María García de la Riva, con su pintura genuinamente propia, estira los flecos de la tradición del arte pop. En esta muestra monográfica ha venido optando por ceñirse a un concreto motivo referencial: el mundo de la vid, el cultivo del vino, centrándose en un repertorio iconográfico que abarca desde vides, pámpanos y parras, a botellas (y sus cuellos y encorchados), y a copas. El resultado que nos ofrece es un conjunto de obras, pintadas sobre formatos grandes y alguno más mediano, y una obra especial por su concepto y configuración que consta de ochenta pequeñas piezas monocromas, cuya agrupación políptica conforma un gran cuadro.

Hace tiempo que María de la Riva cayó en la cuenta de que el bodegón es el género más adecuado para revelar la existencia propia de las formas, así como de los colores y ... de los valores de la luz en la representación de la forma. Pero la pintora tiene el propósito de rescatar la vida que los objetos inanimados desprenden, infundirles un soplo de emoción estética capaz de transformarlos en naturaleza viviente y palpitante.

María de la Riva lleva a cabo composiciones equilibradas servidas con un dibujo proporcionado, que exprimen el estrecho vínculo existente entre el fragmento y la totalidad.

Para ella el color es lo más importante, y en su pintura destaca fundamentalmente el conseguido reflejo de la luz sobre superficies lisas, un calculado juego de luces y sombras, una estudiada valoración de los contrastes.