Actualidad 22 nov de 2024
por Diego del Valle Ríos
Imagen promocional del documental «Tan inmunda y tan feliz» (2023) sobre la vida y obra de Hija de perra
Con su estética provocadora y sus discursos cargados de crítica social y humor ácido, Hija de Perra se erige como un símbolo anti-normativo que continúa inspirando nuevas generaciones en la lucha por la diversidad y el derecho al goce y la indocilidad.
El 25 de agosto de 2014, el arte y la disidencia latinoamericana perdieron a una de sus figuras más emblemáticas: Wally Pérez Peñaloza, más conocida como Hija de Perra. Nunca es tarde para recordar a un ícono. Travesti, performer y símbolo del underground chileno, su legado sigue siendo un grito irreverente contra las normas cisheteropatriarcales, una memoria viva en los márgenes del desierto cultural y político.
Hija de Perra emergió en la escena chilena durante la década de los 2000, un período marcado por las cicatrices de la dictadura y el avance del neoliberalismo. Usando su cuerpo como trinchera y su estética como arma, cuestionó los pactos sociales que invisibilizan a las disidencias sexuales. En sus performances y discursos, la sexualidad se convertía en un espacio político, desgarrando las imposiciones culturales que van desde el colonialismo hasta las políticas de género hegemónicas.
En sus palabras, la educación debía formar infancias libres de "impurezas genéricas impuestas". Este gesto era, más que una propuesta pedagógica, una apuesta por la memoria: reivindicar los cuerpos borrados de la historia oficial, aquellos que no caben en los informes que abordan la reconciliación y los derechos humanos en Chile como el Rettig o el Valech. Su activismo artístico, como lo describe la historiadora del arte Aliwen, es un acto de recuperación, configurando imágenes de resistencia y tiempos alternativos para los cuerpos "sin historia".[1]
Su nombre, "Hija de Perra", era una apropiación estratégica. En un sistema que deslegitima a los cuerpos disidentes mediante insultos que los rebajan a lo infrahumano, asumió esa injuria para resignificarla. Su personaje, barroco y grotesco, exponía los roles de género como construcciones frágiles y la moral como una máscara hipócrita. Las prótesis, las pelucas y el maquillaje exagerado no eran solo adornos, sino herramientas críticas para desarmar las nociones de identidad fija.
En colaboración con la fotógrafa Lorena "Lagata" Ormeño, Hija de Perra protagonizó la serie El glamour de la basura, que retrataba su vida en fiestas underground y en la intimidad de su hogar. Estas imágenes, especialmente en la sección Perra en casa, desdibujaban la frontera entre lo público y lo privado, cuestionando si la performatividad terminaba al cerrarse la puerta de su vivienda. En ellas, su cotidianeidad convertía el espacio doméstico en un escenario político, donde la estética kitsch y abyecta dialogaba con la precariedad de su entorno.
A una década de su partida, su obra resuena como un manifiesto de supervivencia. Para la filósofa Danka Herrera, Hija de Perra rompió con el "asfalto" de las políticas tradicionales, proponiendo una política del desierto: mutable, vulnerable y desbordante. Desde los márgenes, desafió la escritura oficial para abrir caminos a las voces que habitan el abismo entre la resistencia y la exclusión.[2]
Su muerte por complicaciones del sida en 2014 también subraya la urgencia de un análisis político del VIH, una epidemia que afectó de manera devastadora a las comunidades disidentes. Al igual que otres artistas sexo-disidentes, Hija de Perra resignificó el espacio privado durante su enfermedad, creando imágenes virales cargadas de intimidad e indocilidad.
El año pasado, se estrenó el documental Tan inmunda y tan feliz, dirigido por Wincy Oyarce y producido por Adriana Denisse-Silva. A través de registros íntimos e inéditos capturados por Oyarce, su mejor amigo cineasta, este documental le rinde homenaje al arte y acciones políticas de un icónico personaje que cuestionó todos los sistemas de opresión de su época.
Hoy, recordarla es más que una conmemoración; es un llamado a continuar la lucha que ella encarnó. En un mundo donde las disidencias sexogenéricas aún enfrentan exclusión, rechazo y exterminio, su legado se alza como un refugio y un arma: una invitación a abrazar lo monstruoso, a resistir con el cuerpo y a bombardear con la letra.
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