Descripción de la Exposición Raúl Díaz Reyes En forma de series o dibujos sueltos, múltiples personajes pueblan los papeles de Raúl Díaz Reyes, a veces de uno en uno, o en compañía con otros. Solitarios o no, aparecen sin un decorado de fondo, situados en el espacio sin adornos ni accesorios... retratos muy claros de seres normales y mutantes, realizando alguna actividad dudosa, otras veces, simplemente posando. Caras, cuerpos enteros y algunos animales pueblan el lugar de la representación, son el glosario completo que obsesiona al autor, en un laberinto de donde se entra y se sale. Las historias que contemplamos no son lineales, están dispersas y son multidireccionales, pero si nos fijamos bien, se relacionan en algún punto. Las imágenes nos llevan de un lado para otro, se expanden por diversos caminos, se cierran en sí y vuelven a retomar personajes. Los temas y obsesiones, referentes en la obra de Raúl Díaz Reyes, están ahí, a simple vista, son constante y reiterativamente evocados, y su visualización es bastante transparente, a través de pistas y vestigios que el autor nos enseña. Hay algo contradictoriamente positivo en el cúmulo de imágenes de esta exposición, el propio artista es consciente de moverse entre un dibujo explosivo, casi pugilístico, que se crece en una inconsciencia febril que no da tiempo a la mano a hacer lo que el cerebro le pide, y una nueva serie presentada en esta exposición que es, en contraposición, absolutamente repensada y de elaboración más lenta, compuesta por familias de personajes irreales en actitudes que conforman historias provenientes de ideas literarias, cuanto menos. Estos últimos seres que surgen de un mundo hermético al modo de los protagonistas de los dibujos de Marcel Dzama, aparecen dentro y fuera del papel, ahora sí, creando unas ciertas escenografías, posando para el espectador casi como para un fotógrafo y haciéndole detenerse a pensar sobre el carácter excéntrico de su procedencia y destino. De una manera parecida se comportan los autorretratos, acompañados de animales que transfiguran en ocasiones al personaje principal -el mismo Raúl Díaz Reyes- en actitudes mutantes, jugando con sucesos que bien pudieran ocurrirle alguna vez en su vida, o por lo menos, fantasean con ello, en una especie de reencarnación perversa, a modo de 'circo interior que convierte la experiencia visual en una especie de diario íntimo o memoria autobiográfica', como el mismo autor cuenta. Los elementos del dibujo le poseen de tal manera que se adosan definitivamente a su cuerpo, forman tal parte de él mismo, que son simbiosis, en forma de ardilla, pulpo, muñón... le castigan y le miman, pero siempre están ahí... ¿Cómo hará Raúl para desprenderse de ellos? Los saca al papel. Miedo y ansiedad, el dibujo como terapia, reflejo de la mente del artista, también lo es para el espectador, y todo ello hay que tomarlo con intensas dosis de humor como arma para combatir los temores. En un sistema de trabajo similar al del búlgaro Nedko Solakov, en la obra de Díaz Reyes hay dibujos 'sencillos' y 'complicados', por su modo de hacer y por lo que cuentan también. Las referencias pueden ser conocidas, no podemos negar el interés de Díaz Reyes por el maestro Pettibon, pero hay otras miles diferentes, porque al autor le interesan muchas otras cosas. La iconografía americana es escuela de aprendizaje para el artista, desde el lado más claro del cómic, acompañado de textos algunas veces. Y ahora Díaz Reyes presenta dibujos en formato grande, donde no hay duda de la inmediatez del dibujo, de lo impulsivo de este medio. Estilos diversos se mezclan intencionadamente en los papeles que el artista utiliza como soporte, los cuales también son de la más variada procedencia, tamaño y calidad. Con una actividad enfebrecida, todo lo que sea papel y llega a manos del autor es susceptible de ser dibujado encima: así nos vamos encontrando en la visita al estudio con formatos grandes y pequeños, papeles lujosos y delicados o rotos y arrugados, incluso fragmentos y trozos, papel liso o procedente de las más variadas libretas, papeles desnudos y otros marcados con logos. Trabajos híbridos con presencia de ironía que requieren de la aportación del espectador para 'resolver' las historias que cuentan, ejercicio estético de memoria y fantasía que obliga a una complicidad al que los contempla, y el propio autor nos da una pista de cómo interpretarlos, 'como si fuera un lector acercándose a un libro que pudiera descifrar'. La posible catalogación de todos los fragmentos es nuestro deleite a la hora de ver estos dibujos. Dibujar hasta reventar, hasta que los dibujos le salgan por las orejas, es el trabajo de Raúl Díaz Reyes. Guillermo Mora Cuando parecía que hemos matado la pintura tantas veces, qué gusto da conocer un artista joven que vuelve a la investigación por los bordes, los límites y el núcleo duro de la pintura, que reinterpreta el acto de pintar y le da la vuelta, convirtiéndola en algo tridimensional, dislocando sus elementos básicos. Un trabajo más allá de la superficie plana, transformando la pintura en un ente tridimensional, multidisciplinario, ¿es pintura? ¿es escultura? ¿es instalación? Rompiendo las normas entre las disciplinas mencionadas, las pinturas realizadas por Guillermo Mora se quiebran para transformarse en otra cosa, creando referencias cruzadas que marcan las similitudes y las diferencias entre las disciplinas mencionadas. Imágenes construídas, organizadas en formas geométricas, meticulosamente realizadas, cortadas a mano, limpios bloques de color estructurados en capas. ¿Piensa el artista en dos ó en tres dimensiones? El autor crea y el espectador ve a partir de esta disociación. Y quiere que contemplemos estas piezas como un paisaje resultado de las ruinas de una especie en extinción -dicen-: la pintura, creada y destruída por él mismo. Mora trabaja con los interrogantes fundamentales de la creación, renovando los soportes tradicionales, sobre este nuevo diálogo entre la obra pintada y el espacio que ocupa. ¿Pintura-objeto le podríamos llamar? La pieza de arte como herramienta, estudiando sus significantes tradicionales, y a través del error, Mora encuentra un nuevo camino tridimensional. En un cruce de fronteras de los soportes mencionados, Mora se centra en los problemas clásicos: el hueco y el lugar ocupado, la apariencia real y la imaginaria, el color y su proyección espacial, en definitiva, los derivados posibles de la pintura en tres dimensiones, donde el juego es pieza clave de la experimentación. Sus trabajos son resultado una reflexión diaria, que de una cosa llevan a otra en un ejercicio constante en el estudio, construyendo y rompiendo día a día, generando una poética a través de un saber representar en el espacio, utilizando la pintura y los materiales que acompañan a ésta en el cuadro de todas las maneras posibles, convirtiéndose así en objetos que toman nuevas posiciones en el lugar de exposición, y nos enseñan una nueva mirada sobre algo conocido: el tránsito pictórico es un recorrido sin fin, y así Mora prueba que no todo está ya experimentado. Atrapacielos son 10 cajas-cubos dispuestos sobre una mesa, rellenos de pintura comprimida que intenta escaparse por sus 6 lados abiertos, sin conseguirlo. Estos recipientes están hechos con pequeños bastidores de madera, y son metáfora de la obra de Mora: la pintura se derrama por otros vericuetos desafiando su lugar, su cauce y su soporte normal. La serie de piezas tituladas Mensajes nos mandan señales desde la pared, palabras compuestas por elementos relacionados con la pintura, diseccionados hasta ser casi irreconocibles y reconvertidos en esculturas, a modo de alfabeto o abecedario básico. Rollos de lienzo que envuelven un bastidor, nos recuerdan de alguna manera a los neones de Dan Flavin y una vez más, dejan de ser pintura. A pesar de estar compuestos con la materia que construye un cuadro, su disposición en el espacio también se aleja de la pintura formal, para acercarse a la escultura y la instalación. Estas piezas enlazan con los Dulces Rothkos, en referencia al gran artista, experimentos de pintura casi táctil de vibrantes colores. El guiño a los grandes maestros de la pintura americana continúa en la pieza titulada Ordenando el cielo con Donald, que muestra los pequeños sándwiches de lienzo de donde la pintura derrama por sus bordes, perfectamente presentados al modo que Donald Judd instalaba sus esculturas de pared. La obsesión de Mora por los pequeños formatos es obvia. A este gusto se suma el del color, el del contraste de materiales blandos y duros, lo comestible, lo masticado y escupido. Bricolage, multiherramienta, juego, experimentación y estudio son palabras que han salido de la boca del artista en las visitas a su estudio: apilación y acumulación nos llevan a un intenso paseo más allá de la pintura -y del lienzo y del bastidor-. Hay una serie de trabajos experimentales que se han quedado en el estudio del artista y son construcciones y destrucciones en papel, ensayos de lo que luego sucede con lienzos y bastidores, muy elocuentes de este trabajo de recorta-pega-pinta y vuelve a recortar. Y es que a Mora también le interesa el dibujo, como demuestra en una pieza aquí presentada que es una línea vertical infinita, dibujada/construida con pequeños lienzos de pintura envasada que la mantiene blanda y viva, sin dejarla secar. Guillermo Mora sigue jugando y experimentando con la pintura -y con el lienzo, y con el bastidor.
Exposición. 14 nov de 2024 - 08 dic de 2024 / Centro de Creación Contemporánea de Andalucía (C3A) / Córdoba, España
Formación. 23 nov de 2024 - 29 nov de 2024 / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) / Madrid, España