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Sacando punta a los lápices con una navaja, afilando las minas y retocando hasta la exasperación la forma de la punta, alargándola y alisándola, me di cuenta de que me gustaba darle forma a la madera y que me gustaba incidir con la navaja la superficie de la madera tanto cuanto me gusta dibujar con el lápiz sobre el papel. He pasado de la ligereza y del silencio del lápiz a la rudeza y el hacer añicos de la motosierra, pero sin renunciar a la búsqueda de la delicadeza, tratando la madera, así como el papel, con efectos a veces casuales pero nunca mecánicos. Son casitas de madera maciza, encontradas dentro de los troncos, de los árboles muertos, abatidos por el viento. Han sido trabajadas delicadamente con la motosierra, retocadas en fases posteriores, modelando la superficie con "pinceladas" hechas por el filo. Estas casitas ... están llenas porque no han sido vaciadas; han sido excavadas del trozo de madera y construidas sin muros y suelos, con un procedimiento que descubre el comportamiento mental de aceptar y valorar lo que la naturaleza nos pone delante y aquello que los contextos específicos definen. El gesto del arquitecto no es abstracto con respecto a la concretización de la materia, del lugar y de las funciones requeridas por la intervención. No son necesariamente casas para ser construidas, no han sido hechas para añadir casas a las casas. Todavía estoy pensando por qué hago estas casitas y por qué son bonitas así pequeñas y todas torcidas y en cambio serian tan feas hechas a escala real, todas rectas y perfectas, con las canaletas y las ventanas selladas, con las persianas y los balcones y los interruptores para encender las lámparas.