Al otro lado del asombro

Opinión 27 feb de 2025

por Max Jorge Hinderer Cruz

       

Marcha en la ciudad de Barcelona en solidaridad con Palestina, 2024. Fotografía por y cortesía del autor

Marcha en la ciudad de Barcelona en solidaridad con Palestina, 2024. Fotografía por y cortesía del autor

En su primera entrega de tres columnas, el escritor, filósofo y curador Max Jorge Hinderer Cruz contrasta las visiones de los filósofos Theodor W. Adorno y Walter Benjamin como invitación a repensar el papel del arte en tiempos de crisis.
Ante el presente, abordar la compleja relación entre modernidad, fascismo y arte resulta inevitable: en un mundo donde la tecnología y las luchas globales, como la resistencia en Gaza, reconfiguran nuestra percepción, se hace urgente redefinir el arte y la memoria frente al resurgimiento del fascismo.

Aparentemente los pensadores de la llamada Escuela de Frankfurt, los Adorno, Horkheimer, Habermas y otros, sólo pudieron entender el carácter genocida de la modernidad, cuando su propio pueblo, el pueblo cuna de la "Ilustración", con un gobierno fascista electo en las urnas, incurrió en uno de los crímenes contra la humanidad más atroces de la historia, llevando a cabo un holocausto contra gente de su propia sangre y de su propia piel, asesinando millones de judíos alemanes y opositores políticos a mitades del siglo veinte. Parecería que necesitaban ver morir a los propios, los suyos, para comprender que la maquinaria genocida es parte constitutiva de la modernidad desde sus inicios, que subyace a la Ilustración en toda su amplitud, y que eventualmente podría tornarse también contra ellos mismos.

Paralizados ante la experiencia del fascismo, la propia tradición filosófica que se atribuye haber inventado la estética –la filosofía crítica alemana– finalmente no supo cómo continuar con el discurso sobre el arte y la percepción estética. Famosamente, Theodor W. Adorno sostenía en su ensayo Crítica de la Cultura y Sociedad de 1949, que «escribir poesía después de Auschwitz» sería «un acto de barbarie», dictando con ello una sanción moral definitiva sobre quienes se aventurarían a pensar distinto. 

Esta frase, muchas veces descontextualizada y mal interpretada, persiguió a su propio autor hasta el fin de su vida. Casi veinte años más tarde, en su obra principal Dialéctica Negativa de 1966, Adorno finalmente reconoce que «tal vez haya sido falso» su juicio sobre la poesía después del Holocausto, pero insiste en que «no es falsa la cuestión menos cultural» de si después de Ausschwitz se puede seguir viviendo, sobre todo de si puede hacerlo quien casualmente escapó y a quién normalmente tendrían que haber matado.

Arriba: Grada Kilomba, «O Barco», 2021. Instalación en forma de barco "negrero" que aborda la historia de la expansión marítima y la colonización europeas, invitando a considerar historias e identidades olvidadas. Abajo: Memorial del Holocausto judío, Berlín, Alemania

En contraste, un colega suyo, solo pocos años mayor, pero con la pluma mucho más aguda, no tuvo la suerte de sobrevivir al fascismo. En uno de los últimos escritos que redactó antes de quitarse la vida en 1940, acorralado entre las tropas de Hitler por un lado y las tropas de Franco por el otro, el filósofo y crítico cultural Walter Benjamin parece llegar a una conclusión radicalmente contraria al postulado de Adorno. «La tradición de los oprimidos,» escribe Benjamin, «nos enseña que el estado de excepción en que ahora vivimos es en verdad la regla (…) el asombro ante el hecho de que las cosas que vivimos [el fascismo] sean aún posibles en el siglo veinte no tiene nada de filosófico. No está al comienzo de ningún conocimiento, a no ser el de que la idea de la historia de la cual proviene ya no puede sostenerse».

La tradición de los oprimidos, de la que nos habla Benjamin en sus Tesis sobre la Historia, es también la historia de cinco siglos de luchas anticoloniales, de las resistencias negras e indígenas, de las cuerpas plebeyas y pobres. También existe un conocimiento crítico al otro lado del asombro de Adorno, un conocimiento revolucionario, comprometido con la búsqueda de justicia, sobreviviente de genocidios y de un estado de excepción permanente, que se desdobla entre la pluma de Guamán Poma de Ayala y el descuartizamiento de Tupac Amaru II, entre el Quilombo de Palmares y la Revolución Haitiana, entre la lucha Zapatista y la implementación de un Estado Plurinacional en Bolivia. Un conocimiento radicalmente opuesto a las políticas de exterminio que fundamentaron el surgimiento de la modernidad, que alimentaron la codicia colonial y su ideología imperialista, y ante las cuales las teorías y las historias occidentales, sus hallazgos, sus mitos fundacionales y sus narrativas de legitimación han permanecido en gran medida ciegas; o que, por eso mismo, han intentado encubrirlas deliberadamente. Es esa tradición de los oprimidos –su memoria, el resguardo y organización de su conocimiento– de la que Benjamin dice que relumbrará y nos guiará a la hora de enfrentar el fascismo.

Con respecto al arte, Benjamin habla de La obra de arte en la época de su reproducción mecánica, de un nuevo paradigma de la «organización de la percepción», inseparable de la organización política en la lucha contra el fascismo. A la «estetización de la política» que caracteriza el fascismo, el anti-fascismo responde con la «politización del arte». Ante la experiencia del fascismo, en vez de callar, hay que masificar la producción artística y reivindicar el «valor combativo» –el Kampfwert– de la percepción estética.

Registro del «atentado de los pechos», ocurrido el 22 de abril de 1969 durante la última conferencia de Adorno. Tres estudiantes le mostraron sus pechos, lanzándole rosas y besos para ridiculizarlo, en protesta por su traición al movimiento estudiantil al llamar a la policía para desalojar una toma del campus.

Según Benjamin, los cambios en la organización de la percepción están intrínsecamente relacionados a las transformaciones sociales y políticas. Junto a la percepción también cambia la forma de producción de conocimiento. En ese sentido, el cambio de paradigma en la producción y en la percepción del arte a comienzos del siglo veinte es tan inseparable de la lucha contra el fascismo, como lo es del conocimiento y de la tradición de los oprimidos.

Hoy, casi cien años después estamos enfrentando nuevamente la proliferación del fascismo a escala global, enfrentando nuevamente la normalización del odio y de la guerra, la normalización del genocidio, y con ello estamos viviendo un momento de cambio radical en la organización de nuestra percepción. Tanto de nuestra autopercepción como humanidad ante el genocidio contra el pueblo palestino en Gaza, como de las tecnologías cognitivas y la producción de conocimiento a través de la inteligencia artificial y la ubicuidad de dispositivos electrónicos móviles interconectados. Por primera vez en la historia, la comunidad internacional está siendo testigo de un genocidio trasmitido en vivo, en tiempo real, a través de los celulares de todo el mundo, desde hace más de quince meses sin parar. El genocidio contra el pueblo palestino en Gaza es una realidad global, nos acompaña todos los días, es el genocidio más detalladamente documentado de la historia y sus registros son accesibles de manera descentralizada en millones de dispositivos y memorias electrónicas alrededor del mundo, día y noche. De esa misma manera, esta condición cognitiva tiene la capacidad de generar alianzas solidarias y transversales entre los más diversos movimientos anti-imperialistas, antirracistas y anticoloniales en todo el mundo, creando así una suerte de consciencia política aguda y compartida que integra la solidaridad con el pueblo palestino con las organizaciones migrantes en España, las reivindicaciones del pueblo Sámi en Noruega, con el movimiento negro en las periferias metropolitanas del Brasil y las luchas trans-feministas en Argentina, por dar apenas algunos ejemplos.

Este dramático giro cognitivo traerá consigo un radical cambio en las políticas de la memoria, en la producción de conocimiento, en la educación artística y en la organización de la percepción, cuyo eje rector común –necesariamente– tendrá que ser la búsqueda de memoria, verdad y justicia. Habrá que «formular exigencias revolucionarias en la política del arte» –como decía Benjamin– crear nuevas alianzas y dejar atrás conceptos y agentes serviles a los intereses del fascismo y la proliferación del imperialismo, incluyendo los que se envuelven en el oportuno silencio de la complicidad y también los que sólo saben asombrarse. A los oportunistas los juzgará la historia; y los que hoy se detienen en el asombro, mañana no sabrán cómo mirarse la cara en el espejo.



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