Entrevistas 08 jul de 2020
por ARTEINFORMADO
Paco de Blas (izquierda) y Fernando Castro Flórez (derecha). Cortesía de ellos mismos.
PACO DE BLAS plantea LA DISTINCIÓN como una serie de encuentros con creadores, mediadores o distribuidores del arte contemporáneo en España, que pretende abundar en las estrategias de diferenciación y distinción que propician su lugar único en nuestro panorama cultural contemporáneo.
AL Encuentro con Fernando Castro Flórez. Buscamos los elementos que han contribuido a su carrera torrencial articulando el arte contemporáneo español desde la crítica, la estética y el comisariado. Más de 500 exposiciones organizadas, del orden de 50 libros escritos, miles de artículos, incontables catálogos… Una presencia controvertida a veces, abiertamente criticada otras y muy aplaudida siempre. En su haber, el rescate de figuras importantes para asegurar la coherencia de nuestro canon artístico en los últimos 50 años. He compartido con él ciclos, exposiciones o conferencias promocionando el arte español en Europa y América, me he divertido con su inagotable caudal de historias del arte siempre contadas con la acidez de su humor único. He aprendido a buscar la razón estética tras la práctica artística y hoy es un gusto poner razones a todo ello.
Paco de Blas (PB): Comenzamos nuestra conversación refiriéndome a una inquietud que puede asaltar a tantos amantes del arte contemporáneo. Es su razón estética de ser. Es decir, si entre la Crítica del Juicio de Kant y la Estética de Hegel se ubica la era dorada para esa disciplina… metafísica, parece que ahora más bien anda confinada en la especulación del aula universitaria, sin una influencia efectiva en las poéticas de los artistas contemporáneos.
Fernando Castro Flores (FCF): Efectivamente, la gran formalización estética es la kantiana-hegeliana y, ya en el siglo XX, se da la gran teoría estética que adscribimos al denominado marxismo cultural: Gramsci, Benjamin o Adorno. Comparto el diagnóstico sobre el repliegue académico de la estética. Sin embargo, hay una línea discursiva detectada en los ambientes académicos de gran vitalidad como es evidente en los textos de Rosalind Krauss o Hal Foste. También es reveladora una cierta falta de interés por la estética tanto en la práctica curatorial como en la creativa: como si fuera beneficiosa la inexistencia de la teoría. Sí despertó un gran interés la sociología del arte, sobre todo en torno a la figura de Bourdieu, pero sí hay una manifiesta decadencia del discurso estético como tal en el comienzo de la globalización. Quizá con la excepción de una vuelta en la “Estética Relacional” tematizada por Bourriaud, en el siglo XXI no hay una gran corriente que articule el debate. Y, si vuelve la estética, lo hace de la forma más extraña: en eso que se llama Aceleracionismo, gente tentada por la filosofía o la ontología, en un sentido kantiano de teoría de la sensibilidad. Cuando uno lee a Hartman, ve un interés por la estética, pero no por lo que estamos entendiendo como tal: los discursos formales, institucionales, relacionados a la práctica creativa, sino más bien se dedican a pensar las bases corporales y sensoriales de la experiencia cognoscitiva. Por lo tanto, eso sería una línea nueva, de una estética muy filosófica y un tanto anacrónica. Con lo que volvemos a la casilla de salida: cuando yo comencé a estudiar en los años 80 había un abismo entre la estética filosófica y la crítica de la cultura o la crítica del arte.
PB: Es decir que hay razones para esa inquietud. Porque lo que me queda claro es que hay una síntesis estableciendo cual será la creación mejor recibida por el espectador, comprador o mecenas. Es una estética de nuestro tiempo, informada por una izquierda globalizante que abunda en el género, el poscolonialismo, el medio ambiente y otras preocupaciones sociales. Eso nos aproxima a un saludable compromiso ético: el arte da forma a contenidos políticos, medioambientales o de género, para su consumo estético. Lo que pudiera terminar siendo un ejercicio amplificador del poder: el político, mediático, económico en general…
FCF: No podemos obviar que la estética es también una ideología. Hay un libro, no tan popular pero que a mí me interesa mucho, “La estética como ideología”, de Terry Eagleton, muy bien hecho como todo lo suyo. Comienza su recorrido en Baumgarten y llega hasta hoy, hasta Adorno, Heidegger; y lo hace manteniendo siempre su fino sentido ideológico para poner de manifiesto la dimensión institucional de lo estético y, además, ofrecer una perspectiva histórica muy necesaria. La estética surge, junto con la crítica de arte, los salones, las exposiciones y al mismo tiempo de lo que Habermas llama “la esfera pública”. Es decir, surge como un producto ilustrado que aparece vinculado a la emergencia de la burguesía. Se nutre de la confrontación entre lo que se denominó antiguo régimen con la forma de expresión de esa nueva burguesía. En este sentido, la estética crea problemas al marxismo dado que, si la propuesta marxiana es la desaparición del capitalismo, eso supondría la desaparición de su forma semiológica, incluyendo al arte, la estética y su filosofía. Lo que no va a ocurrir. Así que tendríamos, o la desaparición de la estética desde el marxismo, o el desbordamiento de Heidegger, que surge de una visión metafísica de la estética más coherente con la época kantiana que con la actual. No vamos hacia un sentido metafísico de la estética y el arte. O sea que estamos en la época del colapso de la imagen del mundo. Tenemos una estética de lo fragmentario, otra ubicada en las denominadas guerras culturales, como apunta. En resumen, la Estética se debate en un antagonismo, perfectamente planteado por Benjamin en “La obra de arte en la era de su reproducción mecánica”, entre la concepción del arte en el nacionalsocialismo y el comunismo. En esta estetización de la política y politización del arte propias de nuestro siglo XXI, lo que hemos de dilucidar es en qué medida la situación nos remite a una falta de marco teórico y, por tanto, a una sucesión de epifenómenos que simplemente ocurren en nuestro día a día. Acabo de leer el libro de Hal Foster, “What comes after farce”, recordando la frase de Marx sobre la repetición de la historia; el teórico norteamericano se plantea en el prólogo que el arte debe estar a la altura de los desafíos contemporáneos, como el feminismo, la globalización, el colapso ecológico, la cuestión racial, la problemática del antropoceno, los debates de género o la problemática planteada por liderazgos tóxicos como el de Trump. Claro que todos esos discursos dan vitalidad al debate cultural y son imprescindibles. Pero generan una estética que puede llevar al literalismo o un “manierismo de lo pretendidamente político”.
PB: Exacto, ahí radica mi inquietud. Difícil citar a Adorno ante un especialista en su obra, pero hay un planteamiento suyo que me gusta mucho y viene a considerar el arte como “magia liberada de la mentira de ser verdad”. Como su apelación a lo bello por naturaleza o su defensa del enigma que tanto parece irritar a la teoría del arte tradicional. Si algo ha de decir la obra de arte, lo hará ocultándolo…
FCF: La vigencia de Adorno es cierta. Y lo hemos constatado trabajando sobre su obra con motivo de su centenario. Hay quien prefiere entenderlo como un fósil, del que únicamente queda su musicología, incontestable monumento teórico del siglo XX, nadie puede discutir sus aportaciones sobre Berg o Schönberg que siguen siendo fundamentales para entender la música contemporánea. O quizá su vinculación a la poesía post-Auschwitz. Y es que Adorno no es fácilmente cosificable, no hay quién lo reduzca a píldoras, supositorios ni placebos. Su posición dialéctica no es fácilmente reductible a la pancarta, el banner o la chapa promocional. Defiende la dimensión histórico-materialista del arte, pero no es un mecanicista. De hecho, acusaba a Benjamin de serlo. E igual que defiende la necesaria relación entre arte y sociedad, Adorno huye del imperativo realista. Que interpreta como simplemente reificador. En la experiencia estética tiene que haber un resto no cosificable. Curiosamente coincidente con Marcuse, a quien me he dedicado a releer durante el confinamiento. He disfrutado mucho volviendo a estudiar textos como “El hombre unidimensional”, “Eros y civilización” o “La dimensión estética”. Recordemos cómo en su última época, siendo un icono de las reivindicaciones políticas y culturales de los 60, Marcuse se alinea con los estudiantes de La Jolla, apoya el primer feminismo y discute con Adorno, que critica la conversión de los estudiantes universitarios en sujeto de la historia, como el proletariado u otros grupos excluidos del poder. Pero ambos comparten la confianza en la estética como dimensión utópica, y Adorno repite constantemente la definición que Stendhal hizo de la belleza como “una promesa de felicidad”. El arte debe mantener su coeficiente enigmático, aunque esa promesa de felicidad, según Adorno, esté llamada a quedar en suspenso, porque nunca se cierra, nunca se resuelve, no hay un final del proceso de la forma. Adorno era un melancólico, claramente. El subtítulo de “Minima Moralia” es “Reflexiones desde la vida dañada”. Por eso Adorno solo es solidario desde la esperanza desesperanzada. Cuando volvemos sobre Marcuse, Adorno, Hokheimer o Bloch vemos cuánto podemos todavía hurgar en repertorios que creíamos cerrados. Y que mantienen su vitalidad hoy. Me ha interesado mucho la visión de José Esteban Muñoz en “Utopía Queer”, que acaba de publicar Caja Negra, aunque me gustaba más el título original en inglés, “Cruising Utopia”, que refleja mejor ese buscarse y encontrarse en el guiño sugerido. Un libro estupendo en el que un joven cubano, profesor de Performance en la Universidad de Nueva York, partiendo de Bloch y Marcuse, constata que no hay cultura sin un necesario factor de utopía. Estamos en la época de las distopías, tenemos al covid encima, nuestra conversación por hangouts no deja de ser distópica. Pero frente a esta proliferación catastrofista hay que volver a sacar la utopía del “baúl de los recuerdos”. No para caer en la triste melancolía, tan frecuente en cierta izquierda, sino para presentar la utopía como lo que no es, pero podría llegar a ser. Si el arte se reduce a una forma de sociología, o cuando el arte se reduce a discursividad, como es el caso en tantas manifestaciones latinoamericanas, situación que conoces por tus años pasados por allá, limita sus posibilidades. De acuerdo, la práctica artística es filosófica y social, pero no a la manera de masterchef, mezclando todos los ingredientes en una olla. Lo hablaba el otro día con Lupe Álvarez, que me planteaba cómo un artista, por ser ecuatoriano, no puede tener la denuncia como horizonte único. Se puede ofrecer, como hiciera Pablo Palazuelo hasta el final de sus días, entregándose a meditaciones sobre el número y el orden en clave presocrática, apartándose de la retórica de las “consignas”, mostrando la dinámica inmanente filosófica del arte.
PB: De acuerdo. Esta aparición de Palazuelo en la conversación me permite sugerirte que nos aventuremos, tras explorar tus referentes y prácticas académicas, en tu personal itinerario estético. Un itinerario estético que a mí, personalmente, me ha ayudado a descubrir zonas y nombres del arte español contemporáneo que me habían pasado por alto, y donde encontramos nombres como Javier Utray, Nacho Criado, Fernando Sinaga, el enorme Isidoro Valcárcel Medina o Concha Jerez entre otros. Luego hay una generación posterior de grandes creadores y, quizá, incluso una tercera. Pero quería permanecer un momento en esta zona, me da la impresión de que poco transitada y menos considerada a la hora de incluir de hoz y de coz a estos grandes artistas en la escena contemporánea española. Algunos de ellos son premios nacionales con lo que es posible que haya sido el mercado el que no sepa exactamente qué hacer con ellos. Vengo de Brasil donde he asistido al encumbramiento de todos sus clásicos, y no veo a Sinaga nada lejos de Meireles, por ejemplo. Quizá una vuelta al mercado como Sinaguinha…
FCF: Así es. Me alegra que me hagas esta pregunta. Cuando termino los estudios de Fiosofía en la universidad (concretamente en la Universidad Autónoma), mi destino, dado que soy un ratón de biblioteca que es donde más me gusta estar, leyendo libros o escribiendo en el despacho, podría haberse limitado a esas dos prácticas tan al uso de dar clases y escribir textos académicos. Sin embargo, al conocer a los artistas que has mencionado y otros, me encuentro con una segunda universidad que resulta crucial para mi formación. Fue un encuentro con una serie de artistas encuadrados dentro de lo conceptual, del conceptual peor tratado, el vinculado a Madrid, porque en aquella época si era conceptual español, era catalán. Ecuación sorprendente pero lógica si atendemos al impacto de Muntadas y a la mejor gestión que los catalanes hicieron de su acervo cultural a través de sus instituciones. Así que cuando encuentro a esos artistas, también a Juan Hidalgo, digamos que estaban abandonados, en una soledad que me sorprendió sobremanera, porque claro, ya estaban de vuelta de todo y casi nadie les hacía caso. Habían tenido un buen momento coincidente con los Encuentros de Pamplona en los 70, de cierta notoriedad. Pero la Transición barre con esa generación. No habían participado en el realismo social ni en las dinámicas tardo-franquistas de lo que fue el arte pop predominantemente político, apoyado en teóricos como Valeriano Bozal o Tomás Llorens así que, al llegar la Transición, desaparecen. El único teórico que se interesó por esa línea de trabajo fue Simón Marchán que escribió un libro que sigue siendo referencial: “Del arte objetual al arte de concepto”. A mediados de los ochenta me encontré con artistas de un potencial tremendo, figuras de relevancia nacional y proyección internacional, que al lado de sus pares alemanes, latinoamericanos o norteamericanos se sustentan perfectamente. Una anécdota, cuando el joven Gabriel Orozco vino a estudiar al Círculo de Bellas Artes buscando referencias para su arte, encontró los talleres de Nacho Criado y Valcárcel Medina. Muchos años después, en entrevistas a medios especializados, como Artforum, declara a ambos como sus maestros y en un viaje que compartí con Nacho a México, fui testigo de cómo Orozco venía a rendirle pleitesía porque para él era un artista, como lo dijo en público, para quitarse el sombrero. No entiendo que el Museo Reina Sofía hiciera una exposición sobre Nacho Criado que luego, tras Sevilla, no haya ido a ningún sitio. Tú mismo has puesto mucha energía en promover el arte español en el exterior y sabes las dificultades que implica, pero es que hay cosas que no tienen explicación. Inauguramos Concha Jerez en el Reina Sofía ahora, en Julio. Pero no hay ningún proyecto de llevar la muestra a ningún sitio después. Porque además hay que agradecer la perseverancia en la práctica artística de estas grandes figuras que lo han pasado mal económicamente porque nadie prestó atención a su trabajo. Juan Hidalgo, con su compañero Carlos Astiárraga, pasó el final de sus años sin apenas apoyos, criando gatos para su venta (un caso extremo que revela la precariedad incluso de artistas considerados referenciales). La precariedad de los artistas de los que hablo es un signo o un síntoma de lo que ha sido el país. Valcárcel es un eremita urbano, se alimenta del maná y sobrevive, pero los artistas han sido muy maltratados en España. Y es que, como he dicho, al llegar la Transición, Barceló se lo come todo y desata el “entusiasmo” por la pintura. Luego ya llega el neoconceptual y gira la escena hacia artistas buenísimos, como Juan Muñoz, Cristina Iglesias, Pepe Espaliú, la generación de la Máquina Española, etc. Así que cuando volvamos la vista atrás y se analice la inversión realizada en la promoción internacional de artistas españoles tan importantes como Concha Jerez o Nacho Criado comprobaremos que no se hizo lo correcto. Y eso es un drama.
PB: Total, que España no nos duele, ya no, pero sí nos cansa, ¿no?
FCF: Yo creo que sí, sobre todo frente a una situación a la que parece imposible poner remedio. Estamos viendo como tanto la política exterior como la circulación interior, no generan territorio, y es que no paramos de ver nombramientos raros, falta de continuidad en responsables con gran potencial de crecimiento en sus puestos, otros que parecen atornillados a la butaca, nombramientos para patronatos inexplicables… de no saber realmente por dónde andamos. Para colmo, muy mala suerte con el Ministerio, hay que decirlo, con un personaje al frente que seguramente está ahí sin querer estarlo, consiguiendo visibilidad para recalar en otro destino. Pero sobre todo una política cultural de fondo de resistencia. VEGAP ha sacado un fondo de ayudas para artistas, la Comunidad de Madrid ayer gastaba 500.000 euros en compra de obra. He analizado la lista de agraciados y esa lista es un drama. Que además encaja dentro de una serie de medidas tomadas como para que el arte no desaparezca después de la pandemia y se recupera lo que ya no interesaba a casi nadie y te das cuenta de que se hace de una forma tan torticera y mal organizada, incluyendo ayudas a galerías, a artistas, a amigos… Cuando uno ve lo que allí figura, pues es que se compra una obra de Gordillo a una galería que no lo representa. Y a la vez hay galerías que están haciendo labores de gran mérito a las que no se compra nada. Luego se compra una pieza de un artista de 60X80 centímetros por más de 10.000 euros. Todas van a formar parte de la colección del Centro de Arte 2 de Mayo. Pero, vamos a ver, estamos haciendo un pan con unas tortas. ¿No será mejor estudiar con calma qué se puede aportar al sector, reunirse tranquilamente los agentes más representativos del mismo, en lugar de hacer ese comité de compras que parece una comisión limosnera para dar de comer a los pobres? Hombre, yo ya no soporto el pesimismo, no hay porqué ser más pesimista de lo que nos obliga la propia realidad, adoptar una actitud catastrofista basada en ese discurso de la calamidad permanente nos lleva a una sensación de indigencia. Tampoco estamos tan hundidos para que vengan los agoreros, organicemos un Tedeum y se acabe todo. El otro discurso que es el de las prácticas curatoriales jóvenes, armadas con gran voluntad y escasos recursos siempre, deja de manifiesto que nos movemos en un mundo del arte español pequeño, mediocre, traicionero, en el que hay poco entusiasmo, en el que los únicos que valen la pena realmente son los artistas que, en general, han de moverse por un tejido mediocre y de una falta de coherencia ética evidente.
PB: Te agradezco mucho la claridad y contundencia del planteamiento. La primera condición de cualquier regeneración posible será siempre un diagnóstico claro y preciso. Eso nos aproxima a la importancia de los mediadores, críticos… Tus labores en ese terreno lo han abarcado todo y eso en España tiene consecuencias. No siempre positivas, seguramente. Se escuchan críticas de todo tipo al respecto y me gustaría conocer tu aproximación a comentarios que han surgido en torno a tu labor como omnipresente, abarcadora o petarda, en una palabra. Yo cuando he trabajado contigo he de decir que he aprendido siempre una barbaridad y, en contra de otras críticas oídas por ahí, también he de decir que alguno de los proyectos en los que hemos colaborado te ha costado dinero.
FCF: Mira, hace ya muchos años que, francamente, que puedo elegir lo que quiero hacer; quizá no sea tan frecuente y no presumo de ello, pero es así. Soy un chico de provincias, que viene de Plasencia sin ninguna tradición universitaria familiar, llego a Madrid, me entusiasma la ciudad, estudio la carrera de Filosofía y me encuentro con una serie de profesores magníficos, comienzo a trabajar con gentes del mundo del periodismo y la cultura, que me abren un espacio para intervenir y yo muchas veces no sabía ni porqué, pero supongo que porque pensarían que podía aportar algo, ya fuera en conferencia, artículo u otro espacio discursivo del entorno cultural. Antes de acabar la carrera comencé a escribir artículos de filosofía y cultura para el diario El País, y después he colaborado en casi todos los periódicos de tirada nacional. No me viene de familia, no he formado nunca parte de ningún clan. Quizá tengo una disciplina de trabajo que me obliga cualquier compromiso adquirido, eso sí. Haré un proyecto mejor o peor pero mi implicación es absoluta en todos los órdenes. No digo que sea el único que lo hace, pero yo me implico a fondo. Y en mi trayectoria, no solo me he dedicado a hacer discurso, elaborar teorías, escribir libros, sino que también he hecho exposiciones, más de 500, escribiendo miles de artículos, catálogos, libros… Habiendo hecho esa ingente cantidad de trabajo como no voy a asumir que no siempre ha sido bueno. Hay veces que miro algunas de las cosas que he hecho y me pregunto cómo pude hacerlo, claro que borraría muchas cosas. Quiero darlo todo siempre. Pero lo que más me tranquiliza es que cuando escucho críticas aceradas; en general, quién las hace no me conoce de nada. Ha habido gente que se ha puesto a insultar a Fernando Castro delante de mí sin saber que era yo. Por el contrario, cuando he recibido críticas fundadas, pongo atención. Ha habido de todo. Y me doy cuenta con mis alumnos de que sí hay nuevas formas de discurso entre los jóvenes. La generación de mi hija Elena o de Ernesto tienen otra estructura para intervenir, se relacionan con los idiomas de otra manera, desde luego con los medios. Pero, profundizando, no los veo tan ajenos a las problemáticas que a mí me interesaban cuando empezaba. Cuando veo a jóvenes teóricos actuales veo que buscan en los discursos y las teorías contemporáneas lo mismo que yo buscaba en la Escuela de Fráncfort, esto es, materia crítica; yo buscaba “materiales de trabajo” en los en estudios postmarxistas, combinando con algo que siempre me interesó y es el psicoanálisis. Ahora veo la misma resistencia a dejarse llevar por la corriente y la misma búsqueda de alternativas críticas. Una vez me dijo Juan Muñoz, mira, Fernando, seguramente en este mismo momento habrá unas 300 personas en el mundo poniéndome a caldo, pero habrá otra cantidad, quizá menor, de gente que está disfrutando con mi obra en algún museo, tres mesas en tres restaurantes en las que se está celebrando mi obra. Y así es, claro que hay gente criticando, pero también amigos como tú, como Concha Jerez, Fernando Sinaga o Bernardi Roig que, cuando se me insulta respondéis con las cosas favorables que habéis podido compartir conmigo. También a veces puedo escuchar algo contra tí y, ten por seguro, que saldré al paso de cualquier actitud difamatoria, no solamente porque soy amigo tuyo, sino porque admiro lo que has hecho y sigues haciendo. Porque yo conozco a todo el mundo a través del trabajo. Soy muy disfrutón, pero a los que son mis amigos actualmente me los he encontrado en el trabajo, no en los bares, ni en los reservados, ni en los salones. Conozco a gente con la que he compartido afinidades electivas, opciones profesionales o inquietudes intelectuales. Hemos trabajado mucho juntos desde nuestro encuentro en Bruselas, pero ¿cuántas veces hemos cenado por ahí? Alguien que me conoció bien en mis comienzos, como José Miguel Ullán me preguntó, ¿dónde te vas a ubicar? ¿con quién vas a estar? Se lo respondí a él y lo sigo diciendo: con nadie. No he sido un escolástico, ni monje, ni creador de escuelas. Eso es lo que me ha llevado a la compañía de gentes como Nacho Criado, independiente, y que a pesar de la intensidad de su vida era muy discreto: hablábamos siempre de arte. He escrito sobre arte, cómics o boleros, tampoco se perdona. He puesto siempre por delante la curiosidad aristotélica, el gozo, el placer. Eso me acercó a Adorno y la perspectiva que comentabas antes. Creo mucho en el placer estético, en todos los sentidos, incluido el erótico, esencial para lo estético.
PB: Para terminar. Yo no tengo el gusto de conocer a Manuela, tu mujer, pero sí quería rendirle un homenaje, porque como hemos visto, con la ingente carga de trabajo desarrollado a lo largo de tu carrera, además hay tres hijos y una mujer que están ahí, por casa. Estudié durante bastante tiempo la ansiedad de la influencia… ¡qué difícil tiene que resultar ser hijo de Fernando Castro Flórez!, ¿no?
FCF: Pues sí, a veces para mi es imposible soportarme a mí mismo, cómo no va a haber sido difícil para ellos. Atendiendo a ese desarrollo bloomiano de la influencia, cada uno de ellos ha intentado sobrellevarlo de manera diferente y creo que bien. Yo no tuve ese problema, mi padre (un ser maravilloso) era un agente comercial. Manuela, que ha sido crucial en mi vida, siempre me incita a elaborar algo como unas memorias, porque he tenido la fortuna de pertenecer a una generación que llegamos a Madrid en el 80, a ese Madrid de Tierno Galván, del primer PSOE y la Movida; no tengo ningún tipo de nostalgia, pero si eras joven y con ganas, aquello era una fiesta. Que me digan los antimovida lo que sea, lo que quieras, pero fue tan divertido. Nunca fui un postmoderno y muchas cosas no me interesaron, pero fue una época muy bella. Una época de grandes filósofos, como Savater, Trías o Jarauta, con aquellos impresionantes encuentros y conferencias que se hacían en el Círculo de Bellas Artes, años en los que viene Susan Sontag, Lyotard o Baudrillard. Eran tiempos de gran intensidad creativa y lúcido cosmopolitismo, una época en los que, sin redes sociales, había que salir al encuentro de la gente que te interesaba. Tuve el privilegio de compartir momentos con María Zambrano, Octavio Paz o José Ángel Valente; me sentía un joven socrático abducido por esos grandes maestros. Luego llegaron los ordenadores, los blogs. Muy bien, pero la pasión cultural arranca allá. Y tuve la suerte de que, en el segundo día en la Facultad, Manuela se sentó al lado y desde entonces estamos juntos, lo que nos hace bastante raros. ¿Porqué? Encontrar compañera o compañero en la vida no es fácil. Encontrar a alguien con quien compartir todo un mundo intelectual ha sido un regalo. El otro regalo que me ha dado la vida son mis hijos: Ernesto es un filósofo joven y brillante, mi hija Elena es un valor en el feminismo actual, una pensadora muy dinámica. Y Manuel, quizá el más peculiar, se dedica a la literatura, se ha educado en un entorno anglosajón, como tú. Son lectores voraces y, lo digo con la pasión febril de un padre que les adora, personas comprometidas con un mundo que es, lo sabemos todos, muy complejo. He aprendido, de verdad, muchísimo de ellos, con su enorme disposición crítica me impulsan a tratar de evitar lo peor. Al final de su vida Wittgenstein dijo que había vivido “una vida maravillosa”. Creo que tengo razones de sobra para pensar que he entrevisto eso tan raro que llaman felicidad.
Torrencial, como su obra, hasta aquí este viaje por los factores personales, educativos, profesionales o sociales que han hecho de Fernando Castro Flórez un mediador del que indudablemente, podemos decir que ha alcanzado la distinción ésta que buscamos.
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