Descripción de la Exposición Decir que la cultura china es milenaria y desconocida, no deja de ser un lugar común, aun cuando sea un concepto previo necesario, antes de hablar de este interesantísimo pintor, Xia Xiaowan, que ahora muestra su primera individual madrileña en la galería de Dolores de Sierra. Xia Xiaowan forma parte de ese magnífico grupo de artistas que exhibe la galería, en un intento arriesgado y muy valiente de poner ante nuestros ojos lo mejor del arte emergente en la China actual. Un arte que, pese a su cosmopolitismo y su creciente porosidad respecto a las corrientes pictóricas occidentales y a sus notorias preocupaciones estéticas, parecería esconder, secreta e íntimamente, un reducto lingüístico y poético de difícil acceso. Como si, para acercarnos a una forma de comprensión completa de estos artistas, fueran necesarias esas claves que sólo se encuentran en una tradición y, sobre todo, en una manera de hacer y de sentir la creación artística, que, pese a las abruptas rupturas recientes, deben seguir enraizadas en la parte más inconsciente de sus concepciones artísticas. Y eso es algo que está presente, tanto en los artistas mismos como en los espectadores, en los receptores de su obra. Que son los que deberán reconocer lo que esperan y sorprenderse de lo que no esperaban. Cuando la pintora francesa Fabienne Verdier visitó China, en 1983, con una pequeña beca de estudios, lo hizo buscando desentrañar el misterio del viejo saber que ha fascinado de la misma manera a algunos poetas y a algunos pintores de occidente: la caligrafia. Entonces, la joven estudiosa apenas vislumbraba lo que después se convertiría en una experiencia larga, interior y apasionante, diez años de aprendizaje iniciático que narró en su libro “Pasajera del silencio”, y que llenaría de contenidos ascéticos su pintura posterior. Porque, si se ha de creer lo que cuenta en estas memorias de viaje, que son unas memorias de cambio de su alma, tras las peripecias de una mujer extranjera en la sociedad china recién salida de la Revolución Cultural maoísta –que son bastante iluminadoras para entender en qué caldo de cultivo crecerá esta generación de artistas a la que pertenece Xia Xiaowan- lo que se le reveló en el viaje era un proceso en el que el artista debía identificarse, por la vía de la repetición incesante, con el trazo mismo pintado en su soporte. Y con el soporte mismo. El proceso, por decirlo así, de despersonalización de la mano calígrafa y de identificación del yo artista con el trazo surgido de su gesto, y con su gesto, que había de darle una perfección sincera y natural, era, con tantas variantes entre las escuelas y maestros calígrafos como las hay entre las escuelas de pensamiento filosófico chino, el único camino posible para dominar ese arte ancestral. Un trazo válido en sí mismo, casi al margen de su significado literal pero profundamente implicado con él, y que impregnaba y contagiaba, como proceso, toda la pintura tradicional china. Estamos obligados a recordar a esos pintores chinos tradicionales especializados en determinados temas, en determinadas figuras: un mirlo, una rama de almendro, un paisaje, que para ojos occidentales modernos serían meras anécdotas, y que ellos han repetido, insaciables de perfección, una y otra y cientos de veces, durante toda su vida. No se trata de diferencias de matiz entre uno y otro cuadro: se trata de encaminarse a la perfección, no sólo del producto sino también y sobre todo del proceso de la pintura misma. Es el pintor el que debe alcanzar, al mismo tiempo que su obra, la perfección, y quebrar en el camino la frontera entre el uno y la otra. Pienso que la obra pictórica de Xia Xiaowan ha tenido que tener en cuenta ese pasado glorioso, por mucho que fuera negado y prohibido por la China revolucionaria, aunque sus preocupaciones se distancien de las que conmovían a los artistas tradicionales para hermanarlo con toda la gran pintura contemporánea. Se pregunta Xia Xiaowan por los soportes, y esta cuestión, definitoria de la modernidad, tiene que ver con otra pregunta inherente a la figuración: la necesidad de trascender la doble dimensión del plano (del cuadro) para mejor reproducir la tridimensionalidad del mundo. Xia Xiaowan ha encontrado en su investigación, que niega la perspectiva –que después de todo, es una ilusión, un trompe l’oeil, una mentira- la posibilidad de superposición de planos transparentes o semitransparentes –vidrios o radiografías pintados con pigmentos y pinceles especiales, que, superpuestos, sujetos y fijados en un soporte, son realmente tridimensionales, y producen una ilusión de realidad sugerente y certera. Una otra perspectiva tan temblorosa como vibrante. Una atmósfera, que es verdadera porque es el aire lo que circula entre esas láminas de plásticos médicos o de vidrios, y que es temblor gracias a las milimétricas variaciones entre unas y otras, esas perforaciones en la realidad a la manera del scanner médico, y en busca de la imagen congelada en cada corte pero a la vez móvil y respirando en el conjunto. Si en los retratos las variaciones exageran el gesto como si para pintarlo se hubiera rendido la atención al poder del trazo mismo, en una suerte de torturada torsión que nos recuerda indefectiblemente a Francis Bacon y el sufrimiento expresivo de su pintura, en los paisajes respira una especie de atmósfera onírica llena de pasión romántica, donde los personajes, que los hay, apenas apuntados y quietos como mínimas estatuas representadas, se ven sumidos en la pacífica furia de la tormenta. Pero sobre todo está el suelo, la base de la caja. El suelo bien perceptible, que es donde los mecanismos de construcción del cuadro, de ese paso entre el cuadro y la escultura, nos lo hacen reconocer como un género nuevo que me es muy querido: la caja tridimensional, en la que el paisaje se hace imaginario y lo real, real. Y, además, bello de una belleza moderna, convulsa, que remite a realidades profundas, mentales y también ignotas. Con esta exposición del artista Xia Xiaowan se va completando un cuadro de la pintura china novísima que muestra la variedad de corrientes y maneras que están produciéndose en una generación concreta, la de los pintores que ahora tienen entre los cuarenta y los cincuenta y cinco años. Es decir, lo bastante madura como para ser valores seguros, y lo bastante joven y variada como para mostrar un panorama de la producción artística de este país que es todo un continente en geografía, en población y en cultura. Un panorama por el que debemos felicitar a Dolores de Sierra, que nos acerca a un mundo secreto, a una cultura milenaria que encuentra en la expresión plástica una excelente vía de comunicación, cosmopolita, universal, privilegiada.
Formación. 01 oct de 2024 - 04 abr de 2025 / PHotoEspaña / Madrid, España