Descripción de la Exposición Sobre la muestra Trazos del Tiempo, de Cristina Santander Conocí a Cristina Santander hace 11 años en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón. En ese entonces, ella era titular de la cátedra de Grabado y yo su alumna. Entre los recuerdos de ese año elijo tres que me parecen claves para hablar de su obra: la placentera sensación de deslizar el estilete sobre la capa blanda de pintura asfáltica y ver aparecer las brillantes líneas cobrizas; la suspensión absoluta del tiempo psicológico al girar la rueda de la prensa, monstruosa y oscura como una tortuga gigante, y presenciar el nacimiento de la estampa, única e irrepetible, pues, como afirma Cristina, en el grabado no existe la copia, cada estampa tiene su personalidad. Creo que durante ese tiempo en que la plancha se movía bajo la presión del rodillo yo no respiraba. Dicen que la respiración es importantísima cuando una da a luz. Pero yo no respiraba. Lo importante era que la estampa respirara, que fuera una cosa viva. Hipnotizada con los trabajos de Cristina comprendo ahora qué significa exactamente que una obra respire. El color de Cristina, sus fogonazos azules, sus naranjas intrépidos, nos cortan el aliento por unos segundos, para después hacernos más anchos, repletos de aire vivo. El tercer recuerdo no fue muy feliz para mí. Cristina nos había pedido que llevásemos dibujos y yo había reunido una pila de papeles A 4 donde había garabateado con fibrón figuras humanas de las cuales, debo confesar con cierta vergüenza, estaba bastante orgullosa. Ella fue dura. ¿Cómo había sido capaz de utilizar un fibrón, una cosa tan grosera, existiendo tantos materiales delicadísimos y nobles que ampliaban notablemente los matices de expresión? ¿Y qué pasaba con la recta? ¿Por qué no la usaba? Mis dibujos, es verdad, eran curvas y curvas sobadas: un manierismo berreta. Cristina me hablaba de la excelencia y la nobleza. Y del equilibrio y la estructura. Cosas que entendí años después y que ahora, sumergida en su atelier, rodeada de sus estimulantes ensayos plásticos, veo claramente y me emocionan. La actitud de Cristina es contagiosa, hay generosidad en su gesto, un gesto donde se combinan el conocimiento exhaustivo de la técnica y una despreocupación total por seguir recetas. Un desparpajo alocado e irrespetuoso que no resigna la veneración por lo clásico sino que la utiliza como tierra firme desde donde impulsarse y saltar más alto. Trazos del tiempo es una muestra rara. Un lapso de 18 años separa la obra más antigua de la más reciente. Es difícil ajustarse a una línea de tiempo si hablamos del trabajo de Cristina. Dividirlo en etapas es un intento ridículo, pues Santander danza entre las décadas con mucha frescura, va y vuelve, retoma y descarta. Le divierten las relecturas, faltarse cariñosamente el respeto a sí misma, reinventarse con agilidad. Pocos artistas tienen ese sentido del humor y valentía. Calificada usualmente como grabadora, a Cristina la tienen sin cuidado las nomenclaturas. Repasando el origen del grabado, la artista cuenta con ojos soñadores que antiguamente era oficio de mujeres, a las que llamaban «bordadoras». Ese carácter femenino ha trascendido los siglos y sigue presente en su imaginario. Pero la tradición no le pesa, no la vuelve conservadora. Santander es una artista que ha elegido no solamente el grabado como medio de expresión, al que ha llevado al límite de lo experimental, sino el diseño de objetos- desde menaje hasta prendedores- el dibujo, la pintura, los backlights, la escultura en acrílico y bronce y el teatro. Si bien el grabado lejos está de ser la diva en las pasarelas del arte contemporáneo, y hay claros indicios de que ha perdido la batalla ante otras producciones más espectaculares, mastodónticas o bienaleras, Cristina Santander, impermeable a las modas febriles, se comporta, en cualquier disciplina que emprenda, como una diva. Escapadas de cuentos antiguos y leyendas de amor cortés, sus figuras tienen gracia y encanto. Pastores, campesinas, cortesanas, damiselas rococó, caballeros medievales, hadas, lavanderas y damas con peineta y sombrilla. Escenarios bucólicos donde tienen lugar acciones apacibles y cotidianas, temas clásicos que siglos después no pierden vigencia y vuelven a nosotros con un halo de añoranza. Murillo, Goya y la sangre española laten en el pulso de Santander. Así como España es símbolo de extremos contrastes, de muerte y vida como un todo dinámico, en la obra de Santander los dos aspectos conviven festivamente, con naturalidad. La luz puede ser tenue y acariciar con ternura segmentos de un paisaje en relieve o ser fuego abrasador en los pétalos de sus flores. La reiteración de ciertos animales - el toro, el caballo, el leopardo y el perro de caza - ponen en escena esa otra parte de su obra, visceral, poderosa, exhibicionista e instintiva. Pasaron 11 años desde que Cristina Santander descorrió ante mí el telón del mundo mágico y alquímico del grabado. Y si bien la vida me llevó por otras disciplinas, ese año fue inolvidable y lo guardo con cariño entre los tesoros de mi aprendizaje. Entonces yo no imaginaba ni remotamente que iba a tener el privilegio de presentar estas obras. Me alegra encontrar a Cristina, 11 años después, con la energía intacta y en ebullición. Los invito a contagiarse, a dejarse llevar por las formas, los ritmos y texturas. Pronto se sentirán más livianos, como un trozo de hilo de bordar que el viento hace danzar dibujando formas libres en el aire.
Exposición. 17 dic de 2024 - 16 mar de 2025 / Museo Picasso Málaga / Málaga, España
Formación. 01 oct de 2024 - 04 abr de 2025 / PHotoEspaña / Madrid, España