Opinión 19 feb de 2025
por LAVA x Fernanda Ramos Mena y Adriana Flores Suárez
Edgar Calel y la traductora Alexia Veytia durante la conferencia del artista en CIMAM 2024. Imagen cortesía de las autoras
Las curadoras mexicanas Adriana Flores Suárez y Fernanda Ramos Mena del colectivo Lava, reflexionaron sobre la sustentabilidad como práctica de cuidado, resistencia y creación de redes afectivas a propósito de la 56ª conferencia del CIMAM, celebrada en Los Ángeles a finales de 2024.
En el panorama actual, la economía neocolonial evidencia su propia contradicción: su vigencia y su colapso ante la insostenible explotación de los ecosistemas esenciales de la Tierra. Esto nos lleva a plantearnos una pregunta que nos parece urgente: ¿podemos imaginar futuros sustentables en un sistema extractivo? La 56ª conferencia anual del CIMAM (International Committee for Museum and Collections of Modern Art por sus siglas en inglés) fundado en 1962— titulada Futuros sustentables: ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Para quién?, se erigió como un espacio idóneo para cuestionar el concepto de sustentabilidad en un mundo atravesado por crisis climáticas y desigualdades sistémicas.
Llevada a cabo a finales de 2024 en la ciudad de Los Ángeles donde se reunieron 277 curadores y profesionales de museos de 50 países, en este encuentro, la diversidad de voces, especialmente de curadores del Sur Global, subrayó que las nociones de sustentabilidad varían según los contextos geopolíticos o incluso son intrascendentes en la manera que el Norte Global las ha utilizado disfrazadas de greenwashing. Si bien la conferencia reunió a figuras destacadas del panorama museístico internacional, también reveló las tensiones que existen entre discursos hegemónicos, capital económico y las realidades sociales y políticas de otras latitudes. Más allá de los megaproyectos sustentables presentados por instituciones estadounidenses como el Hammer Museum o el LACMA, emergió en las discusiones posteriores entre les participantes una inconformidad que cuestionaba el concepto de 'sustentabilidad' y lo resignificaba como una puesta en práctica constante del cuidado, la resistencia y la creación de redes afectivas.
En este sentido, nos interesa pensar en el acto de sostener como una contención frente al colapso: no preguntarnos para quién es la sustentabilidad si no, ¿quién sostiene a quién? ¿Cómo nos sostenemos unes a otres? Sostenernos para sobre-vivir, habitar futuros inciertos y fangosos como una práctica del estar juntxs o en comunidad que implique un compromiso ético y político en sintonía con la práctica de la solidaridad.
Las culturas originarias, reunidas en torno al fuego, no necesitaban enunciar un modelo sustentable, sino que estaba implícito dentro de un tejido de relaciones entre los seres humanos, la naturaleza y el cosmos. El fuego, símbolo regenerador y de comunidad, era un elemento central en sus rituales y cosmovisiones. Sin embargo, hoy, el fuego también es sinónimo de sequía y extractivismo, así como de violencia y destrucción, como lo demuestra el genocidio que el estado de Israel ha llevado a cabo impunemente desde octubre de 2023.
Esta reflexión nos sitúa en ese terreno inestable donde el fango no deja ver la profundidad del estanque. ¿Cómo podemos sostener un futuro en un mundo fracturado?
No creemos en los cambios superficiales, como aquellos que se promueven bajo la etiqueta de «un museo para todes», ni en las renovaciones estructurales que implican inversiones millonarias como lo fue la remodelación del Hammer, que tardó 25 años en completarse. Tampoco nos convencen gestos aparentemente simbólicos, como el cambio a bombillas LED en el Guggenheim de Bilbao, cuando detrás de estas iniciativas se esconde dinero generado a través de la explotación de territorios del Sur Global. Esta explotación, a su vez, está vinculada a estructuras de poder globales, como lo son las redes sionistas que han sido señaladas por su complicidad en crímenes como el genocidio palestino y las crisis humanitarias en el Congo y Sudán. ¿Quién financia el cambio y con qué propósito?
Ante la inquietante sensación de viajar a un sitio para hablar sobre sustentabilidad, fueron las conexiones con curadores como Maya Juracán (GT), Beto Díaz Suárez (MX), Ana Ruíz (COL), Fabiola Iza (MX), Andre Mesquita (BR) y otres colegas cuyas prácticas resonaban con la realidad mexicana de museos, espacios independientes y formas alternas de supervivencia, donde encontramos un espacio de autocontención. Si el CIMAM tenía una organización jerárquica, era al comer juntxs donde teníamos un sitio para darnos calor entre cuerpxs y palabras. Un fuego invisible surgía generando contención entre nostrxs, bajando la guardia para conocernos de manera sensible.
En estas conferencias, hubo sin duda una serie de personas que utilizaron el espacio del podio para denunciar la explotación de “recursos”, el capital verde así como el financiamiento de parte de los patronos de museos que forman parte de las redes globales de ultraderecha.
Entre estas resonancias comunes, las palabras de la economista Zita Cobb nos invitaron a reflexionar sobre el concepto de 'cuidado': qué llevamos y qué cuidamos al pensar en un lugar. «La dignidad—y la indignidad—se experimentan en el lugar». El sitio del que venimos, cómo nos enraizamos en él y lo que le devolvemos refleja una relación recíproca que desafía la lógica económica del capital en favor de una «economía nutricional». Esta perspectiva nos impulsa a pensar en lo que producimos, desde dónde y con qué impacto. Como señaló Cobb: «Lo que importa es lo que hacemos». En este sentido, cómo lo hacemos moldea profundamente nuestras redes inmediatas.
Mai Abu ElDahab, directora de Mophradat en Bruselas, Bélgica, planteó preguntas a manera de discurso poético sobre el propósito de nuestras prácticas. En un momento tan desolador como el que vivimos, ¿para qué hacemos lo que hacemos? El arte, como práctica sensible, también está inmerso en sistemas de control, opresión y sometimiento de otros cuerpos. ¿Cuál es el significado de lo que decimos, cómo lo decimos y para quién? ¿Ante qué podemos posicionarnos? Desafiar los sistemas hegemónicos implica rechazar iniciativas que borran la existencia de otres y que son cómplices de las economías de guerra.
Por otro lado, la conversación sobre la práctica artística y comunitaria de Ibrahim Mahama con la curadora Yesomi Umolu dio una visión donde la idea de la institución no funciona como una inversión dirigida al capital. En contraste, Savannah Centre for Contemporary Arts en Tamale, Ghana, ofrece un modelo para imaginar una institución basada en el cuidado y en las necesidades de las personas locales. Concebido como un centro comunitario y de encuentro, lejos de la sacralidad de los museos del Norte Global, su valor no radica en su colección, sino en las personas que habitan y dan forma al espacio. Esta reimaginación fomenta una sensibilidad que prioriza la resistencia, la solidaridad y la construcción de comunidad frente a un sistema violento.
Finalmente como parte del último día de conferencias, el artista guatemalteco Edgar Calel expuso cómo su práctica artística se entrelaza con su comunidad y familia, subrayando que sus obras conmemoran la memoria ancestral de su cultura Maya y las tecnologías indígenas que protegen el territorio, preservando así la continuidad de la vida. En su instalación Ru k'ox k'ob'el jun ojer etemab'el (El eco de una antigua forma de conocimiento), 2021 —parte de la colección del Tate Modern desde 2023—, Calel dispone frutas y verduras sobre piedras como un acto de gratitud hacia la tierra y sus ancestros. El objetivo del artista es que los espacios de arte contemporáneo alojen saberes indígenas, siendo valorados y respetados. Como él mismo expresa: «Que las instituciones asuman la responsabilidad del saqueo, mediante el resguardo de nuestro trabajo como artistas».
Más allá de la ansiedad compartida frente a la crisis climática y las tensioes , estos pequeños resquicios de saberes plurales nos ofrecieron pistas para reconocer que, mediante la cooperación y el cuidado, es posible construir una economía nutricional ajena al capital, las jerarquías y las metodologías impositivas y violentas. Esta economía revela que la supervivencia depende de la creación de comunidades como redes locales y colectivas de intercambio, fortaleciendo así la vitalidad y pertinencia de nuestras prácticas como agentes culturales.
Esta edición 2024 del CIMAM evidenció las tensiones inherentes al concepto de sustentabilidad cuando este se aborda desde un planteamiento económico y social desarrollista, al servicio del capital y estadístico que disfrazan de inclusión al arte. Fueron lxs colegas y amistades que conocimos durante las conferencias quienes nos sembraron la urgencia de replantear los enfoques curatoriales y culturales en nuestros campos de acción. Fundar nuestras prácticas en principios de justicia social, acción climática y equidad se revela como un imperativo para imaginar futuros donde podamos sostenernos colectivamente. Ser receptivxs al diálogo, a redefinir conceptos y metodologías se presenta como una vía para construir un porvenir donde múltiples voces logren converger alrededor de un fuego común que une, abriga y sostiene la pertinencia de nuestras prácticas.
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