Descripción de la Exposición
LA NUEVA EXPOSICIÓN TEMPORAL DEL MUSEO CASA NATAL PICASSO VILATÓ. 100 OBRAS PARA UN CENTENARIO MUESTRA LA CREACIÓN ARTÍSTICA Y ESTILO PROPIO DEL SOBRINO DE PICASSO.
El 11 de noviembre se conmemora su nacimiento y como homenaje se han organizado muestras simultáneas en el Centre Pompidou Málaga, Museo del Grabado Español Contemporáneo (Marbella), Museu Picasso (Barcelona) y en la Sala de Exposiciones del Ayuntamiento de Almoradí (Alicante).
La exposición "Vilató. 100 obras para un centenario" muestra la creación artística y el estilo personal de Javier Vilató (Barcelona 1921 – París 1999), sobrino de Picasso, hijo de su hermana Lola, y que logró hacerse un nombre propio en el panorama artístico nacional e internacional. Esta nueva exposición temporal, formada por 70 piezas, se podrá ver en el Museo Casa Natal Picasso (61 obras, 58 lienzos y 3 esculturas) hasta el 20 de marzo de 2022 y, además, en el Centre Pompidou Málaga (9 piezas, 8 lienzos y 1 escultura) hasta febrero del próximo año. La muestra rinde un homenaje a Vilató en el centenario de su nacimiento.
Por este motivo sus obras serán mostradas de forma simultánea el 11 de noviembre, día de su cumpleaños en el Museo Casa Natal Picasso y Centre Pompidou Málaga (Málaga), Museo del Grabado Español Contemporáneo (Marbella), Museu Picasso (Barcelona) y en la Sala de Exposiciones del Ayuntamiento de Almoradí (Almoradí, Alicante).
La exposición, que se lleva a cabo gracias a la colaboración de la Fundación “la Caixa”, ha sido presentada hoy en la sala de exposiciones temporales del Museo Casa Natal Picasso con la presencia del alcalde de Málaga, Francisco de la Torre, junto con la concejala de Cultura, Noelia Losada; el director de la Agencia Pública para la Gestión de la Casa Natal de Pablo Ruiz Picasso y otros Equipamientos Museísticos y Culturales, José María Luna; y el comisario de la muestra, Xavier Vilató. En la presentación ante los medios también han estado el director territorial de Caixabank en Andalucía Oriental, Juan Ignacio Zafra; y el responsable territorial en Andalucía, Ceuta y Melilla de la Fundación “la Caixa”, Juan Carlos Barroso.
Vilató es un artista por derecho propio, tal y como atestigua su trayectoria y las numerosas exposiciones individuales y colectivas en las que ha participado a lo largo de su vida. Sin ir más lejos, su trabajo está presente en la exposición De Miró a Barceló. Un siglo de arte español del Centre Pompidou Málaga con la obra Retrato de Germaine (1957). Su inquietud por el arte y su capacidad de crear se manifiestan en Vilató desde muy joven. Paralelamente, la relación con su tío se va afianzando con el paso de los años. Vilató le enviaba dibujos y entre ellos se crea un vínculo estrecho, como confidentes y cómplices. Ese lazo emocional se fortalecerá al estallar la Guerra Civil. La derrota republicana lo llevó, junto a su hermano José Fin, a los campos de concentración franceses. Ambos fueron rescatados por Picasso, que los introdujo en los círculos artísticos de París, entrando en contacto no sólo con el trabajo de su tío, sino también con el de sus coetáneos. En aquella etapa en la capital artística mundial, en el trabajo de Vilató se aprecian influencias del cubismo de Picasso, pero también de Juan Gris y de otros artistas, como el uruguayo Joaquín Torres García. (Nature morte au verre et à la bouteille, 1939).
Volvieron a Barcelona durante la Segunda Guerra Mundial, donde tanto él como su hermano continuaron con actividad, especialmente dedicada al grabado. En 1946, Vilató se instala definitivamente en París y empieza a desplegar la proyección internacional de una carrera artística multidisciplinar, que va desde la pintura, la escultura, pasando por la ilustración de libros o el grabado. Sus temas tratan cuestiones cotidianas y sencillas como el lienzo La fuite avec le chien (1964-1965), que representa a una niña que corre descalza con un perro, empleando una técnica puntillista. Escenas intimistas, como la obra Le chambre (1957), en la que se aprecia a una mujer desnuda mientras se mira en el espejo de un armario, que coincide también con una época de estabilidad emocional. En la última etapa de su vida se interesa por la escultura de una forma más activa y crea algunas piezas con un estilo primitivista (Don Tancredo, 1997). Su obra está presente en los museos, colecciones y galerías más importantes del escenario artístico internacional.
Naturaleza muerta. Obra de Vilató y Picasso
La unión entre los dos artistas se materializa en la obra Naturaleza Muerta (1946). En pocas ocasiones, el artista malagueño ha realizado obras en colaboración con otros. Se pueden citar los trabajos con Max Jacob, Georges Braque, André Verdet, Françoise Gilot y con Javier Vilató. En esta pieza, el contexto histórico sitúa a Vilató en su primera estancia en París, que se interrumpe por el estallido de la Segunda Guerra Mundial, lo que trae de vuelta a España a Vilató y a su hermano. Afortunadamente, en 1946, los dos recibirán una beca del Instituto Francés, lo que les permitirá regresar de nuevo a París.
Picasso y Vilató pintaron este lienzo, en el que el resultado presenta reminiscencias tanto con la obra del artista malagueño como con la de su sobrino. Ambos huyen de los grandes temas, grandilocuentes, y prefieren dibujar lo que es tangible y tienen a su alrededor. Esta naturaleza muerta representa un frutero con siete piezas de fruta de diversas tonalidades, que hacen pensar más en el pincel de Vilató que en el de Picasso, salvo por la imagen que se recrea a la derecha del cuadro y en la que se puede ver una jarra cuyas formas son plenamente picassianas.
XAVIER VILATÓ
Comisario de la exposición
Pasa el tiempo, pasa y de pronto ha pasado un siglo. Qué extraño y qué natural al mismo tiempo. El arte y su historia responden a otras reglas que las del ciclo humano. Los artistas hablan entre ellos a través de los siglos unos lenguajes secretos que solo ellos conocen. La muerte del artista interrumpe de manera fatal y definitiva la producción de su obra, pero lo pintado, lo grabado, lo esculpido, lo dibujado y lo dicho siguen un misterioso camino hacia la gente.
Desaparecido el artista, su trabajo emprende un nuevo camino en el cual adquiere cada día más presencia y más fondo. Los cuadros, los dibujos, los grabados y las esculturas tienen un corazón que late depositado en ellas por su creador y esto le da una vida propia, como un organismo que sigue su imparable trayectoria a través de los siglos.
Hace más de veinte años que murió mi padre y cada día veo su obra más presente, más clara, más asequible. Cada pieza del puzzle de su trabajo se va colocando tranquilamente en su sitio. Hoy, que se rinden todos estos homenajes a su obra y a su persona, tengo el sentimiento profundo que cien años para un pintor es como volverse adulto. Al cumplir su primer siglo me atrevería a decir que, sin duda, Vilató tiene un gran porvenir.
MARTA-VOLGA DE MINTEGUIAGA-GUEZALA
Escribir sobre Vilató siempre es un ejercicio grato que me permite volver a la obra suntuosa de uno de los más importantes pintores de finales del siglo XX. Es igualmente un ejercicio difícil, tantas son las ramas que ha abierto dentro del laberinto de la creación artística. Y también un ejercicio triste, porque se abren los recuerdos sobre una de las personas más vitales que he conocido. Celebrar el primer centenario de Vilató es como si de repente él se hubiese despegado de todos nosotros, los que lo conocimos, para alcanzar el panteón de los artistas desde el que nos observan siglos de pintura. «Yo voy a los museos a ver algo que conozco, como quién va a ver a sus amigos» [1], decía él. Así que ahora que podemos volver al museo [2], también iremos a verlo a él, entre todos los que han hecho y hacen historia. El destino de Javier Vilató empieza en Barcelona, donde nace en la familia de Lola Ruiz Picasso, su madre, y Juan Vilató, su padre. Lola es la hermana de Pablo Picasso, Juan Vilató es neuropsiquiatra. Esta familia tiene en total cinco hijos y una hija. Todos son sobrinos de Picasso, pero también hijos y nietos de médicos. Este detalle es importante, ya que nacen dentro de una familia abierta sobre temas y preocupaciones muy diferentes y enriquecedores para ellos. El hermano mayor de Javier, Josefín, también es artista y decide llamarse J. Fín.
DEBUTS
Parece ser que, desde pequeño, Vilató es consciente de su destino, o de que al menos tiene un destino, un «duende», heredado de sus raíces andaluzas. Ese duende lo lleva siempre para adelante, muchas veces en contra de fuerzas opuestas a las que la vida lo enfrenta. Pinta, dibuja mucho, constantemente. También observa mucho, lee, piensa. En la casa familiar los muros están cubiertos por obras del «tío». Obras que lo intrigan, que lo interrogan, que lo mueven y que lo hacen avanzar. Con 8 años pinta su primer autorretrato y con 11 expone por primera vez junto a su hermano Fín en la Galería Emporium de Barcelona. Manda dibujos a su tío y sigue exponiendo y pintando hasta que estalla la Guerra Civil. Cuando tan solo tiene 17 años, en 1939, se enrola en la armada republicana, donde ya combate su hermano Fín; mintiendo sobre su edad y sin avisar al resto de su familia. En febrero de 1939 los dos hermanos huyen de España con miles de refugiados hacia Francia. Allí son prisioneros de los franceses, quienes los recluyen en el campo de concentración de la playa de Argelès. Consiguen hacerle llegar un mensaje a su tío Pablo, en París, y este les hace salir y reunirse con él en la capital francesa.
Y ahí sucede el primer choque. Con París, con el mundo del arte, con el de los talleres, con la libertad. Descubren al bullicio de la vida parisina artística, conocen a Alberti, a Frida Kahlo, a Wifredo Lam... El tío Pablo se los lleva a Montmartre, al taller de grabado de Roger Lacourière, donde los inicia en la técnica del aguafuerte. Primera revelación y primer flechazo con una técnica que sigue trabajando toda su vida de artista. Durante el verano bajan a la Costa Azul con el tío, conocen a Lee Miller, Roland Penrose, Dora Maar... Desgraciadamente, esta primera estancia en Francia dura pocos meses. La Segunda Guerra Mundial estalla, Francia se moviliza y los dos hermanos tienen que volver a España, donde les esperan unos meses de cárcel y unos largos años de servicio militar. Estas fuerzas contrarias no paran a Javier, quien sigue pintando, dibujando, y que sueña con volver a hacer grabado. Exponen cuando pueden, visitan a los maestros en los museos, y vuelven a encontrarse con Francisco Melich —al que Fín conoció en el frente—, a quien convencen para montar un taller de estampación de grabados. Los dos hermanos crean un grupo con Alberto Fabra y Ramón Rogent y exponen juntos una pintura que se propone renovar el paisaje artístico barcelonés. Desde entonces, sin ningún compromiso, bajo ninguna bandera, avanza propuestas plásticas totalmente novadoras, quedándose en el ámbito de la pintura figurativa. El destino de Vilató es fuerte, lo guía hacia adelante, y en 1946 consigue volver a París con su hermano J. Fín gracias a una beca del Instituto Francés. Y se queda desde entonces en París. A pesar de la adversidad, los obstáculos, Javier Vilató, apoyándose sobre aquel «duende» que lo protege, sigue su camino e impone aquel destino que sabe suyo.
LIBERTAD
Estos primeros años en París establecen su personalidad artística. Cada día los almuerzos con el tío son dedicados a hablar de pintura. Picasso le financia la compra de un tórculo y puede hacer grabados en casa y estampar él mismo sus obras. Los intercambios con Picasso son intensos y comparten tiempo, respeto y cariño alrededor del grabado. Como muy bien me lo recuerda su hijo, el artista Xavier [3], Javier Vilató nace después del cubismo. El cubismo es, pues, una herramienta, una solución que hace suya y que emplea de forma muy radical. Javier es fundamentalmente un artista post-cubista, como oposición a la pintura abstracta que culmina en aquellos años como única referencia del arte moderno; postcubista como modo de lectura del mundo sensible de su entorno; como modo de crear, libre de teorías y de escuelas. Desde estos primeros años franceses, y hasta el final de su vida, Javier Vilató observa el mundo que lo rodea sin imponer ninguna jerarquía, ni en los sujetos, ni en los soportes. Desarrolla una obra potente en pintura, dibujo, grabado, sin ninguna barrera. Los sujetos de sus obras son las cosas y personas que lo circundan, una mujer, un árbol, un perro, un mosquito, una piedra. Todos tienen el mismo valor sobre el lienzo, el papel o la plancha. Sus cuadros tienen ya esa particularidad muy suya: una poesía que envuelve todo lo que pinta, una profundidad suave y ligera o una ligereza profunda. Todo parece suspendido en un tiempo indefinido que él solo puede dominar. Durante los años 50 se casa con Germaine Lascaux, hija del pintor Élie Lascaux, y juntos tienen un hijo, Xavier, que nace en 1958. A partir de entonces, Javier Vilató solo se llamará Vilató.
Son unos años de expansión poética; Vilató dialoga con los maestros y se pone a prueba en cada obra. Su hijo Xavier me ha contado que, a menudo, se le ocurría destruir obras porque tenía la sensación de que había caído en la trampa de lo fácil. El placer, el entusiasmo de su obra no se compromete en ningún momento con lo placentero. Los años 60 ven instaurarse un dialogo entre Vilató y Georges Seurat, fundador del divisionismo durante los años 1880-1890. Se ataca a formatos monumentales, los más grandes que ha pintado hasta entonces, con pinceles diminutos, construyendo una tensión en la composición de sus cuadros que vuelven a revelarnos aquella profunda ligereza que lo sigue. En estas magistrales composiciones, Vilató mezcla la línea del dibujo —base fundamental de todo su trabajo, como los maestros a los que mira: Ingres, Altdorfer, Miró...—, con el color aplicado de formas distintas, dependiendo de la zona del lienzo y del motivo sobre el que trabaja. Las figuras, los objetos, animales, vegetales, minerales parecen suspensos en un equilibrio que podría romper un soplo de viento. Se mezclan pequeños detalles casi humorísticos —un lazo de zapato, un animalito...— con personajes en movimiento y colores impactantes. No sabemos cuál es el misterio que se juega en aquel cuadro pero, subyugados, no podemos despegar la mirada y seguimos el movimiento, tratando de romper el misterio que ahí se desarrolla. Vilató sigue con el grabado, que es una actividad particularmente íntima para él. No le gusta ir a talleres de estampación, así que se organiza un espacio para ello y trabaja a solas, como cualquier otra obra, en su taller, y es él quien estampa. Y si hay una edición acepta llevar el B.A.T. al taller profesional, a condición de que le estampen la plancha tal y como lo ha indicado él. Como «una tarjeta de visita» [4], tal y como se lo dijo su tío. Para interpretaciones, ya está él.
MADUREZ
Durante los años 70 el dibujo, la forma, se han depurado hasta volverse signo. El color y el trazo bailan juntos en una sinfonía casi lingüística, crean un universo de figuras inventadas y a la vez totalmente reales. Vilató se niega a entrar en la abstracción, la rechaza y nos demuestra que la pintura figurativa puede seguir inventando. En un maravilloso texto de pensamientos que escribió durante los años 1990 dice «La pintura por figurativa o realista que sea es tan hermética como la que se ha llamado abstracta. El creer lo contrario es pura ignorancia» [5] Así, nos indica que la pintura es una lucha que se renueva cada día para el artista, nada se puede fijar ni establecer, no existe modelo, solo existe arte. En esta década también conoce a su segunda esposa, Marianne Torstenson, quien aparece sobre sus cuadros como la nueva musa, la forma femenina eterna que inspira al artista una renovación de su creatividad. Así como Germaine, en los años 50, fue la mujer moderna, elegante, sensual, totémica y a la vez graciosa como solo Vilató supo representarla, Marianne es la mujer alta, fina y curvada, de fuego y hielo, a la que representa sinfín con ese rostro sueco y a la vez tan japonés, ese extraño parecido con las estampas que tanto inspiraron a los artistas occidentales a finales del siglo XIX. El conocimiento del mundo que lo rodea, el cariño de su mirada sobre las gentes, animales, objetos familiares..., se muta en dibujos-signos, identificados y singulares, que somete a variaciones de formato y colores. Recuerdo perfectamente la primera vez que entré en el taller de Vilató. En su caballete había un lienzo de gran formato que representaba a una pareja «española», cuya apariencia recordaba a los cuadros de Velázquez, por detalles-signos identificables. Tuve la sensación de descubrir un universo 10 totalmente nuevo para mí, donde las figuras estaban a la vez muy lejos y muy cerca, y a las que podía identificar a pesar de no parecerse a nada conocido. El Vilató de la madurez juega cada vez más con las formas y los colores, se ataca también a técnicas nuevas para él y las aborda con el mismo entusiasmo y respeto que lo hace con la pintura o el grabado. La cerámica se convierte en un nuevo terreno de juego, un azulejo se vuelve cuadro y un cuadro se vuelve azulejo. Compone grandes conjuntos para instituciones públicas [6] y pequeños detalles que esconde en su casa y que se descubren sin querer.
Los años 80 y 90 ven culminar esta profunda libertad con una última obsesión: la escultura. Esto no significa que descubre la escultura durante los últimos años de su vida; Vilató ha mantenido siempre una relación con la escultura, aunque menos visible, antes de este momento. Su curiosidad natural, su entusiasmo por todas las técnicas lo llevan a modelar barro y a tallar madera durante los años 40 en Barcelona. Sabemos que destruye también muchas esculturas durante su carrera. En los años 60 y 70 experimenta el relieve sobre cobre en dimensiones monumentales, y realiza una decena de paneles de gran formato, uno de ellos expuesto hoy en la cuidad de Neuchâtel, en Suiza [7].
Pero las esculturas que realiza en la última década de su vida son una apoteosis en su obra. Retoma los grandes temas de su vida, entre ellos el retrato. Vilató realiza retratos durante toda su vida, y ese ejercicio está tan inscrito en su personalidad artística que podemos ver que, de alguna manera, toda su obra son retratos: retratos de personas a las que ama, de amigos, de animales, de paisajes, de objetos. Vilató ha retratado a su mundo con un inmenso conocimiento interior de este. No es de extrañar, pues, que su última obra, o casi, sea esta maravillosa serie de diecisiete esculturas, diecisiete cabezas, guerreros, mujeres, animales, recuerdos... Como bien lo explica Pilar Vélez [8], las esculturas de Vilató transcienden su trabajo bidimensional, son la formalización de un ejercicio intelectual que había utilizado hasta entonces sobre el papel y el lienzo y que libera en este momento de plenitud artística. Vilató fallece el 10 de marzo del año 2000. Nunca sabremos dónde lo podría haber llevado aun su arte y su creatividad prolífica. Lo bueno es que ahora, cuando volvemos al museo, también vamos a visitar a un amigo, a Vilató.
NOTAS
1. Texto escrito por Vilató en 1996.
2. Este texto ha sido escrito durante la crisis del Covid 19.
3. Muchas gracias a él por compartir conmigo tantos recuerdos de su padre.
4. Vilató, «El espejo de cobre», texto en Les Nouvelles de l’Estampe, junio de 1973.
5. Texto escrito por Vilató en 1996.
6. Entre ellos está el precioso conjunto realizado en 1987 para la fachada y cuatro halls de un edificio de alojamiento social en Torcy (Francia).
7. El mural de cobre en relieve está, desde 2001, en la estación del funicular de la ciudad de Neuchâtel, en Suiza.
8. Pilar Vélez, «Vilató, el descobriment d’un, també, escultor». En Vilató Barcelona-París. Un camí de llibertat, Ajuntament de Barcelona, 2012, pp. 115-125.
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