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Descripción del Artista
Andar, mirar, escuchar, respirar, soñar, y después detenerse, observar, percibir, sentir, contemplar... Contemplar el horizonte inmóvil y la perfección de su trazado rectilíneo, sentir el movimiento ondulante del oleaje, dejarse envolver por el viento... Embestida de las olas, desenfrenada carrera de las crestas, volutas de colores, notas cristalinas de los guijarros en la orilla, murmullos de la arena mojada... El mar.
De los cuatro elementos, Amélie Ducommun ha elegido el agua por su transparencia y su fluidez, su luz y sus misterios. También, sin duda, porque en ella resuenan sus recuerdos de infancia, su asombro, sin cesar renovado, ante el grandioso espectáculo de los paisajes marinos y, luego, ante el paisaje, más intimista, de los ríos y arroyos. De sus viajes imaginarios ha recolectado infinidad de tesoros, celosamente conservados en el secreto de su Gabinete de Curiosidades. Allí están almacenados sus sueños, los sabores, los cantos, los silencios, los colores y los perfumes del agua. «Antes de ser un espectáculo consciente, todo paisaje es una experiencia onírica... En el agua resuenan ecos ontológicos», nos dice Bachelard, palabras que cobran pleno sentido en el trabajo de Amélie Ducommun. Escoger el agua por su carácter indomable, formar un solo cuerpo con ella y someterse a sus leyes para entenderla mejor, para sentirla. Con el paso del tiempo esta artista ha entrado en Naturaleza como otros entran en Religión, con sinceridad y humildad. Tras sus sueños surge una imperiosa necesidad de ver. Ver el agua más allá del agua, más allá de sus intrépidas danzas o de su sedante inmovilidad. Ver el agua más allá de la belleza de sus reflejos irisados, más allá de su transparencia, de su materia, para descubrir su intimidad y fundirse finalmente con ella. Los primeros trabajos de Amélie Ducommun, realizados en Francia, en las costas bretonas y atlánticas, narran esta comunión con el mar. La artista no pretende dibujar únicamente su magnificencia o su elegancia, como tan maravillosamente logró Hokusai en La gran ola de Kanagawa. Se trata también de desvelar su alma, descubrir sus arrebatos por el viento, observar sus tumultos amorosos en el mismo momento en que estallan en torbellinos y burbujas de aire. Al hacer palpable la fuerza y la energía de los elementos, Amélie Ducommun consigue suspender el tiempo. Objetivar lo inasible: tal es su propósito en esta bellísima serie de dibujos a tinta que puede, también, contemplarse como una serie de retratos en los que habría plasmado la intimidad de las olas y levantado, con delicadeza, el velo de su desnudez.
Dulce país mío de las Españas
¿Quién querría abandonar tu hermoso cielo,
Tus ciudades y montañas,
Y tu eterna primavera?
Como Gérard de Nerval, autor de estos versos, Amélie Ducommun ha sucumbido a la belleza múltiple de los paisajes del Reino ibérico. Hace ya casi dos años que recorre, incansablemente, sus ríos y sus riberas. Barcelona, Sevilla, Málaga, Granada, Cádiz, Córdoba, Zaragoza, Ciudad
Real, Cuenca, Albacete, Toledo, Madrid, Salamanca, Guadalupe, los parajes de Monfragüe y de La Pedriza..., nombres que para ella simbolizan momentos singulares, esos momentos en los que se
funden emoción y entusiasmo. Bajo la luz abrasadora del sol o la claridad de los cielos nocturnos se imponen los colores intensos.
Y en esta naturaleza, a veces árida, otros sonidos acompasan los
gestos que se han de cumplir. «El agua es la mirada de la tierra»,
según las hermosas palabras de Paul Claudel. Tan es verdad que las últimas creaciones de Amélie Ducommun son un testimonio de ello, pues llevan en sí mismas las huellas de una naturaleza diferente. Una naturaleza en la que la vegetación reviste aspectos distintos, exhibe densidades particulares y tonos más intensos. Así como la paleta de
los pintores varía según su entorno natural y la luz que le rodea, la de Amélie Ducommun se ha enriquecido con nuevos colores. La tierra le ha prestado sus ocres rojos, marrones o amarillos, y la vegetación acuática sus grises y sus negros. Sensible a estos nuevos datos, la técnica pictórica de esta artista se ha visto modificada y el color azul ha hecho su aparición. Sus composiciones se han adensado, concentrado en motivos, en trazos cuya belleza formal inspira a la artista y a los que ella dota de sentido. En ocasiones surgen las alegres rondas de negros y blancos con sus acusados contrastes. Aquí, aparecen ballets de negros desmelenados en el espacio. Más allá aún, otros negros se disimulan bajo los rasgos de un punto o una línea y acaban por fundirse en una transparencia fluida. A veces, aparece invitado el color, con su particular lenguaje, y subraya determinados espacios, cuando no deja en ellos sutiles huellas. En todas estas series, creadas en España, Amélie Ducommun expresa, una vez más, su pasión por la naturaleza y, más precisamente, por el agua, mediante una abstracción poética que es la marca de su sensibilidad. Más allá de una hermosa acuidad, sus últimos trabajos denotan un firme sentido del equilibrio y de la armonía. Cualesquiera que sean las técnicas o los materiales empleados, el papel sigue siendo su soporte predilecto. Y, más allá de esa función, el papel es símbolo de otras muchas cosas, puesto que el agua y las fibras vegetales que forman su cuerpo son, asimismo, los elementos insoslayables del proceso artístico de Amélie Ducommun
Exposición. 19 nov de 2024 - 02 mar de 2025 / Museo Nacional del Prado / Madrid, España
Formación. 23 nov de 2024 - 29 nov de 2024 / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) / Madrid, España