Descripción de la Exposición Nota biográfica Nacido en Madrid en 1953, y triste y trágicamente fallecido en 1996, Máximo Trueba fue reconocido, a lo largo de su intensa y solitaria trayectoria, como un importante y riguroso creador de formas simples y puras y, también por ambicionar un proyecto artístico que incluía no sólo su labor profesional propiamente dicha, sino también sus intervenciones en la música, la arquitectura, la tecnología resolutiva, etc., su actividad pedagógica y, definitivamente, su vida toda. “El silencio... el silencio de la actividad es lo que me atrae”. De esa frase de Máximo Trueba surgió el título Verbos de silencio para ésta primera exposición retrospectiva, que recorre la casi totalidad de su trabajo entre los años 1979 y 1996. Exposición coproducida con el Centro Cultural de la Villa de Madrid, donde se mostrará la exposición en febrero de 2007.
A su formación académica (Bellas Artes, Escuela de Artes y Oficios) y Arquitectura añadió sus aprendizajes con Joaquín García Donaire (1926–2004), con Vicente Moreira (1925) y, luego, con Pablo Serrano (1908–1985), educación y trabajo que le proporcionaron un sólido conocimiento del trabajo en las canteras y de las técnicas del tallado de la piedra, que él llevaría por su propio y muy personal camino.
Aunque ya había merecido algún premio en los primeros años setenta, fue la Medalla de Plata obtenida en el Primer Certamen de Escultura al Aire Libre “Villa de Madrid”, de 1980, el que le abriría las puertas de la Galería Aele-Evelyne Botella, con quien trabajó toda su carrera. Cinco años después ganó, también, el V Salón Nacional de Artes Plásticas de Alcobendas.
Sus muestras individuales de 1983, en Aele, la de 1987 en el Museo de Bellas Artes de Santander y las sucesivas, en 1988 y 1991, en su galería madrileña le situaron como una de las principales figuras participantes en un proceso, con distintas direcciones y tendencias, dominantes unas e independientes otras, destinado, como hoy sabemos, a modificar casi de raíz el panorama de la escultura española contemporánea. Su exposición en el Espacio Cajaburgos, en 1994, apuntaba una nueva lectura del pop y el minimal que abría caminos inéditos, que no concluyó de explorar.
Su presencia en las ediciones de la FIAC, de Basel y de ART’Cologne durante aquellos años le proporcionaron presencia internacional, que tuvo un momento especialmente importante con la instalación de una pieza pública en Akita (Japón) en 1988, un viaje que tuvo trascendencia en su existencia y en su obra posterior.
Un documental, realizado por sus hermanos Fernando, Javier y David, ded estreno en el CAB, talla su figura en el presente.
Exposición
Las seis grandes salas de las plantas baja y primera del CAB, así como los pasajes de comunicación, se ordenan de manera cronológica, pero sin que ésta sea imperativa, subdividiendo su obra en conjuntos y grupos significativos, en razón, unas veces, de sus propiedades formales; al hilo, otras, de acontecimientos biográficos o curriculares.
Su inicio recoge obras que integraron su presentación individual en la madrileña Galería Aele, Prismas, inaugurada el 11 de enero de 1983, que fue el fruto de dos años de trabajo sobre las piedras de la cantera de Calatorao, y la única en la que las piezas responden al concepto tradicional de la escultura como volumen, al que Trueba confronta con la fragmentación de cada talla individualizada y la complementaridad que establecen entre sí.
Las cuatro salas siguientes despliegan, según el orden antes dicho, la parte central de su trabajo, lo que podríamos considerar el grueso de su propuesta como escultor contemporáneo. Sustituye o subvierte los modelos, ya vengan procedentes de las vanguardias históricas o de las aventuras coetáneas. Adelgaza y aligera las piedras –tratadas, además, para ofrecer a la vista el interior de su piel, más que su rostro pulido–, y adquieren, independientemente de su tamaño o altura, carácter totémico y ritual, con abundantes referencias sutiles al cuerpo femenino, a la casa o el lar familiar, a la noción de columna-soporte tanto de lo presente como de la ausencia, incluye la naturaleza y sus normas mediante acequias y depósitos que hermanan mineral y agua, alterna incluso el signo de la flecha ya como dirección y orientación, ya como arma o como monolito hermano del paisaje.
La sala sexta y última del recorrido reproduce, con las lógicas diferencias, que responden a las de una muestra nueva, la que fue la última exposición individual de Máximo Trueba, que tuvo lugar en el Espacio Cajaburgos, del 20 de octubre al 24 de noviembre de 1994, y en la que mostró el importante giro que daba a su obra la incrustación del color en los surcos, cápsulas, depósitos o huecos abiertos en el granito.
El diseño de montaje desempeña, en esta ocasión, un papel protagonista, pues tanto las agrupaciones, como más significativamente, las inclusiones del color en la presentación de las piezas quieren cumplir un deseo reiteradamente expresado por el artista.
Del mismo modo, la presencia –a veces, individualizada, otras, en el seno de los mismos grupo o incluso sirviendo de soporte a otras obras– de piezas de mobiliario diseñadas por el escultor, de alguna maqueta para proyectos inconclusos y, sobre todo, de los materiales referentes a su actividad como luthier, no son un mero acompañamiento o un complemento de su labor escultórica, sino rúbrica exacta de la amplitud y singularidad de un proyecto artístico concebido como un programa expansivo, que abarcaba la vida en sus múltiples dedicaciones.
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