Descripción de la Exposición La sutil mirada de Luis Plana capta la heterogeneidad de América en unas fotografías que contrastan dos ciudades americanas radicalmente dispares, pero con una característica común: ser ciudades de 'frontera'. Por un lado, Nueva York -en concreto, Manhattan- una isla 'con forma de pez' (así la vio Walt Whitman), gran puerto de mar abierto al mundo, frontera de vanguardia de la literatura, del arte, de la ciencia, del comercio. Por otro lado, Flagstaff, ciudad ferroviaria y ganadera de la América profunda, nacida en la expansión de la frontera hacia el Oeste americano. Las fotografías de Manhattan no nos muestran sus aceras y sus calles populosas ni su rica y abigarrada mezcla humana, sino el sublime -y a la vez, arrogante- predominio de la belleza racional y geométrica del paisaje urbano sobre la belleza desordenada y orgánica de la naturaleza. Este predominio es obvio en fotografías centradas solamente en la arquitectura de la ciudad (la pureza lineal del Empire State, recortado en el cielo; los edificios anónimos de una calle vacía del East Side acharolada por la lluvia; el conjunto casi-escultórico de bloques de edificios del Distrito Financiero, con las Twin Towers todavía en pie); y también es evidente en fotografías en las que exquisitas obras de ingeniería o de arquitectura industrial aparecen en primer plano como marco del skyline urbano (la osamenta férrea del puente Queensborough y las ciclópeas chimeneas de la central eléctrica de Con Edison enmarcando los rascacielos Chrysler y el omnipresente Empire State; el puente de Brooklyn subrayando diagonalmente la punta sur de la isla de Manhattan, en la que destaca el edificio neogótico Woolworth). Pero donde el triunfo de lo urbano sobre la naturaleza es especialmente visible es en fotografías en las que Luis Plana utiliza la majestuosa belleza invernal de Central Park como escenografía de la audacia arquitectónica del skyline de Central Park West (la mole victoriana del Dakota; las siluetas difuminadas por la bruma de rascacielos Art-Decó -el Century el Majestic, El Dorado- y del neoclásico San Remo). Las fotografías de Flagstaff -menos familiares al 'ojo' europeo que las de Manhattan- reflejan la imagen de 'otra' América. Flagstaff es una pequeña ciudad del Estado de Arizona situada en una árida meseta cercana a un territorio originariamente poblado por indios Navajos. El nombre de flagstaff (término inglés que significa mástil) fue otorgado a la ciudad por los colonos bostonianos que en 1876 hicieron allí el primer asentamiento permanente y erigieron un mástil para izar la bandera de los Estados Unidos como celebración del centenario de esa nación. Durante la década siguiente la ciudad creció rápidamente debido a su estratégica ubicación en una de las vías ferroviarias con mayor tráfico de los Estados Unidos: el trayecto entre Chicago y Los Ángeles. Desde 1928 por Flagstaff discurre la Route 66, legendaria autopista federal que une Chicago y Los Angeles, principal itinerario de los emigrantes que iban al oeste en busca de trabajo y que dio título a una famosa canción de jazz (de la que Nat King Cole hizo una memorable versión). Debido a su proximidad al Gran Cañón del Colorado, Flagstaff se convirtió en una parada turística popular y en 1929 abrió su primer motel (el Motel Du Beau). Durante las últimas cinco décadas, la ciudad ha sufrido una lenta decadencia. Con admirable perspicacia Luis Plana evoca en esta serie de fotografías la atmósfera de Flagstaff: la melancolía de ciudad ferroviaria y turística venida a menos; la desolación de un Wasteland urbano en el que se acumulan cadáveres de objetos desechados; la soledad de sus moteles y sus bares; la sensación de aislamiento, de transitoriedad, de estar de paso, que transmite la imagen 'hopperiana' de una gasolinera situada en una carretera que lleva a la nada de la noche; la aridez lunar del paisaje. Y a la vez, las fotografías de Luis Plana descubren la singular belleza de este paisaje sórdido y escuálido, y lo transforman en un marco, cutremente elegante, de un road-movie. Un comentario final. La figura humana apenas aparece en ambas series de fotografías (excepto en la inquietante imagen de una figura solitaria en el embarcadero del lago de Central Park en un día brumoso, plomizo). Sin embargo, estas fotografías no transmiten una sensación de frialdad y vacío: en mi opinión, ello se debe a que las fotografías de Luis Plana tienen un movimiento interno (como el buen cine, al que él es tan aficionado) que evoca en el observador la vivencia subjetiva que él tenía en el preciso instante reflejado en la imagen, lo cual permite a quien las mira compartir su experiencia y 'entrar' en aquel instante.