EDUARDO ROLDÁN por Francisco Umbral
Eran los cruciales setenta, Eduardo Roldán se metía en su estudio alto y estrecho, en la mañana clara y pregonera del barrio de Salamanca. Pintaba con la brocha más gorda, con los ojos, con los dedos, con el «informaciones» del día hecho una bola, con el rabo del pincel. Eduardo, cuajado de colores, de tensiones, de violencias y lirismos, se iba vaciando en el cuadro de su vitalidad congestiva, sugestiva, hasta despejar su cabeza de Goya loco con algo de José Bódalo...
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