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Descripción del Artista
Para adentrarnos en estas obras de Jenny Hernández es preciso ante todo disponerse a identificarse con sus energías que, como sutiles mensajes ancestrales, nos despiertan reminiscencias largo tiempo latentes. Pues estas imágenes invitan a un estado de espíritu para el cual el hombre actual tiene los canales cerrados, sugestionado como está por tanta metamorfosis visual que impide la expansión de los contenidos más profundos de la espiritualidad; así sólo atiende a lo cambiante y transitorio y declina la mirada ante todo lo que sugiera trascendencia.
Aquí Jenny nos adentra en un cosmos de coordenadas místicas, donde todos los órdenes de la realidad se interconectan a través de tenues correspondencias, de repercusiones leves de un estado a otro y que, gracias al poder energizante del símbolo, se traducen de simples imágenes inconexas en metáforas totalizadoras. No es posible trasladar sus sentidos a la palabra, y esto es condición siempre del gran arte, pero como ante todo misterio, ante la presencia de lo insondable, es útil el concurso de ciertas señales que, aunque también vagas e imprecisas, nos orienten y nos faciliten una identificación, un redescubrimiento de lo que llevamos dentro, pues es de eso de lo que se trata.
De este modo, estas obras son como concisos resúmenes o condensados de energías espirituales que nos hablan del Amor universal, esa fuerza que atrae todo mediante el sacrificio, hacia el origen. Allí, en el corazón del hombre cósmico, en la mandorla del ser total que esconde los gérmenes de la Creación, se halla el rostro de la gran Madre, que es también la Sabiduría mística dispersa en todos sus hijos, los entes infinitos del mundo, que serán destruidos y nuevamente re-creados en cada ciclo de existencia por el poder del Amor. Un ciclo de existencia que dispersa sus simientes y en cada una de ellas se refracta y refleja el todo, un patrón que se repite constantemente como un fractal místico. Allí también la rosa, el triángulo, el corazón, la geometría celeste, números indescifrables e intangibles, la cruz que es también escala del ascenso y lugar del encuentro que reunifica lo disperso.
Sirvan estas obras, revelaciones traslúcidas de lo que somos, para recordarnos que el arte es ante todo una apertura interior hacia lo trascendente, que es lo que enlaza a un hombre con otro, a un ente con el Absoluto.
Joel Besmar Nieves
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