Opinión 16 abr de 2025
POR GERMAN PALEY
Federico Manuel Peralta Ramos, "Nosotros afuera", 1965. Huevo gigante hecho de huevo gigante mix de yeso y mampostería; 260 x 450 cm. Construido in situ en el Instituto Torcuato Di Tella de Buenos Aires.
Germán Paley, arteducador y agitador cultural, conjuga analíticamente el impacto de las redes en la desinformación y la apatía social en tensión con los ataques neoliberales a los museos tanto en Argentina como en Estados Unidos. En un llamado a resistir la despolitización cultural, propone las "museologías del Sur" que priorizan lo colectivo sobre lo elitista.
No sé ustedes, pero hace tiempo que mi información matutina sobre los acontecimientos del mundo —esa que acompaño con el primer café del día— depende del movimiento pendular de mi dedo índice sobre la pantalla: un scroll frenético o zombie que mezcla stories de tendencias, absurdos y algún evento actual tamizado por opiniones. Los huevos revueltos y el scrolldown. Nunca me hice Twitter, y ahora mucho menos X, la arena bipolar-esquizoide del presente. Quizás por autopreservación… llamémosle: salud mental. Mi ritual de despertar está teñido de apatía: redes sociales que igualan genocidios varios a técnicas de macramé para macetas, el avance bélico a una entrega de premios para celebridades del Norte Global, el constante exterminio de poblaciones a gatitos bebé haciendo sus gracias. En ese ping pong de tensiones contemporáneas, desayuno.
Así cada mañana: los huevos de mi desayuno se estrellan, tal como suelo sentir que el mundo lo hace. A veces logro articular algún que otro pensamiento crítico, y otras, debido a que la cafeína no hizo efecto, naturalizo, incorporando ese temprano bombardeo. Las redes terminan siendo, muchas veces, terreno de vacío o desolación, de separación y soledad, de experiencia compartida pero totalmente individual. Sin embargo, pese a esa sensación de malestar creciente, confieso que albergo cierta esperanza. A pesar de todo, confío en el poder del encuentro humano por otros medios, otras comunicaciones, otras plataformas, otras presencias, otras construcciones. Me niego a rendirme ante el presente comprando ese discurso recurrente en épocas de avance neoliberal que nos lleva a sentir que «no podemos hacer nada». Si en los años setentas, los regímenes de poder fueron militarizados y en los noventas, fueron netamente económicos, estimo que ahora estamos en un control digital de las personas que indudablemente nos manipula, nos violenta, e incluso, más sutilmente (o no), nos desaparece. MUCHO MUCHO LIKE pero no me está gustando nada. ¿Qué podemos hacer? ¿Cómo podemos configurar modos de resistencia ante el avance fascista global oculto detrás de la generación de imágenes «estéticas» pero vacías?
Hoy mis huevos estallaron con la "noticia" de que Milei quiere su propio Museo en Argentina para compartir la épica del «espíritu libertario» y días atrás, con la de Trump desfinanciado Museos vía decreto presidencial para lavarlos de «ideología inapropiada»[1]… así los territorios extremos de América se hermanan incestuosamente en movimientos que VACÍAN el poder de los museos, que los deslegitiman, que los ponen en duda, que los desfinancian a través de ataques en nombre de la libertad. En este avance de las élites neoliberales sobre la cultura, los museos quedan como rehenes de la «batalla cultural» (que no solo libra el progresismo, ahora podemos hablar de una batalla cultural fascista) y es aquí donde mi apatía se detiene porque como ferviente activista de la museología social, me han tocado una fibra íntima, una creencia, un modo de ver el mundo y por ende, de construirlo o al menos, de nutrirlo.
Podríamos decir que la dimensión política de los museos es inherente a la propia definición de museo; sin embargo, la gran construcción histórica de esta institución a lo largo del tiempo fue creando un espejismo de neutralidad y distanciamiento que sigue pregnando discursos, prácticas y creencias. Sin embargo, ese ritual de poder fue quebrantado una y otra vez, desde la museología social a través de voces y acciones que sembraron dimensiones sociales-críticas-decoloniales en ese constructo monolítico para situarlo al nivel de las personas que le dan sentido-s (llamémosle, visitantes, públicos, comunidades, trabajadorxs, etc): el museo deja de ser una superficie objetual para volverse un universo de profundidades a explorar en colectivo.
Años atrás, a través del lema «Los museos no son neutrales» diferentes grupos de trabajadores de museos comenzaron a denunciar el distanciamiento objetivo y el poco compromiso de la institución con sus contextos: un despertar incómodo y menesteroso en el mundo de museos cuando apenas estaba señalando lo obvio, eso que sabemos pero nadie dice en voz alta: los museos, por acción u omisión, son políticos. Este señalamiento crítico nos invita a recuperar de la memoria a movimientos anteriores de (re)significación en el mundo de los museos, cambios paradigmáticos disruptivos como la Declaración de la Mesa de Santiago de Chile en 1972[2] o la de Quebec en 1984[3] o la de Córdoba en 2017[4], los cuales promovieron nuevas museologías redefiniendo por completo la naturaleza del Museo. Todas estas visiones se traducen en gestos de diferentes personas o colectivos del sector, que conforman, lo que me gusta llamar, las 'Museologías del Sur', nutridas por la crítica institucional y el cuestionamiento del rol social del museo y sus incidencias po(lí/é)ticas con el presente.
Como ejemplo paradigmático de un museo que asume su historia y presente, destaca la incorporación del Acervo Nosso Sagrado [Nuestro Sagrado] al patrimonio del Museo de la República de Río de Janeiro. Este acto trascendente no solo integró 519 objetos religiosos del Candomblé y otras tradiciones afrobrasileñas —confiscados por la policía entre 1889 y 1946— sino que estableció un innovador modelo de gestión compartida entre técnicos del museo y líderes religiosos. Esta iniciativa, más que una simple adquisición, representa una política cultural antirracista en acción, que devuelve a la comunidad su memoria sagrada. Este es apenas un ejemplo del poder de transformación institucional: el museo puede pasar de ser ese «templo del saber» elitista, violento y desvinculado a convertirse en promotor de tejido social con potencia transformadora. El museo puede perpetuar miradas y formas que abonan al status quo y sus violencias o propulsar energías reparadoras de renovación de tejido social que develan mil revelaciones con sus inherentes revoluciones.
No me caben dudas que existe la MUSEODIVERSIDAD, todo un espectro de configuraciones posibles a la hora de pensar la institución y sus prácticas. Pero, dado que el mundo suele ordenarse binariamente, sin reconocer la riqueza de la diversidad, voy a ser cómplice de ese juego reduccionista y plantear como ejemplos los extremos opuestos de ese sinfín de posibles manifestaciones.
Históricamente, tenemos a ese Museo como lugar que cuida, preserva y difunde un Patrimonio que «ilumina» a ciudadanos haciendo un culto objetual a cierta idea de legado que heredamos y nos reafirma; en contraparte, tenemos al museo como espacio de cultura que motoriza energías a favor de la construcción colectiva, la compartición de poderes y la exploración de otras posibilidades dando plataforma a otros relatos que nos sostienen, incluso trayendo nuevas formas de entender conceptos motores clave como el de 'Patrimonio' bajo nuevas luces de construcción social. Por ejemplo, hablar de 'Fratrimonio' es una revancha epistémica que corre el velo de sentido intocable sobre la Historia de las colecciones y al romper el eje vertical de esa herencia, pone objetos, comunidades e interpretaciones a un mismo nivel del presente y desde ese encuentro fraterno y simultáneo se construyen nuevos sentidos, posibilitando otros horizontes futuros desde lo afectivo.
Llevando este binario al extremo, vemos modelos opuestos de construcción no solo del museo sino del mundo: de una esquina del ring, podríamos situar a ese Museo Tradicional, uno que se erige como experiencia que brinda al gran público información académica de arte, historia o ciencia a la manera de una enciclopedia; en la otra esquina, me gusta fantasear con un “Museo Humano” (la brújula que guía mis prácticas y delirios) donde las personas son el centro de la experiencia y la gramática del museo tradicional se hackea a favor de la expresión creativa, el disfrute y los vínculos.
Como arteducador, y parte de una red de hacedorxs que promueven las Pedagogías Empáticas, la dimensión pedagógica es el germen de entendimiento de la dimensión museal. Ya no es pensar que hay servicios educativos sino darle vuelta a la lógica y poner el Museo al servicio de la educación, su principal razón de ser. Ahora bien, ese núcleo educativo que da sentido al museo, también podría extremarse en esos dos polos que construyen mundo: un museo didáctico en el que la pregunta busca una respuesta explicativa se contrapone a otro en el que la pregunta se sostiene como motor de la conversación. De un lado, ¿cómo es el mundo?, del otro, ¿qué nos pasa con el mundo? La pregunta como clave, como sustento de nuestras construcciones en el museo pero también en el aula, en la calle, en la oficina Qué nos preguntamos y qué construimos se vuelve un ejercicio fundamental y, a la vez, fundacional. En cada pregunta podemos perpetuar el mundo conocido o darnos la oportunidad de reinventarlo. Quizás, cada pregunta no sea más que un recordatorio de la posibilidad que tenemos de salir de la inercia perpetuadora para buscar otras alternativas. La pregunta tiene ese poder: constructor y, a la vez, desestabilizador.
Si tomáramos un solo rasgo para definir qué tipo de museos queremos, me quedo con ese: ¿Qué hacen los museos con la pregunta: qué lugar le dan, para qué fines, quién la genera, qué acciones se despliegan en respuesta? Me gusta imaginar museos como CAJAS DE RESONANCIA DE PREGUNTAS, GIMNASIOS DE MIRADAS, JARDINES DE FLORECIMIENTO INTER-SUBJETIVOS.
En relación a esto, les comparto un pequeño fragmento de un libro de Didi-Huberman[5] que me regaló mi amiga Lucía para mi cumpleaños (regalar libros es otro modo de construir mundo) en el que el ensayista se toma el trabajo de reflexionar en torno a la pregunta, ¿por qué obedecemos?, misma que detona una conferencia donde el autor explora de qué manera se da el fenómeno de pensamiento propio-libre vs. la subordinación a regímenes totalitarios (como el Nazismo), de qué manera las libertades son cercenadas incluso sin darnos cuenta. Entonces el autor nos lanza esta invitación:
«[…] En cuanto el dueño de Facebook les diga que “serán libres de hacer todo lo que imaginen”, recuerden que es él quien está imaginando todo lo que tendrán que hacer e imaginar: otra forma de hacerlos obedecer a pesar de ustedes. Así que, ¡huyan, rebélense, hagan lo que ustedes imaginen!»
Vuelvo a pensar en la potencia de los museos: como espacios de imaginación, centros de ocio y recreación, santuarios de la creación, foros de discusión y crítica social, estadios de celebración comunitaria, pistas de despegue, rondas de baile, abrazos entre desconocides, semillas para el bien común, detectores de violencias y banderas para el desarme, trincheras de paz, hojas en blanco, esferas para lo nuevo.
Miro mis huevos. El desayuno es el principio del día. El origen de algo. Me digo: «sólo es cuestión de empollar aquello que queremos». ¿Cómo incubamos nuestras preguntas? Mientras bebo café para despertar, me alejo lo más posible de las respuestas artificiales y confío en la conversación entre personas como potencia para comprometernos con nuestro presente… y levantar vuelo.
Declaración de Quebec (1984) (Quebec: Ibermuseos, 1984), accedido el 8 de abril de 2025
Declaración de Córdoba (2017) (Córdoba: MINOM-ICOM, 2017), accedido el 8 de abril de 2025
Georges Didi-Huberman, ¿Por qué obedecemos? (Argentina: Ed. Adriana Hidalgo, 2024)
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