Actualidad 04 mar de 2021
por ARTEINFORMADO
Jesús Rafael Soto. Vibration, 1961. Madera, yeso y metal 100 x 100 x 17 cm. Foto Oriol Tarridas.
“Arte es todo aquello que conmueve y que no imita a la vida, si no que la completa y perfecciona”, señala la española Ruth Baza, una de lxs tres coleccionistas que esta vez presentan las obras de las que nunca se desprenderían.
Los otros dos son la cubano-venezolana Ella Fontanals-Cisneros, creadora de la Cisneros Fontanals Art Foundation (CIFO), que a punto estuvo de recalar en Madrid, y el argentino Guillermo Ruberto.
La coleccionista cubano-venezolana Ella Fontanals-Cisneros ha elegido Vibration, una obra de Jesús Rafael Soto de 1961. ¿Las razones? “Cuando yo comencé a coleccionar, por los años 1970´s, tenía una inclinación marcada por una estética mucho más figurativa, el arte europeo de los siglos XVIII y XIX, también el surrealismo... Siempre me interesaron los maestros latinoamericanos modernos, como el chileno Roberto Matta, Leonora Carrington, el mexicano Rufino Tamayo. Pero en el año 1983 tuve una experiencia reveladora en FIAC, París, con una obra del venezolano Jesús Soto. Esto ocurrió 40 años atrás, cuando ni Soto ni sus contemporáneos geométricos de la región tenían aún un gran reconocimiento, ni tenían un espacio privilegiado en el mercado. La obra en cuestión era informalista, por su expresividad lograda a través de elementos metálicos tridimensionales, de apariencia herrumbrosa y espontánea. Sin embargo, el fondo era un tablón de madera enyesado y pintado, con un efecto visual de movimiento. Una amiga mía me había llevado a verla, y me explicó lo peculiar que era esta pieza, y sus valores estéticos. Mi reacción inicial ante ella fue de amor-odio. ¿Cómo era posible que algo fuese tan ajeno a mi gusto en arte, y a la vez me resultara tan cautivante, tan seductor? Me marché sin comprarla, pero me quedé barruntando y barruntando, y finalmente tuve que regresar. Hoy tengo que reconocer que esa obra no solo venció mis recelos del principio, sino que me abrió un apetito y una curiosidad por el arte geométrico, óptico y el cinetismo que fue el origen de mi colección como se conoce hoy. La he prestado a importantes instituciones como el MET en New York o el Guggenheim de Bilbao. Pero sigue hoy conmigo, y cuando recorro mi almacén la vuelvo a descubrir cada vez, con la misma sorpresa y fascinación de hace 40 años."
También el coleccionista argentino Guillermo Ruberto nos apunta una “obra del gran maestro argentino Antonio Berni (1905-1981), comprada hace más de 20 años en una subasta especial del Banco de la Ciudad de Buenos Aires (hoy Banco Ciudad). Esta obra era tapa del catálogo y la pude comprar después de una intensa puja. Es la misma modelo de la paradigmática “Chelsea Hotel”, y de la misma época, año 1977, que se exhibe en el MALBA (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires). El motivo por el cual no la vendería es porque la considero una de las obras más importantes de mi colección, de una muy buena época y de muy difícil reposición. Además de la carga emotiva que supuso para mí en el momento de la compra.”
Y la escritora, coleccionista y asesora artística española Ruth Baza, tras reconocer que, para ella, “coleccionar es tan indispensable como respirar", que “no recuerdo ninguna etapa de mi vida en que no haya coleccionado algo” o que “mi colección es una amalgama de emociones atadas a objetos tan precisos como ineludibles”, nos identifica al menos tres obras de las que nunca se desprendería. Elegimos la de Antonio de Felipe (Valencia, 1965). Las otras dos señaladas eran de Keith Haring. “Se trata -refiere Ruth- de un retrato, a priori, simple y pueril, quizá improvisado, quizá de inmediata solución, que me hizo el artista Antonio de Felipe en 1994 usando únicamente 4 colores extraídos de 4 rotuladores, sobre cartulina brillante.
Retrato en fucsia, amarillo, rojo y azul. Tonos fluorescente pero no exagerados. Un retrato sobrio, vitalista, natural, sencillo, de trazos ondulantes. No hay ni una sola línea recta. No hay pérdida ni fingimiento, porque es una dedicatoria, un acto reflejo del artista más acostumbrado al lienzo y los grandes formatos. Firmada por el artista en azul, ‘Para Ruth con cariño, A. de Felipe’. Considero esta obra informal de De Felipe, no solo un acto de amistad, si no una especie de retorno espontáneo a los orígenes, la infancia, la ingenuidad, la inocencia, al nacimiento de su arte. Una suerte verme convertida en muñeca de papel por obra y gracia de un artista Warholiano que como su padre adoptivo ha hecho de lo comercial arte y arte de lo mundano.
No me desprendería de esta obra porque es la ofrenda de un amigo al que respeto, admiro y con el que he colaborado en el pasado. Porque es única, porque me representó sin estar yo delante, porque me la regaló sin pedir nada a cambio… Pero yo, me vengué y le pedí que posara para mí donde quisiera. No hizo falta que se lo pidiera dos veces. Salimos de su taller y me llevó al centro de Valencia. Mientras preparaba las cámaras, Antonio se quitó los zapatos y la camisa, y con los pantalones remangados por encima del tobillo se preparó para la sesión bajo el sol y dentro de las tripas de la estación. Iba de blanco en contraste con la barba sin afeitar varios días. Yo le fotografié en blanco y negro. Paradojas: colores para mí, blanquinegros para él. A partir de ahí, intuitivamente, escribí varios poemas, algunos personales, otros que formaron parte de textos para catálogos y publicaciones. Y él nos entregó otras obras…. Meninas, ángeles, petits y yoplaits.”
Ruth cierra su relato esperando que “sirva para mostrar y demostrar que arte no es solo pintura o papel o esculturas, arte es todo aquello que conmueve y que no imita a la vida, si no que la completa y perfecciona.”
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