-------------------------------------------------------

-------------------------------------------------------

Preguntado, allá por los finales de los 80, sobre si tenía y cuáles eran sus fantasmas, Don Antonio Saura, contestó: 'Sí, sí que tengo fantasmas, y sin duda el primero de ellos es el cuerpo de la mujer...'

Con la que había caído (el franquismo, la represión política, etc.) se esperaba una respuesta más sociopolítica y sin embargo...quizás era la respuesta que resumía todo ello, represión política y represión sexual. Pero constatamos (ya en el siglo XXI) que la obsesión masculina por el cuerpo de la mujer continúa más allá de las etapas de oscurantismo religioso y de una moral sexual llena de tabúes.

Y a la pintura, terreno de la obsesión ... por excelencia, le cuesta ignorar esta fantasmática del cuerpo femenino: con todas sus contradicciones de cosificación de la persona, de mercadeo de las pulsiones más básicas.

Ese repaso, pincelada a pincelada, de un lienzo sobre el que aparece esa forma que nos obsesiona y que repetidamente pintamos (quizás para matar al fantasma que llevamos dentro, pero que vemos encarnado en cada mujer que pasa a nuestro lado).

Aquí están esos cuadros donde el trazo resigue el cuerpo conocido dándole realidad y a la vez negándosela, porque la pincelada y el dibujo inconcluso nos devuelven a la pintura que se niega a ser mimesis: esos cuadros visualizan de una manera contundente ese drama, esa sumisión a un fantasma que no nos perdona. Y entonces aparece el tema recurrente de Xavier en su estudio y la aparición, casi mística, una vez más de esa presencia. Y entonces, en un acto de pura sinceridad, ahora sí, la imagen del pintor frontal, desnudo, oscuro, tierra y mate, donde con pincel en las manos y entre las piernas nos confiesa su derrota.