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Viaje a Gijón

Exposición / Cornión / La Merced, 45 / Gijón, Asturias, España
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Cuándo:
09 may de 2008 - 14 jun de 2008

Organizada por:
Cornión

Artistas participantes:
Damián Flores Llanos
Etiquetas
Pintura  Pintura en Asturias 

       


Descripción de la Exposición

Mientras recorría las casas pintadas de Damián Flores Llanos “casas de Venecia y casas de Nueva York, casas de Madrid y casas de Gijón, casas vistas en un viaje y casas entrevistas en un sueño”, se me vinieron a la memoria dos libros, Las ciudades invisibles (1972) de Italo Calvino y el Fénix (1491) de Pedro de Ravena. ¿Por qué esas dos asociaciones?

En el primer caso, porque Damián Flores se me aparecía como el Marco Polo de Calvino, que describe a Kublai Kan ciudades maravillosas “Diomira, Isidora, Zaira, Sofronia…” vistas en no se sabe qué meridianos de la cara oculta de la Luna, y con las que el viajero deseaba sacar al emperador de la melancolía. Damián Flores, me decía yo, busca casas, como el Marco Polo de Calvino buscaba ciudades, pero con una diferencia. Mientras que el narrador las saca de la fantasía para hacerlas realidad en el relato, el pintor las saca de la realidad para hacerlas fantasía en el cuadro. Uno aspira a disipar el tedio, el otro a perpetuar el encantamiento.

En el caso del Fénix de Pedro de Ravena la razón de la asociación era otra. Pedro fue uno de los mayores artistas de la memoria que se conocen. A lo largo de su vida construyó innumerables edificios mnemotécnicos. Siendo todavía joven, ya poseía cien mil lugares y, en sus continuos viajes por Italia y Europa, no cesó de crear nuevos habitáculos hasta hacer de su cerebro una calle interminable en cuyas infinitas estancias colocaría historias, fábulas, discursos, cientos de sentencias, miles de versos, decenas de miles de artículos legales. En Damián Flores veía yo una pasión semejante por los "lugares de la memoria", pero también con una diferencia. Damián no pretende utilizarlos como "recipientes" de cosas reales, sino como "máquinas" de cosas imaginarias. Si las casas de Pedro salen del mundo, las de Damián pertenecen, ante todo, a ese trasmundo que llamamos alma.

Y vinieron a mi memoria, en larga procesión, las casas imaginadas por los pintores desde aquellas de Santorini que se asoman a un puerto y se remontan al siglo dieciséis antes de Cristo. Vi las que lucen en los muros de Pompeya y Estabia, y las de la Jerusalén del Apocalipsis del Beato de Liébana. Y vi esas casas maravillosas que podrían llamarse con los nombres de los artistas que las crearon. Giotto, Duccio y Lorenzetti; Bellini, Carpaccio, Della Francesa y Mantenga; Van Eyck, Memling, El Bosco y Brueghel; Rafael, Veronés y Tintoretto; El Greco, Velázquez, Claudio y Monsú Desiderio; Magnasco, Pannini y Van Wittel; Joli, Canaletto y Bellotto; Guardi, Vernet y Corot. Y todavía llegué a discernir, tras esa solemne procesión, otros muchos nombres que, pasado el Grand Tour, se extraviaron en los petits tours de nuestro tiempo, con sus passages y sus subterráneos, sus rascacielos y sus villas de recreo. Con su promesa de una vida reinventada.

Damián Flores, en este momento del desfile, ha elegido como cicerone al arquitecto Manuel del Busto. Nos lo presenta leyendo la revista Arquitectura de los años veinte en el desaparecido café Manacor de Gijón, que él creara. En un vuelo nos hace pasar al café Dindurra que, con sus pilares lotiformes y los diseños geométricos de su techo, acoge a Arancha, embarazada de Cloe, que orienta nuestros pasos a la estación de autobuses Alsa, con su esbelta torre-faro; al cine Avenida, ya desaparecido, con su chaflán poligonal coronado por las grandes letras de su nombre; y, por último, al Club de Regatas, que navega, voluntarioso, por las aguas del Cantábrico. La caída de la tarde nos sorprende en la carretera de la playa ante el morro de un edificio de viviendas cubierto por una terraza que, desde abajo, parece una flecha disparada al cielo. Poco después, ya de noche, una ventana ilumina la parte superior de un edificio que impone su presencia con un "decó" en el que alborean las luces del racionalismo. Por la mañana, cuando nos disponemos a dejar la ciudad transfigurada por el arte de Damián Flores Llanos, nos sale al encuentro el redondo y rojo chaflán de una casa para recordarnos que estamos todavía en la ciudad portuaria. Ya en el tren, un cúbico edificio fabril de ladrillo nos hace un gesto de despedida con el brazo levantado de su chimenea.

Empieza a llover. Es el momento de recogerse dentro del vagón, de cambiar la secuencia de las casas por la larga calle que forman las palabras. Dos retratos nos cuentan las preferencias literarias del pintor. El primero representa a Julián Ayesta, autor de Helena o el mar del verano. El segundo, a Ángel González. Con el mar al fondo, levanta el poeta su rostro barbado hacia el cielo, mientras, con los ojos entornados, mira fijamente al sol, que amenaza con cegarle.


Imágenes de la Exposición
Estación de Alsa

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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