En el bronce de la Academia, el rostro humano se ha transformado tan radicalmente, que ya no parece una máscara, como Gertrude Stein, es una máscara. Se exacerba obsesivamente el papel de los ojos, abiertos, fijos, inmóviles, y la rigurosa geometrización anuncia ya el comienzo del Picasso cubista.
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