Era la de Hondam una región de desesperanza y abandono. Guardada por el olvido, por el olvido que guardaba. Una región a la que nadie podría ser guiado ni buscada. Aquella que se desvanecería ante la voluntad o el deseo.
No existía la palabra, el gesto ni la compañía. Nada se podía poseer ni compartir.
Hondam tan sólo habitaba en la mirada. La mirada de quienes, sentados, quietos, ante un horizonte eterno, reconocieran el centro y desde él se entregaran, sin esperar, abandonados, a la tercera dimensión.
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