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Y mi viento jamás sopló

Exposición / Rayuela / Claudio Coello, 19 / Madrid, España
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Cuándo:
10 nov de 2011 - 31 dic de 2011

Inauguración:
10 nov de 2011

Organizada por:
Rayuela

Artistas participantes:
Amaya Bozal Chamorro
Etiquetas
Pintura  Pintura en Madrid 

       


Descripción de la Exposición

Amaya Bozal (Madrid, 1972) inaugurará una nueva serie de pinturas en la que será su segunda individual en la galería Rayuela de Madrid. Después de explorar durante unos años el rostro femenino -obra densa, escultórica y un trabajo muy vinculado al interior del estudio- ahora, imbuida por la poesía romántica de William Blake se sumerge en plena naturaleza de la sierra de Madrid para crear una nueva serie inspirada en las nubes y en el transcurrir de las distintas estaciones. Luces, aire y fenómenos atmosféricos. Colores puros y naturales. Pinturas que condensan en la tela la sensación de vivir y sentir el entorno natural. De la materia de los anteriores rostros a lo etéreo de estas nuevas obras; de lo concreto de las figuras a lo abstracto e impreciso de estos paisajes.

 

El catálogo de la exposición contará con dos colaboraciones extraordinarias: un texto sobre Amaya Bozal de Manuela Mena, Conservadora del S.XVIII del Museo del Prado, y un reportaje fotográfico sobre el terreno de Andrea Santolaya.

 

 

'And my wind never blew', un verso de William Blake, poeta excelso, grabador e iluminador, da título a esta exposición, cuyo verdadero tema es el aire. Todas las obras están surcadas por un viento plateado: nubes, solsticios, equinoc ios, ocasos, tinieblas, el rosado del alba, nieve plateada, niebla, auroras..., fenómenos atmosféricos atrapados en el lienzo, en pigmentos y barnices. Se trata ahora de monumentalizar lo que en realidad es etéreo o gaseoso, pues no se puede tocar una nube, ni tampoco la luz incierta del ocaso, y el viento que recorre todos los lienzos, efectivamente, jamás sopló... es pintura.

 

La exposición se compone de dos apartados: la obra sobre lienzo y sobre papel. En la primera, lienzos que comienzan con las nubes propiamente dichas, donde se monumentaliza el azul de Prusia casi en estado puro, resaltado con polvo de plata y aplicaciones de pan de plata, en un paisaje sin horizonte ni medidas, donde la luz surge de la propia tela, de la propia pintura. Estas nubes van dando paso a la tormenta, en unos cuadros grises y rojizos donde se ha utilizado grafito en polvo, plata y rutilo, un pigmento rosado que será el protagonista de otros dos cuadros. El alba y la aurora realizadas con rutilo e hibisco, una flor que desprende un tinte granate muy intenso y un pigmento que se disuelve en rosado, un rosa que no está impostado, ni siquiera pintado a partir de la mezcla de rosa y rojo, es un rosado natural, creado por el propio mineral del rutilo a disolver en barniz o agua. De esta huella rosada luminosa pasamos a unas obras donde ya se perciben horizontes, de campos de hibisco teñidos del color de la parra virgen en otoño, medio cegados por la niebla en un canto a una estación que estamos perdiendo; y paisajes blancos de nieve, con huellas de plata y luz cegadora, donde el mayor trabajo es el del óleo y sus distintos blancos y transparencias.

 

El segundo apartado lo compone la fragilidad del papel, la acuarela, también la plata y el hibisco, bocetos, vistas rápidas de fenómenos atmosféricos donde se juega con el barrido del agua sobre el papel, la plata o las transparencias de papeles japoneses apenas teñidos de pigmento. Son las visiones fugaces, de ahí su frescura, que dieron lugar a las imágenes monolíticas de los lienzos.

 

Y todo ello tiene mucho ver con el taller, un estudio montado en un jardín olvidado, donde las nubes surgen solas, se van construyendo poco a poco, casi de forma escultórica, con los pigmentos, la cola y el agua, cal y azules arrojados sobre un lienzo tumbado en la tierra, nubes y cielos que luego serán moldeados por el sol, el aire, el agua, al aguantar a la intemperie durante días, sin duda, son los cielos tan particulares de la sierra de Madrid.

 

Turner, Fiedrich, los paisajes desolados de Axel Hütte, los blancos de Ryman, los cielos de Goya y Velázquez, pintados precisamente en esta sierra, el azul de Yves Klein, inmaculado, Anselm Kiefer, pero también la grandeza japonesa de los mares de Hiroshi Sugimoto y, como no, las imágenes del universo de los archivos de la nasa y las nubes contempladas desde todos los ángulos y momentos. Tales son las referencias para una obra donde se monumentaliza lo efímero, el aire, paisajes que no han sido tocados por la narración, que no cuentan nada. Tan sólo, suceden cosas en su superficie y brotan luces desde su interior, captan el movimiento del viento, la inercia del universo, un mundo deshabitado donde el hombre, paradójicamente, no ha intervenido, como si la pintura hubiera actuado sola. Paisajes arquetipo, cielos y firmamentos que siempre han existido, y allí seguirán cuando nosotros ya no estemos. La luz incierta de un taller en el jardín y, efectivamente, un viento que jamás sopló.

 


Imágenes de la Exposición
Amaya Bozal

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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