#LADISTINCIÓN: César Rendueles: La razón de la sinrazón que a la razón se hace

Entrevistas 27 oct de 2020

por ARTEINFORMADO

       

Paco de Blas y César Rendueles (derecha) - Fotos cortesía de los fotografiados

Paco de Blas y César Rendueles (derecha) - Fotos cortesía de los fotografiados

PACO DE BLAS plantea LA DISTINCIÓN como una serie de encuentros con creadores, mediadores o distribuidores del arte contemporáneo en España, que pretende abundar en las estrategias de diferenciación y distinción que propician su lugar único en nuestro panorama cultural contemporáneo.
“Si vamos a pedir apoyo público -señala Rendueles en esta entrevista, donde ofrece otras muchas ideas de interés-, entonces habrá que pensar en la cultura en términos de servicio público, en términos de qué aporta a la ciudadanía, como hacemos en otros sectores como la sanidad. En la cultura, no solo el interés de los creadores o los mediadores cuenta. Para mí eso es institucionalizar: poner en el centro el interés público y el desarrollo público de la cultura, viendo cómo eso afecta a creadores, productores, mediadores y a los receptores.”

Es actualmente profesor de sociología en la Universidad Complutense de Madrid. Fue miembro fundador del colectivo de intervención cultural Ladinamo, que editaba la revista del mismo nombre. Dirigió proyectos culturales durante ocho años (2003-2012) en el Círculo de Bellas Artes de Madrid

Autor de varios libros, entre los que destaco Capitalismo canalla. Una historia personal del capitalismo a través de la literatura, Seix Barral, y habitual de la prensa cultural. Me cautivó su visión del confinamiento y consiguiente explosión en las redes, como un pijama-party, de cuyas consecuencias advirtió con precisión aquí

La distinción de César viene de la amplitud de su visión cultural y de su compromiso constante con la realidad. Un compromiso de una exigencia ética que invita a pensar en la cantidad y variedad de cargos públicos que habrá rechazado. Sobre todo, a partir de su posición avanzada como teórico y activista del cambio social que sobrevino en España tras la inspiración del movimiento 15-M. Cuando dirigí la presencia de Madrid como entidad invitada en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, 2017, para el Ayuntamiento de la capital, no conseguí meterlo en el avión.

Su distinción viene igualmente de su calma, reflexión, el tiempo que toma para cada respuesta y la paz que transmite su forma de comunicar las ideas más rompedoras. 

César Rendueles, ministro de cultura, ¡ya!

Paco de Blas (PdB): Vamos a empezar volando tan alto como para plantearnos el funcionamiento de nuestra civilización occidental. Con dos personajes que no te son ajenos, como Fausto y Don Juan, encarnando el deseo. Bien desde el gabinete de estudio o desde la crudeza de la calle, el deseo parece abrir un vacío que nos incita hacia lo que no controlamos. ¿Es esa la tarea de la cultura? La pregunta tiene un punto de llegada: ¿radica ahí la decadencia de nuestra civilización?

César Rendueles (CR): Puede que llamemos cultura a demasiadas cosas. Por un lado, están esas prácticas y discursos marcados por el descontrol y la experimentación de las que hablas, en las que la exploración del deseo está muy presente. Esa sensibilidad compartida es muy característica de la modernidad. Por supuesto, la gente siempre ha pintado, cantado o decorado sus casas. Pero la cultura como un espacio definido, desincrustado de otras dinámicas sociales y también problemático y excesivo, aparece cuando se empieza a exigir a las prácticas estéticas que sean simultáneamente universales y particulares: que conecten el deseo con lo universal. Por otro lado, eso no agota ni mucho menos el campo de las posibilidades culturales. Por ejemplo, Jaime Vindel, en un ensayo reciente, planteaba que tal vez la reflexión sobre los límites, y no tanto el deseo infinito, debería tener una mayor centralidad en nuestras prácticas estéticas. Por último, la cultura popular, vamos a denominarla así, no ha salido indemne de su contacto con esas problemáticas o con el mercado. En cualquier caso, no tengo nada claro que estemos ante un proceso de decadencia ni de la cultura ni de nuestra civilización.

PdB: Ya definiste los antecedentes, eso nos permite aterrizar en esta era postmoderna, donde el impulso cultural del que hablas parece establecerse en torno a un elogio indiscriminado de la diversidad. Y en esas aparece Vox, por ejemplo. Se insiste en la diversidad y en la mezcla, pero, ¿hay que respetar todas las opiniones?

CR: Es una pregunta complicada. No creo que todas las opiniones sean respetables. Otro asunto diferente es qué implicaciones tiene esa falta de respetabilidad. Me parece legítimo que los ciudadanos ejerzamos individual o colectivamente la influencia que está a nuestro alcance para excluir aquellas posiciones que son incompatibles con un espacio público democrático. En cambio, no creo que el Estado deba ocuparse de perseguir o censurar esas opiniones. No creo que el Estado deba protegernos de opiniones repugnantes…

PdB: Ese es el matiz… 

CR: … son dos cosas completamente diferentes. Hay opiniones consideradas delictivas porque suponen una incitación al delito y su control es razonable. Pero las opiniones en sí mismas, por muy asquerosas que nos parezcan, no deberían ser delictivas. Son dos cosas que en los últimos tiempos se han confundido, con resultados muy malos porque convierten al Estado en muestro tutor, en una especie de policía moral. Creo que deberíamos reivindicar la libertad de expresión como un valor básicamente progresista.

PdB: De acuerdo. Pero puede parecer que estamos más obsesionados por la libertad de opinión o de género que por el socialismo, o por defender la diferencia descuidando la defensa de la justicia. El medioambiente, las cuestiones de género, y otros tótems de nuestra postmodernidad pueden opacar el debate social, del que van desapareciendo cuestiones como el capitalismo, la revolución, la justicia universal… ¿No habría que reiniciar los procesos de concienciación?

CR: No comparto la idea de que la debilidad de los grandes proyectos emancipadores tenga que ver con la atomización de sus reivindicaciones clásicas. Para empezar, se me ocurren pocas luchas más universalistas que el ecologismo, la igualdad de género o la politización de los cuidados. Tampoco es verdad que las reivindicaciones que remiten explícitamente a la lucha de clases sean particularmente coherentes o unívocas, entre otras cosas, porque el capitalismo es enormemente complejo y los proyectos realistas de transición postcapitalista también lo son. En realidad, me parece que a menudo ocurre al revés, y esos movimientos llamados “identitarios” retroalimentan positivamente las perspectivas más generales: nos ayudan a entender mejor qué es una sociedad postcapitalista, qué es la justicia universal, qué es la igualdad o la libertad.

PdB: Pero hay una trampa. La señora Álvarez de Toledo, aquí, Trump, Bolsonaro y otros líderes en otros lugares, hablan continuamente del marxismo cultural, de las fabricaciones de la izquierda cultural… transfiriendo los problemas sociales a la cultura. ¿Nuestros problemas son culturales? No tengo esa impresión…

CR: No, no lo son. Cuando desde la ultraderecha hablan de “marxismo cultural” no hacen una categorización conceptual sino que están colando de rondón una descripción sociológica. Dicen marxismo cultural pero lo que quieren decir es marxismo pijo para, por contraposición, caracterizarse a ellos mismos como portavoces de la clase trabajadora, de los que madrugan y trabajan de verdad… Es una idea que tiene un recorrido bastante limitado en España porque tenemos unas élites parasitarias cuya noción de trabajo consiste en irse de montería con un político para conseguir la concesión de un tramo de autopista. Dicho esto, si la tesis del marxismo cultural tiene alguna fuerza política es porque la descripción sociológica que hace aunque es injusta no es del todo inexacta. Al menos una parte del antagonismo político se mueve, nos movemos, en reductos sociológicamente muy encapsulados.

PdB: Porque al mismo tiempo, la imparable seducción capitalista se extiende ya a la utopía y a la imaginación: surgen las industrias culturales como consecuencia de todo lo que estamos hablando y el capitalismo elige a las que resultan eficientes económicamente, dejando atrás las que no le interesan. ¿Avanza la cultura o avanza el capitalismo?

CR: Creo que a veces exageramos los riesgos de mercantilización de la cultura. Es un equívoco cultivado por los partidarios del modelo de las industrias culturales, que han defendido la leyenda de que el sector cultural supone una contribución sustancial al PIB. Las cifras que dan habitualmente son delirantes y salen de meter en el mismo saco actividades que no guardan ninguna relación. Creo que lo que ocurre es mas bien lo contrario. Se ha producido una culturalización del capitalismo. En los últimos treinta años se ha dado una contaminación de distintos ámbitos, sobre todo el laboral, de ideas procedentes del terreno artístico-cultural. Los valores relacionados con la creatividad, la reinvención o la cooperación han sido profundamente instrumentalizados por los discursos empresariales. 

PdB: Sí, el arte, el contemporáneo sobre todo, parece una buena piedra de toque. Creo que sí se ha ubicado a su vanguardia en un ámbito de mercado, lo que le acerca más todavía al funcionamiento del mercado… de valores.

CR: Sí, la mercantilización que se ha dado ha consistido en utilizar la producción de un pequeño olimpo de artistas como mecanismo especulativo. La razón es que para especular vale lo que sea: dispositivos financieros incomprensibles, semillas de tulipán u obras de arte contemporáneo. Pero es una relación claramente parasitaria. Pasa algo parecido en otros ámbitos. Por ejemplo, hay grandes festivales de música que ni siquiera cubren costes con las entradas. Ganan dinero gracias a la venta de alcohol. O sea que, en realidad, no es una industria musical sino una industria del alcohol con hilo musical. Y lo mismo ocurre con la relación de los grandes museos con el turismo… 

PdB: La confusión es evidente. Hay una frase de Pascal Gielen que me hace mucha gracia: “¿qué creatividad y cuánta creatividad necesitamos para escapar a tanta creatividad?” Pues eso, la creatividad, introducimos el tema, la fiebre de nuestro tiempo ¿Y no resulta más bien el freno que el neoliberalismo activa contra la revolución?

CR: No sé si contra la revolución pero sí pienso que ha contribuido a normalizar los procesos de mercantilización. Es un asunto creo que bien estudiado, por ejemplo, por Alberto Santamaría: el modo en que la ideología relacionada con la creatividad, la reinvención personal o la intensificación de la experiencia hacen más soportable la precarización. El Banco Santander, por ejemplo, ha dedicado enormes sumas de dinero a difundir los discursos de la creatividad. Son dispositivos difíciles de desactivar. ¿Quién va a querer menos creatividad, menos oportunidades de reinventarte? 

PdB: De acuerdo. En otro orden de cosas, tienes amplia experiencia institucional, desde luego en la Universidad y también como gestor cultural, tras tu paso por la dirección del Círculo de Bellas Artes. Mi historial laboral se ha desarrollado casi siempre vinculado a instituciones y me preocupa su consideración actual. He creído siempre que la institución, academia o museo, aporta un régimen de valor, y es donde la significación de las creaciones para la comunidad recibe su espaldarazo. La obsesión por el patrocinio, las cuentas de resultados, ¿pueden estar desvirtuando la institución?

CR: Sí, el peligro está ahí. Siempre he pensado que la universidad se desaprovecha, desde un punto de vista cultural. Pensemos en la Universidad Complutense de Madrid. 60.000 personas, con una vida cultural (institucional) escasísima. La obsesión por la visibilidad mediática, por el impacto, desecha un tipo de actividad cotidiana, más próxima a los ciudadanos y es la que, finalmente, termina construyendo la identidad cultural de una ciudad. Y siempre pienso en esas instituciones de proximidad, como pueden ser las bibliotecas, con una extraordinaria frecuencia de uso. La de mi barrio puede registrar colas de acceso cualquier mañana, y nunca está vacía. Algo deben tener, de lo que quizá carecen los centros de vanguardia, que sigue interesando también a una generación más joven. La competencia que se estableció entre ciudades por conseguir el museo o centro cultural más impactante, o el centro de danza más espectacular… no tiene sentido, lo que parece razonable es dar valor a esos centros de gran valor institucional que permanecen próximos al ciudadano.

PdB: Si tuviésemos que hacer alguna comparación con países de nuestro entorno, ¿Dónde ubicaríamos a la universidad española, respecto de sus pares europeos, por ejemplo?

CR: No es fácil establecer ese tipo de generalidades comparativas. En cuanto a su nivel académico, yo diría que la universidad española es razonablemente exitosa, el estudiante español, en general, es bien acogido por las universidades europeas a las que acude. El lado positivo. Hay un lado negativo, en los últimos 30 años estamos viviendo un proceso de descomposición institucional. La transmisión de conocimiento se mantiene en sus parámetros lógicos, pero el deterioro institucional es evidente.

PdB: ¿Y de qué conocimientos transmitidos hablamos, César? ¿Qué es lo que hay que saber?, porque da la impresión de que nuestra civilización está acabando con nuestra cultura…

CR: Me refería al conocimiento codificado, casi universalmente, como objeto de estudio universitario. Otros aspectos serían las capacidades transversales, la capacidad crítica, la de integrar conocimientos… Eso es más complejo de analizar, pero, en cualquier caso, no diría que estemos peor que franceses o italianos… o estadounidenses. Sí estamos sensiblemente peor en el aspecto institucional, muy perceptible en el ámbito cultural, ya que de eso hablamos. Por ejemplo, la incapacidad para crear editoriales universitarias. Nuestra posición es privilegiada, se podría crear un tejido editorial de gran trascendencia si tenemos en cuenta el ámbito del español como lengua. No tenemos una Oxford University Press, ni siquiera contando con la siempre posible extensión a Latinoamérica. Es quizá un aspecto menor, pero extrapolable a otros, como el tejido investigador, el sistema de becas…

PdB: Salgamos de la Universidad y vayamos más cerca de tu experiencia como gestor cultural, sobre todo en el Círculo. Parece obvio que las bienales, es decir, el evento, el proyecto, han sustituido al museo como creadores de excelencia en la escala de valor que el público maneja comúnmente. Y tras ese movimiento veo la figura inquietante del comisario que está pasando a ser mucho más importante que el artista. 

CR: El comisario genera el discurso, sobre todo mediático, que rodea a la obra. Cuando trabajaba en ese campo, recuerdo que el éxito de muchas producciones culturales se medía en horas de televisión, para comparar los impactos. Así lo pedían y así lo recogen los medios. Y tengamos en cuenta también las características de la práctica artística contemporánea, muy conceptualizada, muy elaborada en torno a discursos muy sofisticados teóricamente, que el comisario traduce para el público. El artista pisa ese terreno también… el resultado es muy discutible. En cualquier caso…

PdB: … claro, la trampa es evidente: el foco se traslada de la creación a la exhibición…

CR: … o la tendencia a entender la propia institución como una obra de arte con su responsabilidad frente a su público. He oído a un importante director de gran institución, asegurar que llegaba a su cargo sin ninguna intención creativa, pero sí con la obligación de hacer bien su trabajo para servir al público al que se dirigía. Me encantó y me sorprendió porque no es nada frecuente. Lo normal es lo contrario: la ambición por dejar huella, la urgencia mediática… se hallan en el origen de las tendencias de que hablamos.

PdB: Pude leer, al comienzo de la pandemia, algunas opiniones tuyas, siempre brillantes y me vienen al pelo en este momento, porque ¿no es exactamente éste, el momento de la reinstitucionalización de la cultura? El momento de atenerse a fuentes sabias, avaladas por la academia, fiables por el dictamen del museo…

CR: Creo que las instituciones soportan más disenso del que a veces imaginamos y me parece muy saludable cuestionar las fuentes académicas. Pero también me parece importante ir más allá de las reivindicaciones corporativas de los distintos sectores culturales y pensar en términos razonablemente universalistas. Si vamos a pedir apoyo público, entonces habrá que pensar en la cultura en términos de servicio público, en términos de qué aporta a la ciudadanía, como hacemos en otros sectores como la sanidad. En la cultura, no solo el interés de los creadores o los mediadores cuenta. Para mí eso es institucionalizar: poner en el centro el interés público y el desarrollo público de la cultura, viendo cómo eso afecta a creadores, productores, mediadores y a los receptores.

PdB: Es tu tema, está claro. Como venimos viendo, todo fluye… el empresario creativo trabaja en proyectos individualizados que entran en una retícula de posibilidades fascinante. Sin embargo, tanto afán de autonomía en el sector cultural ¿no nos ha llevado a una auto precarización lamentable?

CR: El emprendedurismo y su relación con el mercado laboral está adquiriendo perfiles demenciales. Es una fantasía que en otros sectores – yo que sé, en el mundo de la informática– a lo mejor se sostiene un poco más, no lo sé, pero en el terreno cultural es pura mitología. Hay un desajuste brutal entre las expectativas de las personas que se dedican al trabajo cultural –a menudo muy cualificadas, con másters y doctorados de todo tipo– y la realidad de precariedad laboral extrema del sector, es algo que a menudo conduce a vidas seriamente dañadas. Y eso no tiene solución. Ni siquiera meritocrática. Las posibilidades de que llegues a ser un gran comisario de exposiciones no sé exactamente cuáles son, pero no responden a ninguna progresión codificada. No empiezas en la recepción de un museo y terminas dirigiéndolo. Todo genera una gran insatisfacción personal, un malestar…

PdB: … “del malestar en la cultura” … pues sí. Veo una tendencia de nuestra conversación al bucle… Los constantes ataques a la izquierda cultural han provocado que el neoliberalismo trabajara en la atomización de la cultura entre sus productores, creadores, mediadores… y a una cierta desconfianza en lo público. De eso hablábamos al referirnos a la reinstitucionalización. En una empresa privada, el creador va y viene, el que permanece es el gerente. En la universidad, el museo… el creador sigue siendo la clave, ¿no?

CR: Esa desconfianza en lo público, en el fondo, es muy nihilista. Pero durante muchos años, abogar por lo público te colocaba directamente en algún soviet, te hacía sospechoso de ser un comisario político. A veces se confunde de forma muy torticera lo público con lo estatal. Hay muchas instituciones de titularidad diversa que forman parte de lo público sin pertenecer al aparato del estado.

PdB: Un recuerdo para Ladinamo, que me pareció una intensa experiencia urbana.  Como plantea Negri, la ciudad es el lugar de la insurrección. Ganasteis algún juicio importante…

CR: Fue un proyecto del que tengo muy buenos recuerdos, fue un momento muy especial para mí, poco sostenible, pero generador de experiencias muy intensas. Valoro mucho lo que aprendí allá y después he podido aplicar en un centro cultural más institucional, como también en la Universidad. Hubo cosas en las que nos equivocamos, algo que sigo reivindicando: un espacio para el error, porque equivocándote mucho, a veces aciertas. Un lugar en el que no teníamos nada que perder y de esa confianza surgió por ejemplo el juicio a la SGAE, que nos pedía unos royalties absurdos por la reproducción de música en una fiesta. Ganamos ese juicio, que no deja de ser una anécdota. Pero después hemos ido viendo lo que es la SGAE. A pesar de todas nuestras muchas meteduras de pata, aprecio en general ese tipo de organizaciones que se integran en la vida diaria de barrios y ciudades. Tienen muchas limitaciones, claro, pero también potencialidades únicas. 

PdB: Desde tu punto de vista, esa experiencia tan directa que el ciudadano puede tener de la ciudad, ¿puede terminar sustituyendo al estado como referencia identitaria?

CR: Como sentimiento de identidad y pertenencia, puede ser. En España, el mapa de las identidades es muy variado. Por ejemplo, en Asturias de donde vengo, la identidad es muy dual, mucha gente se siente tan asturiana como española. Sospecho que si las encuestas no preguntaran por la identidad regional sino local, la dualidad estaría aún más extendida. Creo que mucha gente se siente, sobre todo, de su ciudad. Pero no creo que las ciudades pueden sustituir al estado como órganos que lideren las transiciones desmercantilizadoras y menos aún las posibles transiciones postcapitalistas. Creo que eso es un error, la ciudad no tiene la entidad política, jurídica o económica suficientes. Hay una anécdota, no sé si apócrifa, según la que Fidel Castro aconsejó a Chaves: “Hugo, no puedes seguir siendo el alcalde de Venezuela”. (Risas). La anécdota puede ser divertida, pero tiene un contenido muy claro.

PdB: Este momento de intensa vida urbana ha generado un tremendo desarrollo de los medios de comunicación con los que tú colaboras con cierta frecuencia.  Uno ya no sabe cómo distinguir el hecho de la noticia.  Parece que son éstas las que se convierten en aquéllos. ¿Cuál es tu visión de la información cultural en nuestro país?

CR: Las secciones de cultura han experimentado una degradación muy significativa en las últimas décadas y han sido sustituidas por las secciones de “estilo de vida”. Constantino Bértolo ya denunciaba que los editores perdían peso en las editoriales a manos de los comerciales. A veces con resultados mercantiles catastróficos, eso es lo curioso. Se consiguen éxitos de 10 000 ejemplares con un título y se descarta el mismo número a sumar entre varios. En la prensa cultural no hay espacio ni, sobre todo, tiempo… Cada vez son más extrañas las recensiones críticas amplias de un libro o una exposición interesantes. La verdad es que, en España, como no ha habido nunca mucho de eso, tampoco se echa tanto de menos, pero en otros países la degradación es evidente. La información cultural se ha convertido en un hobby caro. Los periodistas que tratan de vivir de esto se encuentran con que tiene que generar un artículo diario (no exagero) para ganar 700 u 800 euros al mes. Esa es la realidad.

PdB: Cerrando la entrevista y mirando del final hacia el comienzo, todo lo que estamos hablando ha llevado a una falsa concepción igualitaria de la sociedad y a una idea de normalidad que se acerca peligrosamente a la normalidad de Rajoy. Sin embargo, la barbarie pequeñoburguesa de este país sigue escalando cimas. Basta enchufar la televisión… ¿Qué hacemos?

CR: Como explica muy bien Vicenç Navarro, los intereses y las formas de vida del 30% con más ingresos, que es mucha gente, más de 10 millones de personas, se han hecho centrales en nuestro sistema político y social. Y tiene un efecto de arrastre que supera con mucho el impacto directo sobre ese 30%. Porque el 70% restante aspira a esa posición. Sabemos que no vamos a vivir como Florentino Pérez, pero sí aspiramos a integrar ese numeroso grupo de éxito. Esto tiene unos efectos culturales atroces porque impide pensar en alternativas capaces de implicar a una gran mayoría social, realmente ajena a las élites parasitarias financieras que marcan el paso. 

PdB: Tiempos duros, ¿no, César?

CR: Así es.



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