Actualidad 17 oct de 2024
por Diego del Valle Ríos
Daniela Ortíz, "Olivo palestino" de la serie "La rebelión de las raíces" (2022-2023). Pintura acrílica sobre madera; 20 × 30 cm. Imagen cortesía de la artista
A un año del genocidio palestino que ha detonado una política cultural de silenciamiento en el sistema global del arte contemporáneo, conversamos con la artista Daniela Ortíz a propósito de la censura, bloqueo y rechazo de su trabajo por parte de múltiples instituciones culturales europeas debido a su apoyo abierto a la liberación del pueblo palestino.
Cusco, Perú – La relación entre el arte y la censura no es nueva. Responde a políticas culturales que estructuran a las instituciones las cuales controlan el acceso al sistema del arte, casi siempre en relación a élites político-económicas que apoyan dichos espacios. Desde hace un año, se ha puesto en marcha una política cultural fascista de silenciamiento. Así lo han ido denunciando múltiples voces como la Campaña Palestina por el Boicot Académico y Cultural a Israel (PACBI por sus siglas en inglés), los colectivos Contranarrativas, Art No Genocide Aliance (ANGA), Writers Against the War on Gaza (WAWOG), Collecteurs y Jewish Voice for Peace (JVP), por mencionar algunos. Dicha política cultural fascista de silenciamiento es impulsada por universidades, museos, festivales, bienales y galerías, sobretodo del Norte global, buscando deslegitimar críticas sobre la colonialidad que afecta a Palestina, con aras de eliminar, a través del miedo y la censura, el pensamiento crítico antagonista así como sabotear los gestos de solidaridad. Controlando el discurso, se busca imponer un régimen que, a través de la manipulación, fomente la desmemoria y niegue la imaginación política en torno a la emancipación anticolonial desde el arte.
Los ejemplos de ello son varios, por mencionar algunos casos: el despido del editor de Artforum, David Velasco, en octubre de 2023 por publicar a través de la revista una carta en repudio al genocidio firmada por cientxs de trabajadores culturales internacionales; la cancelación de la exposición de Ai Weiwei en noviembre de 2023 en Lisson Gallery después de que éste publicara en sus redes sociales comentarios en apoyo al pueblo palestino; o la cancelación de la primera retrospectiva en EE.UU. en la Universidad de Indiana de la renombrada artista palestino-estadounidense Samia Halaby, tras criticar los bombardeos israelíes sobre Gaza.
Poco de esto ha sido documentado en español. Donde más encontraremos información sobre ello es en medios de habla inglesa como Hyperallergic o Democracy Now! los cuales han documentado una serie de censuras, castigos y despidos que las instituciones culturales han llevado a cabo en apoyo al sionismo y al capital global occidental. Desde octubre de 2023, artistas que apoyan la causa palestina han experimentado una creciente presión coercitiva, tanto en Europa como en Estados Unidos, para guardar silencio y tener la debida precaución en cuanto a sus posiciones públicas para no poner en riesgo sus carreras profesionales dentro del arte contemporáneo.
Daniela Ortiz, es una artista latinoamericana que ha enfrentado dicha política cultural fascista de poder blando. A lo largo del último año, su trabajo ha sido rechazado en múltiples ocasiones por instituciones culturales europeas que, paradójicamente, promueven la libertad creativa. Su historia ilustra cómo los museos, detrás de discursos públicos sobre inclusión y apertura, se alinean con las tensiones geopolíticas internacionales, condicionando las carreras y discursos de muches artistas y creadores a obedecer lo que dicta una élite de directores, coleccionistas, patronos y empresarios que apoyan el régimen sionista.
En una reciente entrevista con Arteinformado, la artista relató tres momentos en los que ha enfrentado la política cultural del silenciamiento. La primera se dio en torno a uno de los museos más grandes e importantes de Francia el cual bloqueó la adquisición de su obra, a pesar de haberla reservado durante 7 meses. «Justo después del 7 de octubre la junta directiva del museo tuvo una reunión como parte del proceso final de adquisición de mis obras y otras para su colección. Prohibieron la adquisición de mi obra sin dar ninguna explicación clara». Sin embargo, en una conversación no escrita, una persona del museo hizo alusión a que la obra no fue adquirida pues era un momento «tenso» políticamente.
El silencio y la falta de rastro documental parecen ser tácticas recurrentes en estos casos. La artista asegura que les directores y curadores de museos prefieren hacer llamadas telefónicas o reuniones presenciales para evitar dejar huella de sus decisiones. «Saben perfectamente lo que han estado haciendo», añade, lo que revela una estrategia sistemática para desarticular cualquier posible denuncia pública o legal que se ha sostenido a lo largo de un año de genocidio. «Por ello no puedo denunciar públicamente a dicho museo francés», asegura.
El apoyo público de la artista a la causa palestina es evidente en su trabajo. Su compromiso se refleja en obras como una de las series que forma La rebelión de las raíces (2022-2023) realizada en solidaridad con les artistas que fueron censurades durante la Documenta 15 en Alemania, así como en la obra compuesta por un bordado y un collage que honran a Faris Odeh, el niño palestino que se hizo famoso como símbolo popular de la resistencia palestina por una fotografía en la que se le ve lanzando una piedra contra un tanque israelí durante la Segunda Intifada. Su trabajo se articula como una herramienta de memoria, denuncia y testimonio la cual moviliza cuestiones sobre la justicia y honra a figuras históricas vinculadas a resistencias anti-coloniales y anti-imperialistas que forman parte de la historia de países colonizados. Entre dichas figuras se encuentran las Abuelas de la Plaza de Mayo, la comunista Olga Benário o el líder independentista congolés, Patrice Lumumba.
«Muchas de mis obras de arte son en apoyo a la lucha palestina. Por ejemplo, en mi serie de Matrioskas, Los hijos de los comunistas (2023) hay una pieza que honra a médicxs palestines formades en Cuba, que ahora arriesgan su vida en Gaza; también hay otra que honra la lucha de Leila Khaled, activista política palestina y militante del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) y a Fusako Shigenobu, cuya hija May fue criada y protegida por el FPLP durante todo el tiempo que se vieron obligadas a vivir en la clandestinidad debido a la persecución sionista», comenta, destacando cómo su compromiso político atraviesa su práctica artística. Continúa, «Así mismo, durante mi residencia en Darat Al Funun, un centro de arte palestino en Ammán, creé una obra sobre la persecución y censura hacia les palestines por parte del gobierno jordano, y su rol en la invasión de Palestina. También menciono a Palestina en mi libro El ABC de la Europa racista, con figuras como Ahmad Sa'adat, líder de la resistencia palestina, parlamentario y secretario general del FPLP, así como referencias al papel de G4S en Israel, la compañía de seguridad británica que colabora con Israel en gestionar las prisiones donde las y los presos políticos palestines son mantenides sin cargos ni juicio y sujetes a torturas, violación y malos tratos».
Pero esta defensa de los derechos palestinos ha tenido repercusiones más allá de las fronteras francesas. En 2023, su obra fue retirada de una muestra colectiva en el Kölnischer Kunstverein en Alemania, tras la presión de grupos sionistas. Durante ese mismo periodo, el Museo Ludwig de Colonia decidió no adquirir su serie La muerte injusta de Jesús y los tres ministros como testigos después de acusarla de "antisemitismo" por participar con una obra en solidaridad con Palestina presentada en otra exposición en la misma ciudad. «Es curioso cómo, aunque me acusan de algo "tan grave", mantuvieron mi obra en la muestra hasta el final. Esto tiene mucho que ver con castigar económicamente a les artistas como método de control de contenidos, aprovechando, además, la falta de derechos laborales que tenemos», señala. Cabe recordar que un aspecto clave de esta política de silenciamiento es la distorsión de la memoria del pueblo judío, utilizando la falsa equivalencia entre anti-sionismo y antisemitismo para silenciar voces antagonistas a la normalización del genocidio. De este modo, se reduce la diversidad del pueblo judío a aquelles que apoyan el proyecto de supremacía etno-religiosa de la extrema derecha que forma al Estado de Israel, construyendo así una narrativa que presenta a Israel como víctima y a sus críticos como amenazas abusivas.[1]
Otro episodio que marcó recientemente su carrera ocurrió este año en la Bundeskunsthalle de Bonn, donde su obra El ABC de la Europa racista fue acusada de antisemitismo por figuras como el político Volker Beck debido a que esta se posicionaba explícitamente a favor de la liberación del pueblo palestino y en contra de la violencia genocida. El museo, en lugar de retirar la obra, convocó a un comité "especializado" (integrado por Nicole Deitelhoff y Meron Mendel, quienes también fueron figuras claves en la censura de la Documenta 15), el cual decidió colocar cartelas explicativas al lado, reinterpretando su contenido desde una perspectiva sionista. «Sin avisarme, decidieron poner cartelas al lado de mi obra acusándola de antisemitismo, con un texto explicativo desde una visión eurocéntrica, racista y colonial», critica la artista, molesta por la unilateralidad de la decisión la cual se tomó sin escuchar su punto de vista.
Estos episodios de censura y bloqueos no solo afectan la carrera de la artista, sino que evidencian una problemática mayor: la creciente política cultural de silenciamiento que se normaliza en el mundo del arte contemporáneo cuando se trata de posiciones políticas incómodas para las instituciones. «Las instituciones culturales europeas no son ajenas a las tensiones políticas globales. De hecho, forman parte de una estructura colonial que busca silenciar ciertas voces», afirmó. «Esta censura, en su opinión, es una extensión del control imperialista que sigue operando en Europa y Estados Unidos, incluso dentro de espacios que se consideran "progresistas"».
Hay tal miedo y control, que incluso colegas del mismo sistema del arte internacional, reconocides curadores y directores de instituciones y museos, le han recomendado «cuidar» su carrera y «bajar poquito el tono» de su posicionamiento político. Para Ortiz, esto es un indicativo de la cooptación y manipulación que hacen las instituciones artísticas del Norte global del pensamiento decolonial, cuya raíz son las luchas por la liberación de los pueblos del sur. «Quieren hacer creer que la llamada "decolonización de los museos" se va a dar con una mera charla o con una simple exposición de forma aislada a los procesos sociales, sin embargo, la "descolonización" de un museo solo puede llevarse a cabo dentro de un proceso revolucionario, antiimperialista, anticolonial y anticapitalista,» asegura.
Para la artista, y muches trabajadores culturales más, la muestra del despliegue de esta política cultural de silenciamiento es el fracaso que significó la 60ª Bienal de Venecia a cargo de Adriano Pedrosa. Siendo uno de los eventos recientes más grandes del arte contemporáneo que se posicionó en torno al pensamiento decolonial, la Bienal fracasó en cuanto a solidaridarizarse con el pueblo palestino pues permitió la presencia del Pabellón de Israel, el cual, incluso, ha publicado ya su catálogo con el logo de la bienal. «Muchísimes artistas que desplegaron discursos y estéticas decoloniales como parte de su trabajo en la bienal, no fueron ni siquiera capaces de firmar la carta escrita por ANGA en solidaridad con Palestina exigiendo el cierre del Pabellón de Israel», recuerda con enojo, y nos advierte: «Estoy segura que en 5 ó 10 ó 15 años, cuando no sea un riesgo hablar sobre este fatídico evento, veremos a artistas, curadores y museos instrumentalizando los cuerpos de todos los muertos en Gaza para su beneficio; cuando el olor a muerte ya no esté presente pero llegue el olor del dinero, hablarán sobre esto. Cuando no implique un riesgo para sus carreras profesionales, harán sus obras, exposiciones, bienales y programas públicos para dictar, desde la cultura en alianza con el poder imperialista, la narrativa que construirá la memoria de este genocidio».
Para les artistas comprometides con causas como la palestina, el desafío es doble: no solo deben luchar por ser escuchades y sostener sus carreras en un sistema que precariza la producción artística, sino también luchan por evitar ser silenciades por las mismas instituciones que tienen el deber de amplificar sus voces. «El arte es político, siempre lo ha sido, y quienes niegan esta realidad están negando la historia misma del arte», concluyó.
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NOTAS
[1] Para más información crítica del sionismo, consultar el Instituto de Estudio Crítico sobre Sionismo.
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