#HistoriasdeArtistas: Carlos Pazos, Leandro Katz y Pedro Calapez

Actualidad 10 feb de 2021

por ARTEINFORMADO

       

Imagen de la exposición "Lugares de Pintura" de Pedro Calapez en el CAB de Burgos, 2005 - Cortesía de Pedro Calapez

Imagen de la exposición "Lugares de Pintura" de Pedro Calapez en el CAB de Burgos, 2005 - Cortesía de Pedro Calapez

Tres veteranos y reconocidos artistas, el español Carlos Pazos, el argentino Leandro Katz y el portugués Pedro Calapez contestan, para los lectores de ARTEINFORMADO, a la pregunta sobre ¿cual fue tu mejor experiencia profesional?
“Con el arte, en vez de ganarme la vida, como haría un profesional, casi me la dejo”, confiesa Pazos. Katz recuerda “claramente el pánico que sentí en un principio al recibir el plano gigantesco del espacio, y el desafío que esto representaba”. Y Calapez llega a decir en referencia a la comunión de pensamientos que sintió con el comisario Mariano Navarro que “hablar de arte se convirtió en algo íntimo entre nosotros.”

El catalán Carlos Pazos (Barcelona, 1949) empieza señalando que “aunque no me ofende el tratamiento, no me siento un profesional del arte, sino más bien un tierno “hooligan”, un “fantasista” que llegó a él más por eliminación que por vocación. No me considero un marginal, pero sí alguien voluntariamente apartado de su “mundo”. En resumen, con el arte, en vez de ganarme la vida, como haría un profesional, casi me la dejo.”

“Es cierto, no obstante, que he pasado más de 50 años sumergido en las aguas de las artes y he conocido y trabajado con demasiadas galerías, he batallado con muchos comisarios y me he peleado con algunos coleccionistas.”

“He intentado basar mi relación con los galeristas en la amistad y la complicidad. De ahí que aún la conserve con algunos que ya no lo son, como Karin & Gianni Giaccobi -cerró sus puertas en Palma de Mallorca tras diez años de actividad-, Camille & Ike von Scholz -de Bruselas- o Ita y Chiqui Buades -durante 30 años en Madrid hasta 2003, en que cerró-, así como con un largo etcétera que siguen al pie del cañón.”

“Y quiero señalar que jamás podré olvidar a quien fue mi madre espiritual, Marisa Díez de la Fuente o Marisa Ciento (galería Ciento, Barcelona entre 1974 y 1991). No mencionaré anécdotas, hay muchas, para ejemplificar el temple, la categoría personal y el amor al arte y a los artistas que profesaba.  Sólo quiero resaltar que vivió conmigo mañana, tarde y noche, si era necesario, mis avatares, durante los casi 12 años que luchamos juntos.

"Esperaba ansiosamente, igual que las temía, sus visitas al estudio. Paseaba con su elegancia habitual, sin hacer jamás un comentario negativo. Cuando su mirada y sobre todo un silencio sobrecogedor se manifestaba, me daba cuenta de inmediato de que estaba siguiendo el rumbo equivocado. Por el contrario, cuando le parecía que había algún logro, lo comentaba apasionada y elogiosamente. Siempre acertaba. Siempre agradeceré su actitud radical y tolerante.”

“En cuanto al comisariado, difícil tarea elegir una sola compañía para relatar los largos y azarosos vericuetos de un largo viaje en el que ha sucedido de todo. Recordaré como uno de mis referentes a mi querido Ángel González García, que siempre insistió en que abandonara mis cachivaches y me pusiera a dibujar. Era muy amante de los dibujos, a los que recurro en pocas ocasiones, pues no pienso como él lo hacía, que tuviera talento suficiente para sacar partido a esa disciplina.”

"Sin duda la experiencia más clarificadora ha sido el trabajo con Manuel Borja-Vilell, comisario de mi retrospectiva en el Macba y en el Reina Sofia en 2007. Casi dos años de angustia e incerteza -tres en total llevó la preparación de la exposición- hasta encontrar el desatrancador de la muestra. Después avanzamos a piñón fijo. El problema para Manolo, era ‘que no me parecía a nadie’, pese a los referentes que pueden apreciarse sin duda en mi trabajo y en ello, junto con el constante ir y venir de mis planteamientos, en un vaivén circular no evolutivo, residía la dificultad de articular la presentación de largos años de trayectoria. Creo que ambos recordamos la experiencia con mucho agrado. Y en lo que a mi respecta puedo decir además que, gracias a ese mano a mano, me siento capaz de caminar en solitario en cuanto se refiere a ser capaz de plantear e instalar una muestra sin la, en ocasiones forzada, muleta comisarial.”

 

El octogenario Leandro Katz (Buenos Aires, 1938) nos comparte una de sus “mejores experiencias profesionales, la cual tuvo lugar en el espacio de Tabacalera, Madrid en 2017. Bajo el título ‘El rastro de la gaviota’ y la curaduría de Berta Sichel, de Bureau Phi, con el brillante diseño de El Vivero, Madrid,  a cargo de Florencia Grassi y Leandro Lattes, y las resoluciones fotográficas de Eduardo Nave, logramos responder exitosamente a las exigencias de un edificio tan maravilloso y cargado de historia como es el antiguo recinto de Tabacalera en el barrio de Lavapiés.”

“Esto fue gracias a la excelente comunicación que logramos establecer entre quienes participamos en la producción, y a la buena disposición de Begoña Torres González, de la Promoción de Bellas Artes del Ministerio de Cultura. Recuerdo claramente el pánico que sentí en un principio al recibir el plano gigantesco del espacio, y el desafío que esto representaba. Sin embargo, junto con Berta Sichel y El Vivero, a través de llamados internacionales, correos electrónicos y envíos en línea, coincidimos en producir una exhibición que a todos nos resultó simplemente fabulosa.”

“Imaginen ustedes verse ante el laberinto del espacio de exhibición propuesto, con amplios pasillos que se ramifican y conducen a distintos cuartos ocultos, con arcos imponentes que sugieren distintas narrativas, un espacio borgiano de senderos que se bifurcan. Fue entonces cómo a través del trabajo y la imaginación, el pánico de un principio se convirtió en seducción, en una feliz relación amorosa, y comenzamos a concebir distintos acercamientos. Cada rincón exigía lenguajes distintos: proyecciones, instalaciones, secuencias fotográficas o textos murales.”

“Y en especial, imaginen ustedes que casi todo fue realizado a través de largas transmisiones conceptualizando la exhibición con archivos, esquemas y dibujos detallados entre Buenos Aires y Madrid! Y que al final, al llegar a Madrid y verme ante el espacio real, ante los muros de la antigua fábrica, conocer su historia, observar detalles y en especial descifrar los herrajes de funciones misteriosas encastrados en sus paredes, para luego comenzar todas las labores de la instalación y arribar a la consumación de un verdadero amor por ese espacio, todo esto resultó en una epifanía brillante que recuerdo como una de mis mejores experiencias.”

“‘El rastro de la gaviota’ y sus referencias a los senderos que se bifurcan, coincidió por casualidad con la Feria de Arco, 2017, Argentina Pais Invitado, y por eso tuvo una excelente asistencia de público local e internacional.”

 

Y, finalmente, el portugués Pedro Calapez (Lisboa, 1953) nos apunta que “con Mariano Navarro tuve una de las mejores experiencias en la relación que se puede establecer entre un artista y un comisario. Nos conocemos desde hace unos veinte años sobre un proyecto propuesto por António Franco, que lamentablemente ya no está entre nosotros, para MEIAC, una doble exposición en la que el otro artista fue el sevillano Ignacio Tovar, patrocinado por la complicidad Norberto Dotor (Fúcares)."

“La exposición se desarrolló a partir de una idea de Mariano de que trabajaríamos alrededor de un año entre Sevilla y Lisboa, cada uno en su estudio, reuniéndonos cada dos meses, para discutir los tres el trabajo que los dos estaban desarrollando. El resultado fue la exposición “madreagua”, (MEIAC, Badajoz y luego en CAAC, Sevilla, 2002) que definitivamente influyó en la marcha de mi obra durante más de una década. También fue el comienzo de una amistad que continúa hoy.”

“Mariano fue el comisario de otra de mis exposiciones individuales, ya que escribió varias veces sobre mí, e incluso recientemente participamos de una conversación sobre mi trabajo en la galería Fernando Pradilla (2020). Recuerdo un momento de mi exposición individual, “Lugar de Pintura”, en el CAB de Burgos (2005). Habíamos preparado tres de los cuatro espacios y no sabíamos qué hacer. Paramos y nos sentamos afuera, mirando los tejados de Burgos y bebiendo cervezas frescas. Hablamos. Los temas surgieron sencillos: amistades, comida, política. De repente nos detuvimos y mirándonos al mismo tiempo dijimos: ¿y si ese trabajo se enfrentará a otro que empujara visualmente a un tercero a un lugar impensable? Fue un momento especial. Tal comunión de pensamientos sucedió porque hablar de arte se convirtió en algo íntimo entre nosotros, en el que las palabras necesarias para las imágenes se convirtieron en las imágenes necesarias para las palabras.”



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