Exposición en Benicarló, Castellón, España

Ulls de fang (Ojos de barro)

Dónde:
Centre Cultural Convent de Sant Francesc - Museo Ciudad de Benicarló (MUCBE) / Carrer de la Pau, 2 / Benicarló, Castellón, España
Cuándo:
22 ene de 2010 - 21 mar de 2010
Inauguración:
22 ene de 2010
Artistas participantes:
Descripción de la Exposición

Mientras escribo estas notas, suena en el equipo de música la cantata de Bach «Nimm, was dein ist, und gehe hin» (toma lo que es tuyo y vete) en la depuradísima y exquisita lectura de John Eliot Gardiner. Una versión recientemente editada, que forma parte de una colección que presenta en las portadas de las carpetas donde se ubican el dúo de discos, bustos de gentes del planeta de las etnias más diversas, con sus atuendos propios. Es una propuesta que unifica la serie y que, en un modo paradójico, contrasta de modo contrapuesto con el contenido musical, tan espiritualizado y reverente y al tiempo tan específico de la música europea del barroco contrarreformista.

 

Ignoro si el diseñador de las fundas, a modo de libro, de los CDs de este repertorio de la carta magna de la música coral bachiana, ... ha trabajado con completa independencia o lo ha hecho ateniéndose al criterio del maestro Gardiner, que une a su musicalidad extrema y a su refinada elegancia sonora, unos conceptos muy específicos de universalización conceptual en cuanto a los referentes de la música, el arte o la historia. El director inglés es un filósofo esteta del compás y la armonía, o un esteta filósofo (tanto vale la propiedad conmutativa) que ahonda en las entrañas de conceptos muy plurales, respecto de las culturas, para aplicarlos a su concepción musical.

 

Caigo en la cuenta que el rostro que se ofrece a mis ojos en la portada del disco, es el de una joven muchacha árabe, que sonríe con la boca y con los ojos. Y ello me lleva a pensar, ubicado entre el sonido que emana de los altavoces y las ideas con las que abordo el texto, referido a la ceramista Cristina Guzmán Traver, en la espiritualidad del mensaje de la mirada que, como la música, posee un lenguaje sin palabras determinado y determinante.

 

En el estudio valenciano de la ceramista pude contemplar la obra que aporta en la exposición para el MUCBE benicarlando, con una serie de vasijas en algunas de las cuales se han practicado dos incisiones verticales, que, de inmediato, recuerdan a los ojos. La mirada tiene, sin duda, una expresión que condiciona y, en ocasiones, mucho más que las palabras. Desde la ira al afecto, desde el asentimiento a la negación, trasmite acciones muy significativas, con una carga emocional tan honda y certera como indefinible verbalmente. En un quirófano la ojeada de un cirujano, puede ser tan evidenciadora, como en una orquesta la de un director, como en un partido de fútbol la de un jugador en el momento de un pase certero.... Y así hasta el infinito en el que se puede englobar la de cualquiera, en un momento de turbación o de dicha, para transmitir una voluntad. La relación entre los ojos tiene un poder magnético de mensaje, que constituye toda una semántica psicológica de comunicación.

 

Cristina Guzmán, ceramista de muy sentidas convicciones sociales, en su honda sensibilidad, entiende muy bien ese mensaje, callado de sonido y elocuente en ideas, de la relación entre pupilas. Sobre todo cuando, como es su caso, se ansía propagar el contendido de una súplica de auxilio. En la condición de su sexo, la artista se fija en las mujeres que, por razón de su condición social, étnica o religiosa... no tienen otra voz más que la de su mirada.

 

La artista lleva al terreno de la metáfora esa petición silenciosa, pero intensa, en sus recipientes de ese barro industrial al que llamamos gres y que tiene especiales condiciones para la respuesta plástica. La metáfora se relaciona e implica correspondencia. Las vasijas cubiertas, son la atávica referencia, vinculada a la mujer, en las tareas del fogón doméstico. Milenios de ubicación cocinera lastran un quehacer del que, una gran mayoría, no ha podido desprenderse. Significativa transposición del objeto por el rostro, máxime teniendo en cuenta que, desde el neolítico, hace diez mil años, la alfarería sirvió para contener y para guisar y permitió otra suerte de vida más desarrollada al ser humano, que la que había conocido en el largo y primitivo paleolítico.

 

Hoy los cultivadores de la cerámica vuelven atrás su mirada, buscando la inspiración en los primitivos modelos de recipientes, en un afán universal de proustiana intención y de poético eterno retorno. No es extraño que Cristina Guzmán se sienta atraída por esta corriente, a la hora de crear una obra personal con alegoría incluida. Y en esa alegoría vuelve a ser preceptivo implicar de nuevo a la mirada, considerando que los ojos son las ventanas del alma abiertas, en el edificio del cuerpo.

 

Pocos años atrás, la ceramista llenó de ventanas sus piezas a modo de construcciones con cociente de orientalidad. Ella siempre se ha sentido motivada, y por múltiples razones, por la fascinación de lo oriental, de lo primitivo. Tal vez por ello esas ventanas siguen siendo, siempre, un«leiv motiv» que, como en la música, se repite para obsesionar al espectador, del mismo modo que lo está su creadora.

 

La cerámica tiene en el tacto del barro, al modelar, algo de forja humana. Tal vez sea un atavismo bíblico, que sigue generando instinto de génesis en el inconsciente colectivo. Si además le unimos a la tierra humedecida el sortilegio del fuego y el abrazo del aire, convendremos en que hay algo de mágico en la filosofía de ese quehacer, común a todas las culturas primigenias de la tierra y al primer alegato del pensamiento racional.

 

Cristina Guzmán humaniza sus objetos, con una poesía existencial, reflexiva, sentida y, sobre todo, clara de identificación. No es el suyo un arte críptico para iniciados, bien por el contrario, en su modelar hay una sensación de proximidad que se evidencia y se transmite de inmediato, provocando la complicidad del espectador en la vertiente icónica y estética.

 

La familiaridad instintiva que nace entre un compositor y su intérprete escapa al análisis. Sigo oyendo a Bach en la excepcional versión de Gardiner, mientras mis dedos pulsan las letras del teclado del ordenador, redactando este comentario y pienso que también la sugestión de la mirada de la muchacha de la carpetilla del disco, me insinúa la obra de Cristina Guzmán, por su intención sensorial que también está fuera del análisis y sí dentro de la sensación y la toma de conciencia. Soy testigo de uno de esos pequeños milagros de entente que especifican los elementos de atracción mutua. No encaja la globalidad de las cantatas de Septuagésima, ni con la joven árabe de la foto ni con los ojos heridos en el barro... pero la música en un momento, en un paréntesis de pocos compases, se vuelve abstracta y en la mirada hay un relato indefinido como también en las cerámicas. Todo es perceptivo y en esa percepción llega a establecerse, por un instante, hasta una cierta acusación ante la realidad viva, cotidiana y universal... de miradas anhelantes.

 

Los ojos de los barros de Cristina, lloran o al menos gimen de tristeza y melancolía. La cantata de Bach está en un elegiaco adagio. Lamento en clave de sol y clave de fa. Es la anatema a la mujer vejada, menoscabada, dañada... en suma, desubicada de su legítimo papel como persona. Burka lastrante con el solo resquicio dialogante de los ojos.

 

Uno imagina un rosario de velas encendidas como una hilera de dolor penitencial por tanta humillación a escala planetaria. Nueva metáfora. Tal vez por ello a las cerámicas con pupilas, se suman los cuencos, los pechos invertidos, que bien podrían recibir estas candelas como primario receptáculo de luctuosa procesión.

 

En todo existe un relato poético que evoca, de inmediato, a Neruda:

 

«Ah los vasos del pecho! Ah los ojos de ausencia!

Ah las rosas del pubis! Ah tu voz lenta y triste!»

 

Es el ritmo del verso, como el de la música, como el de la seriación de los recipientes de esta muestra del MUCBE, testimonio de una inspiración motivada por unos hechos de desprecio, humillación y dolor, convertidos en series de acusaciones asumidas.

 

Los ojos de barro son humanos, porque humano es el sentimiento que los ha hendido, humanas son las manos que los han modelado, añadiéndoles caricias de ternura, comprensión y vínculo... y humanos son los ojos que los contemplan asumiendo su mensaje de sensibilidad y confidencia.

 

Es curioso: esos recipientes encierran hasta música de Bach. Puede haber una invocación, para la concordia, más universal de comprensión sin palabras, que el de la música y el arte.

 

 
Imágenes de la Exposición
Cristina Guzman Traver

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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