Opinión 13 oct de 2014
por Miguel Cereceda
Exposición Pedro Ramírez Vázquez, inédito y funcional
"50 Años / 50 Obras", una de las tres muestras que conmemoran el 50 aniversario del MAM resulta -en opinión del critico español Miguel Cereceda- "decepcionante, como presentación del panorama artístico mexicano de los últimos cincuenta años".
Por contra, Cereceda considera un acierto la muestra sobre el arquitecto del museo, Ramírez Vázquez, al que se rinde un sincero homenaje "tratando de presentar su obra honradamente, con todas sus luces y sus sombras".
El MAM es un pequeño museo de arte moderno, construido a los pies del arrogante palacio que, en lo alto del bosque de Chapultepec, se mandó erigir el emperador Maximiliano, como su particular Versalles mexicano. El MAM es obra del controvertido arquitecto Pedro Ramírez Vázquez (1919 - 2013), artífice también del soberbio Museo Nacional de Antropología, de la nueva Basílica de Guadalupe, del Palacio Legislativo de San Lázaro, así como del Estadio Azteca. Este año cumple el MAM su cincuentenario y, con ese motivo, se han organizado tres exposiciones diferentes, que pretenden trazar un breve recorrido, tanto por la reciente historia del arte mexicano, como por la historia expositiva del propio museo.
De las tres exposiciones que se presentan, las de más enjundia son la titulada "50 Años/50 Obras", en la que se sugiere un itinerario artístico emblemático por el último medio siglo del arte mexicano; y la interesante exposición, dedicada al artífice del museo, titulada "Pedro Ramírez Vázquez. Inédito y funcional".
Si la primera puede resultar encantadora, por la calidad de las obras escogidas, resulta sin lugar a dudas decepcionante, como presentación del panorama artístico mexicano de los últimos cincuenta años. La mayor parte de las obras expuestas son anteriores a la fundación del museo, y lo que entonces la exposición delata es que el museo carece de una verdadera colección de arte contemporáneo. Tan sólo en 2008, después de más de 30 años, reanudó el Estado mexicano la adquisición de obras de arte. El MAM logró enriquecer entonces su acervo fotográfico con 44 obras de autores como Nacho López, Héctor García, los Hermanos Mayo y Graciela Iturbide. Muy poco ciertamente para poder configurar el relato historiográfico del arte mexicano de los últimos cincuenta años.
Habría sido mejor que hubiesen titulado la exposición "50 obras de hace 50 años" o algo así. Habría sido más justo con el contenido de lo que ahora se presenta. No se puede seguir representando todavía en 2014 los últimos cincuenta años del arte mexicano con "Las dos Fridas (1939)" de Frida Kahlo, con la escultura "La tehuana", de Germán Cueto (1927), o con "Las futbolistas" de Ángel Zárraga, de 1922. Lo que la exposición evidencia entonces son las carencias lamentables del museo y de las colecciones oficiales mexicanas.
En cuanto a la exposición sobre Ramírez Vázquez, sin duda constituye un acierto por parte del museo. Ramírez Vázquez fue el arquitecto oficial del priísmo. Presidente de los Juegos Olímpicos y autor del logotipo de las Olimpiadas de México 68, Rector-Fundador de la Universidad Autónoma Metropolitana (1974), fue también el responsable de la campaña presidencial de José López Portillo, con el que llegó a ser Secretario de Obras Públicas (entre 1976 y 1982). Por ello, sus numerosos encargos oficiales e institucionales responden sin duda a su vinculación personal con el poder. Lo que hace del arquitecto Ramírez Vázquez una figura polémica y controvertida, que bien hubiera merecido un capítulo propio en el libro de Deyan Sudjic, titulado "La arquitectura del poder".
Un año después de la muerte de tan discutido personaje, y en la conmemoración del cincuentenario de una de sus obras emblemáticas, uno podría esperarse una especie de exposición hagiográfica retrospectiva, en la que se proclamasen las innumerables cualidades del eximio arquitecto. Por el contrario, el MAM no ha querido en esta ocasión hacer una retrospectiva general de la obra de Ramírez Vázquez, cuyo legado sin duda se merece una revisión más sistemática, sino tan sólo una exposición sobre la trayectoria menos conocida del artista: tanto de los proyectos para concursos nunca realizados, como de los innumerables diseños y bocetos de joyas, logotipos, mobiliario y objetos decorativos. Todo ello convenientemente enmarcado en una digna autorrepresentación del propio museo como obra de arte, junto con algunas fotografías, planos y maquetas de la otra gran obra del artista: el Museo Nacional de Antropología.
Lejos de bendecirlo y canonizarlo, por tanto, el comisario de la exposición, Iñaki Herranz, no se ahorra en el texto del catálogo críticas demoledoras contra los diversos proyectos museísticos del arquitecto, y en especial contra la propia forma y la estructura del MAM: edificio de formas sinuosas, cúpulas coloreadas y paredes de cristal que dificultan enormemente la función expositiva del propio museo. Tampoco por ello el texto publicado en el mismo catálogo por Peter Krieger deja de considerarlo "el arquitecto cuyos diseños monumentales lograron petrificar el sistema político". Esa mirada me parece justa y pertinente, y es el mejor modo de rendirle un sincero homenaje a un gran arquitecto, tratando de presentar su obra honradamente, con todas sus luces y sus sombras. Por Miguel Cereceda.
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