Ensayo 23 abr de 2025
POR ALEJANDRO VILLAR TORRES
Imagen cortesía del autor
La DANA del 29 de octubre de 2024 arrasó Algemesí (Valencia), dejando tres víctimas y dañando su patrimonio cultural. Alejandro Villar Torres narra cómo el Museu Valencià de la Festa y otros espacios se convirtieron en centros de rescate, dando origen a proyectos como Salvem les Fotos y redefiniendo el papel social de los museos en emergencias.
En los últimos años, el museo ha dejado de ser simplemente un edificio para convertirse en un modo de acción cultural, vinculado a su territorio, a la memoria comunitaria y a los desafíos de nuestro tiempo. En los foros internacionales celebrados en junio de 2024 en L’ETNO de València y en Málaga por ICOM España, ya se hablaba del paso del museo conservador al caremuseum, según Aude Porceda (Université du Québec), y del turismo regenerativo, propuesto por Nancy Duxbury (Universidade de Coimbra), como ejes de un giro epistemológico en el sector. No sabía entonces cuánto sentido adquirirían estas ideas tras la catástrofe que viviríamos meses después.
El 29 de octubre de 2024, Algemesí fue arrasada por una DANA, junto a más de 80 municipios valencianos. El río Magro se desbordó como un tsunami en mi comarca y arrastró viviendas, industrias, escuelas y espacios culturales, cobrándose la vida de tres vecinos en el municipio y 224 en toda la provincia. En ese escenario de devastación, los profesionales del patrimonio asumimos la tarea de salvamento cultural con la misma urgencia que cualquier otro sector de emergencia. El Plan Nacional de Emergencia del Patrimonio Cultural, que habíamos hojeado como un futurible casi de ciencia ficción, ahora se hacía realidad y en mi mente resonaba como una guía: el principio y fin del patrimonio es la comunidad.
El barro como archivo
Durante los días siguientes, cientos de voluntarios, muchos de ellos jóvenes anónimos, se sumaron a las labores de rescate. El Museu Valencià de la Festa y el Centre d’Art Contemporani L’Esart, completamente inundados, fueron el epicentro de esta tarea. El primero, custodia la memoria ritual de Algemesí; el segundo, en el momento de la catástrofe, albergaba una exposición de Francesc Sempere de Messa, pionero del arte povera en España. Sus obras, cedidas por colecciones privadas, estaban colgadas a una altura donde el agua mugrienta pudo dejar la marca cruel de su alcance de dos metros, desintegrando gran parte de la capa pictórica.
También se vieron afectadas las piezas de Antonio Barroso, donadas en 2020 al Ayuntamiento de Algemesí. Su lenguaje fotográfico, que él mismo definía como neotrenebismo, se volvió espejo inesperado de la tragedia contemporánea. Y entre los lienzos dañados, las obras de jóvenes artistas ucranianos de la muestra The Art of Resistance, que comisarié junto a Svitlana Davydenko, asumieron una nueva dimensión simbólica: habían sobrevivido a la guerra, y ahora también resistían al agua. Verlas en aquel estado, totalmente cubiertas de lodo, fue constatar que el arte es lo que nos sobrevive, incluso en su ruina.
Evacuación: redes del cuidado
Las condiciones hacían imposible el traslado con medios convencionales y fue un tejido de afecto y solidaridad por parte de las instituciones y profesionales las que nos arroparon desde el minuto cero. Gracias a la rápida intervención de Ester Alba, vicerrectora de Cultura y Sociedad de la Universitat de València, y Pilar Tébar, Secretaria Autonómica de Cultura, y con el apoyo logístico de la empresa Josearte, se organizó una evacuación urgente de las piezas más comprometidas, junto con fondos del archivo histórico municipal.
El Laboratorio de Historia del Arte de la Universitat de València, bajo la supervisión de Álvaro Solbes y Gemma Contreras (IVCR+I), acogió y estabilizó las obras en riesgo. Esta acción evidenció que la conservación es, más que un gesto técnico, una práctica coral de saberes, redes y cuidados compartidos.
Tras la emergencia: nuevas funciones del museo
Una vez asegurado lo salvable, los espacios culturales asumieron un nuevo rol. El Museu Valencià de la Festa se convirtió en centro de ayuda humanitaria. Su equipo, integrado por Guillem Alventosa, Teresa Asensi, yo mismo y nuestras familias, nos dedicamos a la recepción y distribución de víveres. Fue un tránsito natural: de la simbología festiva al servicio comunitario directo.
Simultáneamente, el Centre L’ESART mutó en un Laboratorio de Salvaguarda del Patrimonio Familiar y Doméstico. Empezaron a llegar objetos de toda índole: dibujos infantiles, animales disecados, pequeñas obras barrocas y, sobre todo, fotografías. La mayoría, irreversiblemente dañadas por el barro. Sin embargo, incluso en su deterioro, seguían conteniendo memoria: un rostro apenas visible, un gesto, una silueta.
Con el impulso de la Universitat de València, nació el proyecto Salvem les Fotos, liderado por la directora de Patrimonio Cultural, Marisa Vázquez de Ágredos, con la apertura de laboratorios de campaña en las propias zonas afectadas como una acción colectiva de documentación, digitalización y conservación. No se trataba de restaurar, sino de dignificar. La ciudadanía respondió masivamente. El centro se convirtió en un espacio de duelo y de reconstrucción simbólica. En él seguimos trabajando para la puesta en valor de ese patrimonio doméstico e identitario que va sumando capas de memoria: la familiar, la histórica, la etnográfica, la emocional, pero también la capa de la riada que ha dejado unas cicatrices que no hay que ocular porque son necesarias para resurgir con sabiduría.
Un frente común por la memoria
Para todo ello, no hemos estado solos. La experiencia de Algemesí permitió establecer conexiones internacionales para compartir experiencias, protocolos de actuación, consejos y afecto de profesionales que han trabajado en emergencias en países que ha sufrido catástrofes naturales desde México a Brasil. En marzo de 2025 organizamos el Congreso SOS Heritage. Gestión y Salvaguarda del Patrimonio Cultural en Emergencias, en la Universitat de València. Participaron más de 150 especialistas de distintos contextos afectados por conflictos o catástrofes naturales.
Se compartieron experiencias como la del terremoto de Lorca (2011), los seísmos en México (2017), el incendio del Museo de Río de Janeiro (2018), la erupción del volcán de La Palma (2021), el huracán Katrina en Nueva Orleans (2005) y la respuesta patrimonial en Palermo (Italia) y otros profesionales de la cultura de territorios en guerra como Ucrania, Gaza o Siria. Estos relatos evidenciaron que las amenazas son distintas, pero las preguntas que nos hacemos son las mismas. Y que las respuestas solo pueden ser colectivas, interdisciplinares y transfronterizas hacia una cultura de la resiliencia. De este foro internacional surgió un decálogo de buenas prácticas para las acciones de salvaguarda del patrimonio en tiempos de emergencia y que les anexamos al final de este artículo.
El museo de los cuidados
Hoy, cinco meses después de la DANA, el flujo de materiales no ha cesado. El laboratorio de Salvem les Fotos de Algemesí, liderado ahora por Inma Cantó —que al inicio acudía como voluntaria desde Alicante a diario—, continúa activo con el respaldo de la Universitat de València. Vecinos y vecinas colaboran en la limpieza y clasificación. Próximamente, la Asociación de Fotoaficionados se sumará a la digitalización de las imágenes. Este gesto cotidiano de reparación ha generado una nueva concepción museológica: un espacio donde el patrimonio no es una herencia monumental, sino una práctica viva, colaborativa y afectiva. En el “museo de los cuidados”, el centro no es la obra sino la comunidad que la reconoce, la protege y la resignifica.
Compartir este relato con ustedes es, al mismo tiempo, un ejercicio terapéutico, una oportunidad para ordenar ideas, hacer un diagnóstico crítico de los pasos que dimos —muchos de ellos casi automáticos, con el piloto de la “emergencia de conservación” encendido—, y un acto de profundo agradecimiento. Agradecimiento a todas las profesionales, tanto nacionales como internacionales, que nos han acompañado con su ayuda, su saber y su tiempo. La gran mayoría son mujeres. Son ellas quienes, sin descanso, siguen al pie del cañón en esta tarea de reconstrucción y resignificación del patrimonio.
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