Creación 04 dic de 2017
por Alejandro Alonso Díaz
Rubén Grilo, Sincerely Yours (Inner), 2016. Vista de Instalación en Union Pacific, Londres. Modelado de arcilla y arcilla para automóviles sobre espuma de poliestireno extruido, madera, yeso vegetal y heno. Cortesía del artista y Union Pacific.
Los elegidos son Beatriz Olabarrieta, Rubén Grilo, Fran Meana, Adrià Julià, June Crespo, David Ferrando Giraut, Laida Lertxundi, Esperanza Collado, Diego Delas y Álvaro Urbano.
“Creer en el poder del arte para cambiar la sociedad supone creer en el potencial de una empatía con la materia. Quizás esta sea una creencia ingenua, pero aún así sigue fortaleciéndose en la convicción de que lo social necesita un nuevo lenguaje, un lenguaje por llegar”, asegura Alejandro Alonso.
El jovencísimo comisario español Alejandro Alonso Díaz (Santander, 1990) es uno de los invitados por ARTEINFORMADO, a propuesta de la Fundación Botín, cuyas Becas de Comisariado ha ganado en 2013 y 2014, para seleccionar “10 artistas a seguir” con la única condición de ser españoles o residentes en España. Aquí tiene las razones de su selección:
2017 es el año del 50 aniversario del verano del amor, un momento legendario en el que el autoritarismo fue desafiado por una revolución ideológica, sexual y social que celebraba el poder visionario de las sustancias alucinógenas. Corría 1967, y desde aquel momento las mentes artísticas comenzaron a ser reconocidas como una herramienta de movilización y cambio. Ya fuese en un garaje de Tennessee o en los ecos televisivos que llegaban a una España que todavía estaba por florecer, la semilla germinaría y futuras generaciones asumirían como propia la importancia del pensamiento artístico.
Sin embargo hoy, en un presente en el que la polarización política y la violencia institucional amenazan de nuevo, uno se da cuenta de que aquellos ideales sesenteros se han diluido o abandonado, mientras nuevos factores pervierten su imaginario, convertido ahora en un recuerdo distante. Esa utopía del pasado poco o nada tiene que ver con la realidad a la que nos enfrentamos ahora. Lejos de una contracultura envuelta en flores, nuestro mundo más bien está recubierto de cables, pantallas y conexiones; ambientes hechos de materiales inorgánicos en los que la capacidad de subvertir el status-quo no depende tanto de la propia presencia, ni del habitar las plazas. Ahora es el quehacer interdependiente, material e inmaterial, el que potencialmente daría lugar a una realidad en permanente construcción. Una utopía en la que el tacto, las superficies, los materiales y las formas sirven para encauzar la intencionalidad de las ideas. En la que solo a través de estos quehaceres podremos señalar de forma tangible lo que tendrá cuerpo, pero aún no lo tiene.
Este tipo de pensamiento elimina las estructuras jerárquicas entre las cosas, las personas y el mundo, pues desvela los procesos mediante los que se superponen, se combinan o se extinguen estas relaciones. Su cometido es el de generar una toma de conciencia entre lo intuitivo y lo sensual, lo consciente y lo sensorial, lo impulsivo y lo racional. Lo que para Clarice Lispector supone convertirse en plenamente perceptible es precisamente la transición de estas relaciones hacia un estado de las cosas más complejo.
Volviendo al presente, ese cuyo zeitgeist consumista e individualista contrasta con la contracultura de los años sesenta, el trabajo de los diez artistas seleccionados es especialmente relevante en el desempeño de estos quehaceres conexos. En lugar de afrontar el mundo exterior en términos de cambio rotundo, sus trabajos enfatizan el orden interior de las cosas, para así afectarlas. Por ello, el planteamiento que ha motivado mi selección parte fundamentalmente de dos preguntas: ¿cómo podemos generar situaciones y objetos que desencadenen intercambios reales entre las cosas, las personas y el mundo? ¿Como entender la materia como un espacio de relaciones que las trascienda?
Sin duda, los vínculos afectivos y el trabajo de estos artistas definen mi propia práctica. Los diálogos e intercambios con ellos afectan mi pensamiento a la vez que me permiten imaginar nuevos lenguajes desde la materialidad y la forma. Por eso, creer en el poder del arte para cambiar la sociedad supone creer en el potencial de una empatía con la materia. Quizás esta sea una creencia ingenua, pero aún así sigue fortaleciéndose en la convicción de que lo social necesita un nuevo lenguaje, un lenguaje por llegar.
Precisamente el trabajo de Beatriz Olabarrieta explora la posibilidad de nuevos lenguajes, tal vez más cercanos a la propia voz de los materiales que utiliza. Partiendo de esta premisa sus obras toman la forma de instalaciones, esculturas y textos en los que se despliega el potencial de ciertos materiales y objetos, que una vez liberados de las funciones de una vida anterior pasan a formar parte de guiones, narrativas y performances centradas en la voz intrínseca al objeto.
En el caso de Rubén Grilo, su obra se ocupa del objeto entendido como bien de consumo que llega a nosotros listo para ser adquirido. La superficie de sus obras desvela la alienación que hace posible que esos procesos de producción, distribución y consumo sean indetectables para el sujeto, haciendo tangible la ideología de lo transparente. Su trabajo visibiliza la especificidad mediante la que los lenguajes tardo-capitalistas niegan la percepción del consumidor.
De forma similar, Fran Meana está interesado por los procesos y las formas que desvelan aquello que las hace posibles. Prestando especial atención a la materia y a los trabajadores involucrados en sus procesos de producción; las industrias energéticas, la fermentación del queso o las técnicas de manufacturación tradicionales han ocupado un lugar central en sus trabajos más recientes. Buscando generar puntos de encuentro entre naturaleza y cultura, Meana detiene su mirada en aquello que implica un acto de negociación entre agentes humanos y no humanos, ya sean estos tecnológicos o naturales.
Adrià Julià también vincula acontecimientos aparentemente inconexos con el fin de examinar las lógicas de la globalización. Su trabajo, utiliza la imagen en movimiento como medio principal, para plantear lecturas alternativas sobre como se generan estructuras colectivas en los ámbitos de lo económico, social y político. Normalmente sus trabajos se articulan en torno a situaciones, reales o ficticias, que tienen una cierta pervivencia en el imaginario colectivo. Esto le permite descubrir el mundo de las imágenes como un territorio permeable, dónde el límite entre realidad y representación a veces pasa inadvertido.
Por su parte, June Crespo trabaja en el campo de la escultura produciendo una serie de volúmenes que enfatizan formas opuestas y tensiones materiales. Sus procesos de trabajo son casi ritualistas, volviendo de forma continua a ensamblar la disposición de los materiales y testando sus conductas. Mediante este método de trabajo Crespo genera una gramática propia de formas abiertas en la que lo definitivo apenas encuentra lugar, estimulando fricciones y encuentros efímeros. En el desarrollo de este ejercicio continuo y abierto, las propiedades físicas de los materiales desvelan una serie de vínculos respecto a ciertas sensaciones, estímulos o ideas que yuxtaponen lo sensual con lo violento, lo visceral con lo racional.
La práctica de David Ferrando Giraut se articula principalmente a través del trabajo en video, sonido e instalación. Sus últimos proyectos se han centrado en explorar los puntos de encuentro entre ciertos elementos naturales como el agua, la tecnología y la organización sociopolítica a través de la historia, y como esto define la identidad contemporánea. Para ello, Giraut crea tensiones entre representación y realidad que aluden a la manipulación de la experiencia estética por el capital. En sus obras recientes hay un especial interés por el desajuste entre el desarrollo científico-tecnológico y el estatus político actual.
Laida Lertxundi realiza películas en 16 mm que, mediante situaciones íntimas, revelan la magnitud de paisajes emocionales, para así especular sobre una realidad definida por lo afectivo y la subjetividad. En sus films, Lertxundi no trabaja con actores, reforzando así lo fílmico como un momento imbuido en la resonancia emocional. Su cine se recrea en la relación con el sonido mediante imágenes de hábitats naturales y entornos cotidianos que cuestionan la forma en la que se construyen los deseos y las expectativas del espectador.
También el cine en 16 mm es el medio principal de Esperanza Collado. Artista e investigadora, su trabajo pone en diálogo la imagen en movimiento con el cuerpo del individuo, generando situaciones fílmicas a través de movimientos coreografiados pensados para el espacio de proyección. Sus performances instalaciones y películas están concebidas para espacios previamente coreografiados por la artista, cuyo fin último es enfatizar la resonancia del cine en el espacio.
Diego Delas se interesa por lo vernáculo como un espacio donde se cruzan la memoria, la magia y la tradición. En sus instalaciones, Delas genera una serie de ficciones mediante formas e imágenes que nos llevan a reflexionar sobre cómo se construyen los imaginarios de las que beben y los saberes que producen. Estas ficciones parten de lo subjetivo y lo tangencial para rastrear aquellas memorias olvidadas e incorporarlas a un imaginario en permanente construcción. Mediante estos procesos su trabajo desencadena una serie de pensamientos, más o menos efímeros, acerca de la complejidad de lo mágico por medio de lo tangible.
Por último, Álvaro Urbano trabaja en la intersección entre arquitectura, ficción y utopía a través de medios como la instalación o la performance. Su práctica busca crear sinergias entre entidades vivas y estructuras inertes, con el fin último de negociar una empatía común a distintas formas de existir en el mundo. En sus obras, Urbano ejercita la posibilidad de posicionarse en otras posiciones a través de desestabilizar la funcionalidad de un espacio o una identidad, dando lugar a paisajes ficticios que hacen posible imaginar otras realidades.
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