Ensayo 04 dic de 2024
por Virginia Roy
Vista de la exposición «El río de todas las vidas» donde aparece la serie "Heridas y remedios" (2020-2024) en el Instituto Cultural Peruano Norteamericano (ICPNA), Lima, Perú. Fotografía por Juan Pablo Murrugarra. Imagen cortesía de la artista
La curadora Virginia Roy, reflexiona en torno a la serie Heridas y remedios (2020-2024), creada por la artista Adriana Ciudad, para dar cuenta de las múltiples dimensiones que estructuran esta obra: el cuerpo atravesado por el dolor y la metamorfosis de la maternidad, el cuerpo herido que encuentra su memoria en el tejido y la palabra, y el cuerpo sanado que se conecta con la naturaleza y los saberes ancestrales. A través de imágenes evocadoras, materiales simbólicos y textos cargados de significados, roy reflexiona cómo la obra de Ciudad nos invita a transitar por las complejidades de una experiencia profundamente íntima y, a la vez, universal: la creación y el cuidado de la vida, en su dimensión más frágil y sublime.
I. Cuerpo atravesado
«Siento el cariño, flores bellas, me dan ánimos. Acarician mi cuerpo desbaratado y adolorido». «Me siento sola, me pongo ansiosa».[2]
Una silueta blanca, sin rostro ni gesto, envuelta en un halo de protección rosa, contiene un círculo rojo en su barriga. No sabemos si es el origen o el fin, pero conocemos que es el centro de algo que está. A su lado, otra tela perfila un cuerpo negro, que se mantiene en suspensión. Ignoramos si cae o se recoge, si está en equilibrio o su peso cederá. Y así aparecen y se presentan sucesivamente varias composiciones de figuras en las ocho pinturas sobre tela de gran formato que conforman la serie Heridas y remedios (2020-2024), creada por la artista Adriana Ciudad.
La producción de Ciudad aborda la maternidad y la radical experiencia que esta supone, exponiendo tanto la transformación física que implica, como las inevitables derivas afectivas y psicológicas que despierta. En Heridas y remedios, la artista referencia la secuencia cíclica del puerperio a través de varias imágenes: desde el inicio mismo del parto hasta el acto de dar a luz y la subsiguiente recuperación durante la cuarentena. Las figuras reflejan las inquietudes y preocupaciones que la mujer experimenta al dar a luz, las que el sistema patriarcal tradicional ha silenciado o minusvalorado hasta la fecha. Vemos cuerpos femeninos pariendo, cuerpos tras la evidencia del esfuerzo y cuerpos uniéndose con el nuevo ser. Como la artista relata, el acontecimiento de la maternidad es un tránsito de sombras y luces, de momentos que combinan ansiedad con dolor y, paralelamente, un vínculo único e insustituible con la vida nueva.
La serie surge de la vivencia como madre de Ciudad, centrada en la experimentación de los límites físicos del cuerpo, atravesado de parte a parte por el alumbramiento. Las pinceladas develan la fuerza irreductible del impulso reproductivo, pero también la simultánea vulnerabilidad y fragilidad del cuerpo roto que lo vehicula. Así, en el momento del alumbramiento, el bebé establece por primera vez el límite de lo conocido. Ese contacto con el cuerpo materno como delimitación del mundo es lo que Julia Kristeva ha definido como continente materno: «La piel es el primer continente. El límite arcaico del yo”.[3] No existe nada fuera de esa piel. De hecho, recordamos que la etimología misma de la palabra 'continente' es la del término latino continens terra (“tierras continuas”) y, su significado, el de “mantener juntos».
Ciudad pinta sobre telas como si fuesen pieles o membranas, realizadas a escala casi natural. Flotando, colgadas del techo de la sala, se suceden unas con otras, en interpelación directa al espectador, que transita entre un bosque de texturas. En una instalación envolvente nos sumerge en el interior del vientre, en la expulsión de lo que lo llena y en la transformación de los cuerpos. Rodeada por las imágenes, la visitante traspasa el ciclo entero del puerperio en sus diversos momentos de mutación corporal, del mismo modo que una serpiente cambia su piel. De hecho, la artista ha explorado ya la relación entre animalidad y maternidad en algunas de sus obras. A veces, representando mujeres con cola de escamas, según el imaginario de la serpiente; otras, por medio del cuervo, ya como mera figura alada ya como el mismo animal transportando niñes. Con la presencia de estos animales, Ciudad no alude solo a la inevitable metamorfosis y cambio de la mujer. Incide, sobre todo, en los procesos de reconstitución y renovación que implica la maternidad para el cuerpo que genera vida. Una reflexión que plantea también la cadena del florecer y el regenerar como un espacio de liberación personal femenina. En palabras inscritas por la propia artista sobre una de las piezas: «Seco mi sangre y me lamo la herida”. Soy el ciclo de la vida que continúa.
II. Cuerpo herido
«Canelita, mi cuerpo se siente raro, tengo escalofríos. Tomarte caliente me reconforta. No seas malita, ayúdame a sanar la herida en mi panza».
«Mirarte a los ojos adormece mi herida».
El achiote es un pigmento natural que se extrae de la semilla del Bixa orellana, una planta originaria de América Tropical que se emplea en alimentación y en cosmética. Se conoce por sus propiedades curativas antioxidantes y antiinflamatorias, y ya se usaba en la época prehispánica por sus capacidades de sanación.
En Heridas y remedios, Ciudad pinta, sobre la tela de sábanas, un soporte en clara alusión a la ropa de cama como el espacio tradicionalmente asociado al parto y al espacio íntimo y doméstico del hogar. Las sábanas están pintadas, pero también teñidas con achiote. El rojo de la tinción del pigmento, en evocación directa a la sangre, se esparce por los bordes y extremos de los dibujos, tanto arriba como debajo de la superficie. Así, las figuras quedan delimitadas por manchas rojas que escurren en la tela y connotan las imágenes.
A su vez, cada representación se acompaña de frases escritas en las telas. Las palabras, bordadas en hilo rojo, se inscriben como las cicatrices en la piel, cosiendo y atravesando la superficie del tejido. De esta manera, el cuerpo permea la representación para obtener corporeidad. Devienen cuerpos acariciados, cuerpos en equilibrio, cuerpos que expulsan y mutan.
Las frases que se inscriben en carmín remiten a los trasiegos propios de la maternidad: la falta de sueño, el dolor, el colapso, la carencia de leche, la frustración y la culpa y, sobre todo, la soledad. Ciudad ahonda en el cuerpo inciso y roto que comporta el dar a luz. Como menciona la escritora mexicana Jazzmina Barrera: «Pensar en el parto como el momento de una partida: cuando alguien parte de ti. El momento de una partida y el momento de una partición. El momento de partirse en dos».[4]
El parto se ha tratado comúnmente como una enfermedad, un proceso clínico y aséptico. Su preparación y sus procedimientos o posibles complicaciones se alojan sistemáticamente en la estructura de lo médico, normalmente minimizando el impacto afectivo o psicológico que conlleva. Una cadena de productividad: algo que sucede y se resuelve. En varios países de Latinoamérica, parir se denomina coloquialmente aliviarse. La propia expresión relaciona el dar a luz como la liberación de una molestia, de algo incómodo. El cuerpo contiene una carga que debe hacerse liviana. Anne Boyer ha analizado la importancia de la nomenclatura en los procesos de enfermedad. En Desmorir, una reflexión sobre la enfermedad en un mundo capitalista, la escritora y profesora examina la complejidad y el trauma de simplemente nombrar el diagnóstico de la enfermedad y la carga mental que implica asumir el nombre del padecimiento que se está sufriendo. En su libro, expone su propia vivencia, pero también recoge testimonios de mujeres enfermas para incidir en el trauma y la grieta del lenguaje. Entre ellas, la poeta feminista Audre Lorde: «Mi labor es habitar los silencios con los que he vivido y llenarlos de mí misma hasta que suenen como el más brillante de los días y el más ensordecedor de los truenos». [5] Sus palabras resuenan en varios de los traumas y silencios que anidan en la maternidad, que enmudecen y callan los desgarros que conlleva el maternar. ¿De qué manera ubicar y entender en la máquina esterilizada capitalista ese cuerpo desajustado? ¿Cómo llamar o denominar la experiencia atravesada de la maternidad?
En las obras de Ciudad, el diálogo entre las imágenes y las frases bordadas propone un acercamiento sincero y sensible a la cotidianeidad del maternar, al daño y la ilusión con los que se convive. Y plantea aproximarse a procesos de sanación y cura de las múltiples heridas abiertas. Las piezas de Heridas y remedios reflejan la tensión existente entre la noción adquirida de una maternidad social, cultural e histórica y la vivencia íntima que se hace propia. Un desajuste de roles y expectativas que emergen con la llegada del niñe. La escritora mexicana Rosario Castellanos ya escribió sobre esta escisión que entraña el tener a otre:
«Su cuerpo me pidió nacer, cederle el paso,
darle un sitio en el mundo,
la provisión de tiempo necesaria a su historia.
Consentí. Y por la herida en que partió, por esa
hemorragia de su desprendimiento
se fue también lo último que tuve
de soledad, de yo mirando tras de un vidrio.
Quedé abierta, ofrecida
a las visitaciones, al viento, a la presencia».[6]
Parte de la investigación de Adriana Ciudad enfatiza los vínculos que se generan en comunidad y las relaciones afectivas que se dan como espacio de cuidado. En Heridas y remedios, alude al aislamiento y la soledad que conlleva la maternidad para resaltar la necesidad de una comunidad de sostén y apoyo. Esto es, sacar el maternar del ámbito de lo privado e íntimo para señalar la necesidad de establecer lazos que sostengan una experiencia en común, donde compartir saberes y vivencias. La maternidad se plantea como una posibilidad colectiva de hospitalidad, más allá de lo individual. Por eso, apela en sus pinturas a la tribu, esa red y tejido social primitivo donde refrendar conocimientos y modos comunes de maternar.
III. Cuerpo sanado y conectado
«Ruda maravillosa, me siento desbaratada después de parir. Dame de tu fuerza y protégeme para poder recuperarme».
El vínculo con la Tierra y la integración con la Naturaleza se halla también presente en las obras de Ciudad. En la serie mencionada, varias imágenes trazan la presencia de elementos naturales como flores u hojas. O el delineado de algunos cuerpos se relaciona con los flujos de sangre y arterias que lo compone, que irradia vida y a la vez florece. También algunos dibujos y textos hacen referencia a plantas con capacidades curativas, como el hinojo, la canela, la hoja de coca o la ruda; hierbas que remedian males o dolencias.
Así, Ciudad remarca la importancia para la mujer de los saberes ancestrales sobre las plantas que se han ido transmitiendo generacionalmente. La conexión con la madre Tierra permite emplear antídotos de sanación fruto de la observación con la naturaleza y del aprendizaje de las plantas medicinales.
El territorio deviene en un organismo vivo al que pertenecemos, del que formamos parte y donde estamos conectados con diversas especies. Una interconexión de mundos cuya relación no debe basarse en la extracción y posesión propia de la estructura colonial. Existimos de manera relacional, como comenta la propia artista: somos un ecosistema de seres que necesita cuidarse entre sí. Propia de la mentalidad moderna progresista y desarrollista, nuestro vínculo con la naturaleza ha sido históricamente como mera proveedora de recursos, enfocada en la explotación para la obtención de materia prima y en la subsecuente destrucción de la biodiversidad del ecosistema. En paralelo, la hegemonía epistémica ha llevado a considerar la ciencia moderna occidental como paradigma del conocimiento, olvidando los saberes propios del territorio, sus costumbres y ecologías.
Como la artista suiza Ursula Biemann ha destacado: «Los territorios, en el entender indígena, no son meras superficies de tierra delineadas, sino entidades vivas, sensibles y cognitivas conformadas por múltiples relaciones. Su noción del territorio está fuertemente vinculada con el conocimiento, la sabiduría, la percepción y el cuidado, y esta actitud genera una relación completamente diferente con el mundo vivo».[7] El territorio deviene cognitivo ya que «el conocimiento no se entiende, como un ejercicio teórico, sino como una experiencia de cognición encarnada».[8]
Por tanto, acontecen otras relaciones con la naturaleza que no son meramente epistémicas. En sus análisis sobre ecología política, la antropóloga peruana Marisol de la Cadena habla sobre los «seres tierra», figuras entendidas como las presencias y creencias que provienen de las relaciones de vida locales.[9]
En un magnífico ejercicio mágico/real, la escritora argentina Dolores Reyes relata, en su novela Cometierra, la historia ficticia de una niña que, al tragar tierra, puede ver el lugar donde se encuentran les muertes. En su intensa conexión con la tierra, esta permite a la niña ver los cuerpos que ya forman parte del mundo subterráneo, del mundo bajo suelo. La ingesta de la arena del territorio la vincula con lo que sucede en él, la une con las capas de sedimentos y organismos que lo configuran y también con la violencia que subyace dentro. Se conecta y habla con la tierra de la manera más directa, carne con carne, carne con tierra. «Empecé a comer tierra por otros que querían hablar. Otros, que ya se fueron».[10]
El comer o ingerir elementos naturales (aunque para otros fines) se reproduce en la obra de Adriana Ciudad como una manera de conexión y relación con la naturaleza. Así, diversas plantas se introducen en el organismo para fulgir como remedios restitutivos. Los cuerpos adoloridos y atravesados se encuentran de nuevo consigo mismos, sanan y se religan psicológica y físicamente. El magma de fluidos y la maraña de tejidos se rehacen. Como refleja una de las frases inscritas en las pinturas de Ciudad: «Necesito volver a mí». Recuperando la fuerza, el cuerpo que materna deviene una recomposición permanente, curativa y siempre cíclica.
Frase de la artista gráfica argentina Mack.
Cada capítulo de este texto inicia con frases extraídas de la serie "Heridas y remedios" de Adriana Ciudad.
Julia Kristeva, "Sentido y sinsentido de la rebeldía. Literatura y psicoanálisis" (Santiago: Editorial Cuarto Propio, 1999), 101
Jazmina Barrera, "Linea Nigra" (Logroño: Pepitas de calabaza, 2022), 26
Anne Boyer, "Desmorir. Una reflexión sobre la enfermedad en un mundo capitalista" (México: Editorial Sexto Piso), 16
Rosario Castellanos, "Obras, II. Poesía, teatro y ensayo" (México: Fondo de Cultura Económica, 2014), 189-190
Ursula Biemann, "Devenir Tierra" (México: Museo Universitario Arte Contemporáneo, 2024), 32
Op. cit., 32
Marisol de la Cadena, "Earth being: ecologies of practices across Andean worlds" (Durham/Londres: Duke University Press, 2015)
Dolores Reyes, "Cometierra" (Buenos Aires: Sigilo, 2019), 11
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