitamos el panóptico digital de Google y las redes sociales sin apenas inmutarnos y, como sociedad voyeur, no renunciamos sino que ansiamos la mirada ampliada que ofrece el dibujo de Alfonso Fernández. El filósofo continúa y apunta: “El valor de exposición depende sobre todo del aspecto bello. Así, la coacción de la exposición engendra una necesidad imperiosa de belleza y un buen estado físico”. La tiranía de los cánones estéticos que imponen los mass media lleva a las mujeres (aunque también cada vez a más hombres) a someterse a estrictas dietas o a los tratamientos de belleza más abrasivos. La obra de Cristina Toledo refleja este culto al cuerpo.

La falta de sosiego llevará a la civilización a la barbarie según Nietzsche. Así que, después de toda esta sobreexposición, llega la calma a través de los retratos de Carolina y Antonio de mano de Juan Fernández. Primeros planos ante fondos neutros que no restan protagonismo a lo importante: la persona. Ambos miran a los ojos del espectador. Comunican. Francos, directos, sin aditivos, sin pretensiones. Toda una exploración de la personalidad, del Yo. 

La profundización en el Yo es un concepto romántico. En su ensayo La atracción del abismo Rafael Argullol expone: “El viaje romántico es siempre búsqueda del Yo. El héroe romántico es, en el sueño o en la realidad, un obsesionado nómada”. Friedrich en sus cuadros reflejó a la perfección lo que este “viaje” significaba y lo pintó a través de figuras solitarias enfrentadas a una naturaleza sublime sintiendo el peso existencial sobre sus hombros. Argullol prosigue: “El romántico viaja hacia afuera para viajar hacia adentro y, al final de la larga travesía, encontrarse a sí mismo”. Los retratados por Juan Fernández se han encontrado a sí mismos. No necesitan ni ir a Groenlandia, ni visitar a Mr. Freud. Su franqueza nos dice que ya han estado ante ese “mar de nubes” aunque sea a través de la copia realizada a la copia por Jesús Herrera. Inevitablemente estamos en época de post-reproducción mecánica pero, igualmente, es posible encontrar el silencio en medio de un mar no de nubes, sino de ruido.