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'El amor humano es ese milagro capaz de oponerse eficazmente a cualquier especulación sobre la falta de esperanza en nuestro mundo,' (Andrei Tarkovski)

Quien se haya curado gracias a unos cables con ropa tendida, o a través del asombro que supone, que cada cuerpo que cruza la ciudad tenga un contorno, reconocerá en esta obra de Rosa Puig un estribillo antiguo: 'Espero resurgir, por confiar'.

Es fácil reconocerse en las imágenes 'aire', si lo que has perdido, no lo has olvidado.

La ingravidez de los muñecos, su baile junto al árbol, muestran sólo alma en la totalidad de ... la fotografía, por encima de todos los elementos visibles que la constituyen. Este alma no es el alma de los recortes de tela con figura humana, tampoco el de los árboles, ni el de los caminos, ni siquiera el del viento o el cielo.

Es el alma de lo que está fuera de la imagen para los ojos, y sin embargo la constituye y la sostiene.

El paisaje de 'aire' no es de este mundo; recuerda una región del cielo que vela una pena. Una pena por una ausencia, por una muerte en la tierra. Esta muerte es lo invisible que gravita en cada fotografía.

Lo que los ojos ven está unido intimamente a esta muerte.

La delgadez de los muñecos, casi la transparencia, mecidos en una atmósfera atemporal, la rotundidad onírica de los árboles, la letanía del blanco y negro, y la experiencia de ser transportado, de acceder sin intervención de la voluntad a un paisaje de espiritualidad pura, anuncian en voz baja, la melodía de una resurrección.

Este es el tema que recorre la exposición 'aire': asistir a una resurrección, el comienzo de una resurrección.

Pocas veces el arte de la fotografía nos ha entregado una obra tan elevada, como esta de Rosa Puig. A través de la pena y el fervor de la humildad y la confianza la autora custodia en este 'aire' una imagen de Dios.