Las artes y las ciencias en la tormenta: una reflexión zapatista

Actualidad 23 ene de 2025

por REDACCIÓN AI

       

Imagen vía CrimethInc.

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Chiapas, México – Desde las montañas del sureste mexicano, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) ha planteado una profunda reflexión sobre el papel de las artes y las ciencias en un posible colapso del mundo tal como lo conocemos. Como parte de los Encuentros de Resistencia y Rebeldía que sucedieron entre el 28 y 30 de diciembre de 2024 en el marco de su 31º aniversario, y haciendo eco de una serie de escritos publicados por El Capitán entre octubre y noviembre de ese mismo año, titulados La Tormenta y el Día Después, se cuestiona hasta qué punto la creatividad y el conocimiento dependen de las tecnologías modernas y cómo podrían adaptarse en un escenario de crisis global.

Le reflexión, enmarcada en una discusión sobre el común zapatista, recuerda que las artes y las ciencias existieron antes del capitalismo (la tormenta) y que su desarrollo no está necesariamente ligado a internet, combustibles fósiles o inteligencia artificial. Sin embargo, advierten sobre la imposición de un "cambio de paradigma" que sugiere que sin el actual sistema económico, la humanidad misma sería inviable, un paradigma que resuena con el realismo capitalista o la imposibilidad de imaginar una vida sin el capitalismo. En este sentido, plantean una pregunta crucial: ¿puede el arte y la ciencia sobrevivir sin las herramientas de la modernidad?

En su análisis, el EZLN ironiza sobre cómo la desinformación podría imponerse en tiempos de catástrofe, con líderes políticos negando crisis evidentes o justificándolas con discursos religiosos y populistas. En este contexto, la ciencia y el arte enfrentan el reto de demostrar su potencia sin depender de la tecnología y los recursos de un mundo en colapso.

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La reflexión zapatista también imagina un escenario extremo en el que una comunidad aislada debe reorganizarse sin electricidad, internet ni medios de transporte modernos. En una asamblea comunitaria, cada persona expone sus habilidades prácticas: trabajar la tierra, construir viviendas, fabricar herramientas o curar enfermedades con conocimientos ancestrales. Ante este panorama, surge la incógnita: ¿qué lugar ocuparían los artistas y científicos en esta nueva sociedad?

Este planteamiento no es meramente teórico. Los zapatistas han enfatizado en múltiples ocasiones la importancia del conocimiento práctico y la autonomía comunitaria. Su mensaje sugiere que la ciencia y el arte deben repensarse desde una perspectiva más cercana a la vida cotidiana y menos dependiente de la infraestructura del capitalismo, una pregunta que coincide con aquella hecha por las Redes Comunales Mixes, desde la sierra de Oaxaca, México, en el año 2150.[1]

Finalmente, el EZLN invita a quienes se dedican a las artes y las ciencias a imaginar cómo responderían a un mundo donde el sistema ha colapsado. ¿Cómo contribuirían a la reconstrucción de una comunidad sin los recursos tecnológicos actuales? La reflexión queda abierta, como un desafío para quienes aún creen que otros mundos son posibles.

Imagen vía CrimethInc.

Los puntos presentados ofrecen un abanico de posibilidades sobre la función del arte en escenarios de transformación radical. Cada relato ilustra cómo, en la reconstrucción de una comunidad tras la tormenta, el arte no solo sobrevive, sino que se reinventa, asumiendo formas inesperadas e imprescindibles. Desde la danza espontánea que deviene identidad, hasta la música que emerge de la carencia, pasando por la pintura, el teatro y la narración oral, cada disciplina encuentra su razón de ser en la colectividad, en el jolgorio del montón organizado por el común.

Arte y comunidad: Creación más allá de la paga

En la tercera parte de la serie de textos La tormenta y el día después, formados por narraciones de momentos de creatividad colectiva en el contexto del día después, se encuentra al centro el dilema de la paga, un problema fundamental en la sociedad contemporánea del arte. Antes de la tormenta, el arte estaba mediado por el dinero, las becas, los circuitos de exhibición y los contratos editoriales. Pero en el día después, cuando las estructuras económicas colapsan y se impone la urgencia de la supervivencia, el arte se revela como un acto puro de comunicación y resistencia.

El problema de la paga no es solo económico, sino ontológico. Los artistas ya no buscan su lugar en la industria cultural, sino en la memoria viva de la comunidad. La bailarina no recibe un salario, pero obtiene un nombre que la define. La pintora no vende sus cuadros, pero es reconocida como la que observa con atención. Los músicos no graban discos, pero generan ritmo en la vida cotidiana. Los teatreros no llenan teatros ni son celebridades, pero crean escenarios de ficción visionaria colectiva donde no los hay. El contador de historias ya no aspira a premios literarios, sino a construir relatos que hagan de la realidad un espacio habitable. En este nuevo mundo, el arte no es un lujo ni un entretenimiento, sino un lenguaje esencial para tejer vínculos y darle sentido a la existencia colectiva.

Imagen vía CrimethInc.

La transformación del rol del artista

Estos relatos también sugieren una transformación en la relación entre el artista y su público. Antes de la tormenta, había una distancia entre creador y espectador, mediada por la profesionalización, la industria del consumo y la propiedad. En el día después, esa separación se diluye: la comunidad no solo consume arte, sino que participa en su creación. La danza surge de un impulso colectivo; el dibujo es una trazo conjunto entre quien posee habilidades y quien fantasea; la música se genera con lo que hay a la mano; el teatro no necesita butacas ni telones, sino el deseo de representar y comprender la realidad.

Es aquí donde el arte se muestra en su forma más simple y, al mismo tiempo, más poderosa: como herramienta de construcción social, del común. No es solo una forma de expresión, sino una forma de existir. Cada arte, lejos de la industria y el mercado, encuentra su nueva función: la danza conecta a la comunidad en la noche sin electricidad, el dibujo recupera identidades y memorias perdidas, la música resuena en los cuerpos que necesitan esperanza, el teatro da voz a la historia y la narración recrea futuros posibles.

Resistencia y reinvención

Los Zapatistas también sugieren que el arte es, ante todo, resistencia. En un mundo donde la tormenta ha arrasado con las estructuras establecidas, el arte resurge como una forma de recomponer lo roto. Pero esta resistencia no es solo contra la adversidad externa, sino contra las propias inercias del arte como institución. Ya no se trata de esperar reconocimientos ni validaciones, sino de actuar. Cada artista, en estos relatos, enfrenta el desafío de desprenderse de sus antiguas expectativas y aceptar que su arte ahora cumple una función más inmediata y esencial.

Este cambio de paradigma nos invita a reflexionar sobre la naturaleza del arte en relación a la ética en nuestra propia realidad. ¿Es posible imaginar una práctica artística que no dependa de la paga? ¿Cómo puede el arte redefinir su propósito en una sociedad en crisis? ¿Qué significa ser artista cuando el mundo que sostenía esa identidad se ha desmoronado?

Fotografía por Aldo Santiago. Imagen vía Avispa Media

El día después es hoy

Si bien los Zapatistas enmarcan estas reflexiones en un escenario hipotético de post-catástrofe, la pregunta que plantean es vigente en el presente. La tormenta, metafórica o real, es un recordatorio de que las estructuras económicas y culturales son frágiles. El arte en común, las prácticas estéticas, en cambio, sobrevive. Pero su supervivencia depende de su capacidad de adaptarse y encontrar nuevos significados.

En última instancia, el arte no muere con el colapso del mundo tal como lo conocemos. Al contrario, en la destrucción encuentra su oportunidad de renacer. Y en ese renacer, deja de ser un objeto de consumo para convertirse en un acto de comunidad, de resistencia y de imaginación colectiva. El problema del individualismo deja de ser una traba cuando el arte recupera su función más profunda: ayudar a imaginar el día después.



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