En Piedra y sol el espantoso abismo que separa a Hombre de Mujer compone una tenebrosa arquitectura de brillos y colores sombríos, la confrontación espeluznante del deseo y su rechazo, y de esas pizarras fragmentadas, doradas, que son los fuegos artificiales del espanto y la pesadilla. El hombre de Piedra y sol vive tan herméticamente recluido en su neurosis que es como un sol que al iluminar su deseo en exclusiva, no solo lo deslumbra y enceguece, sino que el sol del exceso le está quemando vivo.
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