Actualidad 29 may de 2006
por ARTEINFORMADO
«Es bueno que haya opiniones enfrentadas, que la gente dialogue sobre arte contemporáneo e incluso que se enfade. Lo contrario sería aún peor: que la gente simplemente nos ignorara». Así de clara se ha manifestado Frances Morris, la jefa de exposiciones de la Tate Modern, que esta semana han presentado la primera reordenación de su colección permanente desde la inauguración del museo. Hace un lustro, la galería londinense escandalizó al agrupar sus cuadros por temas como «El Desnudo» o «El Paisaje», en lugar de colgarlos en el convencional orden cronológico. «Con la nueva estructura, seguiremos desafiando las preconcepciones de la gente», explica a La Razón la jefa de exposiciones del museo.
En su nueva reencarnación, la Tate adopta un orden algo más «convencional» y, por ejemplo, reconoce la utilidad de los «ismos» para guiar al visitante. Así, ha dividido las dos plantas de su exposición permanente en cuatro grandes áreas, dedicadas al surrealismo, al expresionismo abstracto, minimalismo y cubismo. Con esta rompedora reestructuración, que incluye unas 500 piezas (alrededor del cinco por ciento de sus fondos) y tiene previsto perdurar durante un sexenio, la galería también pretende parchear los enormes huecos de su colección. Así, Morris ha tratado de resaltar sus puntos fuertes, como su envidiable sala dedicada a Rothko, y disimular sus carencias, como el impresionismo, con un enfoque más ecléctico y experimental.
«Cada vez que entro en el MoMA, me parece que estoy leyendo un libro de texto sobre historia del arte», asegura. «Al tener una colección tan completa, les resulta muy complicado salirse del corsé y sólo se escucha la voz del museo, sin dejar espacio para que el visitante aporte su visión. Nosotros planteamos muchas más preguntas de las que respondemos, ése es el secreto de nuestro éxito». Así, la jefa de exposiciones alude a los 4 millones de visitantes que cada año acuden a la antigua central eléctrica junto al río. Además del indudable atractivo de que la entrada sea gratuita, el diseño del edificio absorbe a los visitantes como un gigantesco imán de cemento. Las exposiciones en la Sala de Turbinas han consagrado a la Tate como una especie de «plaza del pueblo» a la que los londinenses, muchos son jóvenes, acuden a charlar, pasear e incluso echarse la siesta, concluye La Razón.
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