Actualidad 19 may de 2021
por ARTEINFORMADO
Javier Del Campo Foto: Ricardo Ordóñez - Cortesía Javier Del Campo
En respuesta a la pregunta formulada por ARTEINFORMADO sobre cuál fue tu mejor experiencia profesional, traemos hoy a dos gestores de centros de arte, que prefieren llamar la atención sobre las necesidades que plantea el trabajo de comisariar exposiciones en sus centros.
Dentro de estas reflexiones sobre el trabajo de un comisario, Javier del Campo sintetiza su contribución en cuatro puntos, siendo el primero de ellos el de mostrar el proceso de investigación que justifica la elección de artistas y obras, para concluir en la conveniencia de hacer “mutis por el foro”.
Javier Del Campo, Director de Arte de Fundación Caja de Burgos y responsable del programa expositivo del CAB y Cultural Cordón, empieza su reflexión así: “Siempre me he llevado mal con la palabra ‘comisario’. Llegué incluso a preguntar a la Fundéu sobre sus alternativas. En la tradición de la museología el término ‘conservador’ tampoco recoge en puridad lo que hacemos y la traducción casi directa del curator anglosajón por ‘curador’, aceptada y común en la América de habla hispana, tampoco acaba de gustarme. Sí me agrada la forma en la que lo hacen los italianos. La fórmula ‘a cura di’ tiene esa fineza apropiada: ‘al cuidado de’, podríamos decir en castellano, mejor que ‘curada por’.
Las palabras no son inocentes nunca y las voces que empleamos para referirnos a una parte del trabajo que hacemos pareciera que lo definen, cuando muchas veces solo lo etiquetan de un modo rutinario y convencional. En mi trabajo como Director de Arte de la Fundación Caja de Burgos, y responsable de los proyectos expositivos en sus dos espacios (CAB y Cultural Cordón), he respondido no pocas veces con negativas a proyectos presentados por comisarios externos o independientes. A menudo porque la propuesta que me hacen llegar carece de una mínima argumentación razonada, o se sustenta en una batería de nombres e instituciones con las que ni siquiera han contactado previamente.
Para esta rápida nota entiendo que hay cuatro aspectos indispensables en el trabajo de un comisario. El primero es un soporte crítico que estructure de un modo claro y comprensible la naturaleza de la idea presentada. No basta con citar a Heidegger y Gadamer sin venir a cuento, sino de sintetizar sin estridencias y mostrar el proceso de investigación que justifica la elección de artistas y obras. El segundo detalle que apunto se olvida con demasiada frecuencia. Es indispensable conocer la historia del lugar al que nos dirigimos. Su trayectoria, sus criterios de elección, su relación con el público, sus programas educativos y de difusión… Caer como un paracaidista no es una buena idea cuando un comisario independiente quiere que su proyecto sea atendido. Por desgracia es demasiado común y traslada una posición prepotente y desprolija para con el centro al que se dirigen. El tercer punto que me atrevo a reseñar es la obligación de conocer los fundamentos básicos de la museología y la museografía actual. Detesto cuando se hace decoración en una exposición, pero más cuando no se cuida algo tan básico como las normativas que nos obligan a atender las necesidades de movimiento de las personas. El empleo correcto de la luz, la pertinencia o no de los textos en sala, el subrayado del color o la imposición del sonido, la presencia de aparatajes tecnológicos y sus consecuentes derivadas en seguridad y mantenimiento parecen el abc de la obviedad, pero no son pocos los que se jactan con desprecio de que ‘eso no es lo suyo’. Para no hacer esto interminable concluyo con el cuarto requisito: escribir bien, hacerlo sobre la obra que se presenta al público, no sobre uno mismo ni sobre nuestras lecturas. ¡Son tantos los textos en los que no se dice ni una sola palabra de arte!
He dirigido alrededor de un centenar de proyectos expositivos: En muchos de ellos he utilizado términos como ‘curaduría’, ‘concepto’, ‘idea’, incluso simplemente ‘coordinación’ antes que “comisario”. Guardo de bastantes viva memoria, para bien y en ocasiones para mal. Quizá haya otro momento para evocarlos, pero en esta nota que me solicitan los amigos de ARTEINFORMADO voy a referir solo la primera exposición que considero propia en el CAB. Fue un acto de confianza mutua. Alfonso Sicilia Sobrino y yo trabajamos sobre “Iconografía improvisada”, el título de la exposición, a lo largo de un año. Durante 2016 estudiamos con cuidado las posibilidades del espacio hasta tener claro cómo sacar el máximo beneficio a los recursos de que disponíamos. Había una parte de reto técnico que debimos solventar con el concurso de otros especialistas; siempre contamos con la alta preparación del equipo con el que llevo años trabajando y con el que previamente contrasto lo que queremos hacer para prever cualquier contingencia. El montaje de una exposición es también un acto creativo, pero en él no debe haber lugar para experimentaciones, sí para corregir, solucionar o perfeccionar. Alfonso Sicilia Sobrino, como corresponde a un buen artista, equilibró todos los detalles para que durante la semana larga que duró la instalación nuestros compañeros del equipo tuvieran claro qué precedía a cada nuevo paso. Arbitramos una metodología sencilla para no saturarnos de los aspectos más rutinarios y permitirnos pequeñas alegrías por el camino. De ese modo la exposición se construyó a la par que la pieza central que nos guiaba. El gigantesco y precario andamio de bambú que sujetaba los fluorescentes convencionales con que se trazó la palabra ‘futuro’ daba sentido al resto de elementos que cubrían las paredes. Metáforas de la imagen como soporte simbólico del arte que se han convertido, para nuestra desdicha, en premonitorias. Alfonso Sicilia Sobrino se interrogaba a sí mismo sobre el papel del artista en los escenarios de participación social y política. O mejor, sobre su desaparición real de la escena donde se desarrollan estos acontecimientos. ‘Crear y desaparecer, aceptar el juego, fundirse de nuevo entre la multitud de la que se proviene sin esperar mayor aplauso, ése es el rol que se asigna a sí mismo Sicilia Sobrino como artista’, escribimos en su día para el catálogo de la exposición. Y si ese es el camino que propone nuestro artista, imaginemos el lugar que debe ocupar el comisario. ‘Mutis por el foro’, como bien decía mi querido Alfonso.”
Por su parte, Javier Pérez Buján, director de la Fundación Laxeiro, reconoce que “En el ámbito de la gestión cultural tengo muchas experiencias gratas, sobre todo, la experiencia de conseguir, después de mucho trabajo y esfuerzo, la materialización de una idea que empezó siendo una intuición y cuatro notas en un papel. Esa magia de la concreción real de los proyectos es una de las cosas que más me gustan de mi trabajo. El hacer posible y real, algo que, en un primer momento, es tan sólo una intuición.
En el ámbito del comisariado, con lo que más disfruto es con el trato directo con el artista y el proceso de colocarme en el lugar que el artista necesita para llevar a buen fin la legibilidad de su obra en forma de exposición. Esta experiencia es tan variada como lo es el mundo del arte. Cada artista necesita una interlocución diferente y creo que es ahí donde reside el valor de la función comisarial. Creo que esta es la razón principal de que me sienta más cómodo realizando exposiciones individuales que colectivas, porque en ese contexto es imprescindible generar un diálogo con el o la artista y también se da un proceso necesario en el que cada autor o autora, debe enfrentarse a su obra desde fuera, leerla como algo ajeno y en conjunto.
Además, en estos procesos es necesario pensar la obra en relación con el espacio expositivo en donde todos los elementos pasan a ser parte de la propuesta expositiva (la arquitectura, la iluminación, el mobiliario, la señalización, los elementos expositivos como las peanas y los marcos e incluso el ruido visual de los extintores, la señalización de las salidas de emergencia y otros elementos que influyen en la selección y la disposición de la obra), condicionando lo que será finalmente la retórica expositiva. También creo que es muy importante conseguir un equilibrio entre la observación individual de cada pieza y la observación de conjunto, intentando conseguir que la exposición sea una propuesta concreta que se hace posible mediante la combinación de las obras seleccionadas y no una mera suma de obras.
Todos estos elementos son vividos de una forma muy diferente por cada artista y eso es lo que hace que cada proyecto sea muy diferente también.
Dicho todo esto, tengo muy gratos recuerdos de ese diálogo con artistas muy diversos como: Ignacio Pérez-Jofre, Silverio Rivas, Din Matamoro, Elena Fernández, Mar Vicente, Antón Cabaleiro, Amaya González Reyes, Jorge Castillo, Samuel Castro, Belén Uriel, Juan Delgado, Juan Adrio, María Galán, Rosa Úbeda, Juan Ortí, Eduardo Alonso, Guillermo Aymerich, Álvaro Negro, Miguel Vázquez o Ángel Garraza.
Una experiencia totalmente diferente es la de montar exposiciones con artistas ya fallecidos. Como director de la Fundación Laxeiro, he montado numerosas exposiciones de Laxeiro y también de otros compañeros suyos de generación. En este caso, la reflexión se centra, como siempre, en esos elementos que conforman la retórica expositiva y, dentro de ese proceso, se dan casos en los que se pretende transmitir una visión muy fiel de lo que el artista hubiera hecho y en otros, se pretende forzar esa visión, desplazarla hacia otros ámbitos, para proponer así nuevas lecturas sobre una obra que es ya clásica dentro del siglo XX.”
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