Opinión 20 feb de 2025
por Diego Olmos
Enrique López Llamas, "El otro protagonista de la noche", 2025, vistas de exposición individual. Fotografía por Rubén Garay. Imagen cortesía del artista y LLANO (Ciudad de México, MX)
El curador e historiador Diego Olmos analiza con humor la precariedad y autoexplotación de los agentes culturales en la Semana del Arte en Ciudad de México, resaltando la presión por mantenerse visible en un sistema inestable.
Aclaro que este texto no pretende ser un listado de cosas que encontré valiosas o merecedoras de atención en la pasada Semana del Arte en la Ciudad de México que transcurrió en torno a cinco ferias de arte (Zona MACO, Material Art Fair, ACME, Clavo y Ferial) así como una basta variedad de eventos. Más bien, es un texto que vira hacia la reflexión marginal y personal frente a los retos que esta semana implica.
Quisiera comenzar este breve texto refiriéndome a un momento de la serie española Paquita Salas, que relata la historia de una representante de actores de televisión. Paquita, al enfrentar la quiebra de su empresa y la reestructuración de su negocio, se ve sometida al escrutinio de sus propios colegas, quienes la confrontan con la frase: «Una representante que no trabaja no es una representante». Irónicamente, la propia Paquita había replicado previamente este discurso al decirle a una actriz trans: «Una actriz que trabaja no es una actriz”, acusándola de envidia por haber boicoteado un proyecto que invisibilizaba las experiencias y el trabajo de las personas trans. Sin embargo, en un giro argumental, la misma actriz resignifica esta sentencia y declara: «Una actriz que no trabaja es una superviviente», reconociendo así el agotamiento y la precariedad que implica mantenerse activo en el ámbito profesional.
«Superviviente» fue una palabra que resonó en mí durante la Semana del Arte 2025. Cada año, se presenta esta semana como un umbral donde, además de ofrecer una serie de plataformas comerciales y económicas que benefician a algunos agentes y espacios del arte contemporáneo, también es un espacio temporal que brinda una oportunidad de conexiones entre trabajadores culturales y agentes e instituciones intentando concretar posibles colaboraciones que se puedan desarrollar durante el año.
Esta semana, sumergido en la autoexplotación para hacerme visible y buscar oportunidades ante mi desempleo, me sometí a la búsqueda de posibles proyectos. Aunque no tengo un ingreso fijo, no estoy libre de responsabilidades y entregas, cuyo pago, si todo va bien, llegará en algún momento. Adoptar esta posición no es fácil: exige habilidades sociales que me hagan atractivo para galerías o artistas con quienes colaborar. Para lograrlo, se deben seguir coreografías sociales, no escritas pero ampliamente conocidas, que implican estrategias de autopresentación para proyectar profesionalismo. Esto incluye asistir a eventos clave, aprovechar relaciones personales y sugerir participación en proyectos sin revelar demasiado. De igual forma, estas acciones requieren inversiones económicas, emocionales y físicas, como pagar transportes privados, alargar jornadas a pesar del cansancio y asistir (o infiltrarse) en cenas y fiestas. La autoexplotación se disfraza de entusiasmo, y la precarización se rebautiza como inversión, con la esperanza de futuras retribuciones. En definitiva, para les agentes culturales, esta semana es una extensión más de nuestro trabajo ya sobreexplotado y precario. No es raro que, al saludar a colegas, hagamos bromas sobre el cansancio, el desvelo o incluso la resaca; al fin y al cabo, estamos sobreviviendo a la Semana del Arte.
En ese sin fin de emociones complejas, entre el placer y el displacer de ir y poner el cuerpo a ferias, inauguraciones, presentaciones de publicaciones, performances, cenas, fiestas y demás, fue un poco imposible no perderme en el ritmo y una serie de interrogantes fueron apareciendo. En esa ola de reafirmaciones del yo, rodeado de la actitud colectiva por fomentar el FOMO (Fear Of Missing Out) y la muy humana necesidad de recalcar nuestra presencia y trabajo, fui consciente de mi propia posición: un curador desempleado orillado a la labor independendiente o informal buscando cualquier oportunidad laboral. Me resultó imposible no sentirme abrumado al darme cuenta de que estaba midiendo mi valor profesional y personal en función de no pertenecer a una institución, no estar vinculado a una galería y a las escasas invitaciones que he recibido para trabajar. En el fondo, me encontraba reafirmando la idea de que: «Un curador que no trabaja no es un curador».
Ante este cúmulo de experiencias, mi situación personal de desempleo –o para decirlo de una manera elegante, mi situación de ingresos no fijos ni seguros–, así como la necesidad de reafirmación profesional, no sólo indica un problema aislado de crisis personal, sino un síntoma de una serie de problemas estructurales más amplios. No obstante, fue imposible no percibir la endeble estabilidad en la que se encuentra la industria cultural hoy y cómo las dinámicas sociales que implica esta semana han permeado los afectos y cansancios de sus agentes. Este síntoma fue abordado en dos proyectos que pudieron explorar esta repetición de la afirmación, y a su vez, las pequeñas paranoias y obsesiones que se desembocan del sistema artístico. El otro protagonista de la noche, exposición de Enrique López Llamas (1993) presentada en Llano, explora la dinámica de la prueba y el error enmarcada a los retos que devienen de la edad adulta y las necesidades de reafirmación en el sistema artístico. Una representación de los intentos, las decepciones y el conflicto entre el síndrome del impostor y el síndrome de main carácter a partir de referencias de la cultura popular y de la misma Historia del Arte. En ese ánimo, el trabajo de López Llamas refleja las inquietudes y conflictos que existen en los artistas, la presión de «presentar algo mejor de los anterior”, el miedo y el ánimo de la autorepresentación y la creación de imágenes que puedan apelar a una experiencia común que enfrentamos como agentes artísticos en proceso de consolidación. Por otro lado, el artista uruguayo Emilio Bianchic (1990) presentó casi al final de la semana un cortometraje de suspenso titulado Email exhibido en el espacio independiente Studio Croma. Bianchic utilizó recursos narrativos para crear una ficción que representaba la necesidad de un artista por vender y ser visto por un coleccionista, llevándolo a un vórtice de desesperación y manía durante la Semana del Arte. Este filme, de manera satírica pero efectiva, sintetizaba en unos minutos todas las vivencias posibles que experimenta un artista y cualquier agente cultural dentro de este sistema del arte contemporáneo; la necesidad de buscar a cómo dé lugar alguna respuesta que se sienta como reconocimiento de nuestro propio trabajo.
Este cansancio y presión personal respecto a sobresalir se agrava no sólo por expectativas personales, sino, de igual forma por factores externos como los recortes a presupuestos públicos en cultura y educación que afectan directamente a escuelas y museos de arte contemporáneo. A su vez, esta Semana del Arte se inauguraba justo después de una serie de amenazas de tarifas arancelarias por parte del gobierno estadounidense que nos lanzaron a una incertidumbre económica que, según expertos en mercado del arte, no auguran un panorama positivo para la comercialización y producción de arte si se llegan a efectuar.
Así, se evidencian una serie de problemáticas estructurales que no sólo atraviesan en lo personal, sino que condicionan a lo colectivo-gremial. La incertidumbre ya no es exclusiva de nosotros los subalternos independientes, sino que también ya es de aquellos quienes accionan desde las plataformas establecidas. ¿Esto permitirá brotar una conciencia de clase gremial que nos lleve a organizarnos? A pesar de las relaciones asimétricas de capital y poder, como gremio nos encontramos una vez más en un territorio donde la supervivencia aparece como la actitud por adoptar, no sólo frente a los retos económicos sino también frente al retorno de valores conservadores que de nuevo permean en la sociedad. Ahora entiendo que estas dinámicas agotadoras de autorrepresentación dejan de ser un mero posicionamiento o entretenimiento social para convertirse en mecanismos esenciales de supervivencia. Ya no se trata solo de que «un curador que no trabaja no es un curador», sino de cómo construir una carrera profesional, mantener un negocio o vivir dignamente frente a la ilusión de una estabilidad siempre inalcanzable. ¿Cómo afrontar colectivamente la incertidumbre y qué significa ser un superviviente en el arte y la cultura? La serie Paquita Salas refleja de manera pop algunas problemáticas simples del arte contemporáneo. Por ahora, solo espero poder recitar las icónicas palabras: «¿Que me drogaron? Sí. ¿Que gracias al MDMA hoy puedo tener un trabajo fijo casi seguro? También. ¿Que de vez en cuando bebo? Puede ser. ¿Que el mundo de la moda [del arte] es estresante? Deberíais saberlo. Quiero decir, no soy adicta a la droga, pero mantengo un buen recuerdo».
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