Descripción de la Exposición
TRAZOS DANZANTES
Danzar. Pintar. Modelar. Crear. La reflexión vendrá después. Si delante del danzante aparece el espacio como un lugar que debe ser sensorialmente ocupado, delante del artista aparece el lienzo, el cristal, el papel o el mismo aire como el lugar donde expresar, donde sentir, donde transmitir. El pensamiento vendrá luego. “Pintar es solo una forma de escribir un diario”. La sentencia de Picasso podría aplicarse al libro de la vida de Rafael Cerdá (1955, Montoro, Córdoba), incansable y polifacético creador que combina su cátedra de docente con un caleidoscopio de facetas que abarcan el dibujo, la pintura sobre lienzo, el grabado, la actividad como galerista, la escultura del espacio monumental y del detalle… Pintor total, de amplísima trayectoria expositiva, el diario de su vida es la danza eterna de sus trazos pictóricos. Trazos danzantes es una propuesta que sintetiza muchas de sus obsesiones creativas. El trazo como metáfora de la vida: se sabe dónde comienza, pero nunca se sabe dónde ni cuándo acaba. El trazo con entrantes y salientes, vueltas y más vueltas sobre el gran lienzo del mundo. Trazos con ritmo como en la sentencia de Matisse “Mi primer elemento de construcción es el ritmo, el segundo una gran superficie de azul sostenido, en alusión al cielo”. Los cielos de Rafael Cerdá son fondos mixtos, barrocos como la propia vida, donde todo es lo que es y nada es lo que parece. Otra metáfora de una vida que se puede escribir sobre tabla, cristal, lienzo o papel encolado; diferentes texturas como diferentes son los días escritos en un diario artístico: rugosos o lisos, limpios o manchados, transparentes o traslúcidos, inmaculados o tratados previamente. Trazos que danzan. “Hay atajos para la felicidad y el baile es uno de ellos.” Trazos que juegan con el color en un vibrante baile donde los primarios cogen de la mano a los secundarios, fundiéndose en piruetas donde la pareja es la que hace el baile, donde no hay voz cantante sino un poema final en el que todo trazo es imprescindible. Como la vida misma, donde lo secundario puede ser tan importante como aquello que entendemos primario. “El baile es un poema en el que cada movimiento es una espada” decía Mata Hari. Aplíquese a una pintura danzante en la que cada curva es un guiño, es una espada como labio, es una vuelta de la vida. “La línea recta pertenece a los hombres, la curva es de Dios”. Gaudí apuntaba la idea de trascendencia que existe en el trazo ondulante. Ya lo habían entendido así los grandes arquitectos del Barroco que sintetizaron la vida en un juego de curvas y contracurvas. Son las espirales de Bernini en las columnas salomónicas del Baldaquino de san Pedro, o los juegos de lo cóncavo y lo convexo que aparecen en san Andrea del Quirinalle o los muros curvos y las plantas alabeadas de Borromini en la iglesia romana de san Carlos. Para llegar a la llama de la sabiduría en la iglesia de san Ivo había, hay, que subir una compleja trama ascendente de ondulantes curvas que tienen el premio final de la felicidad del saber, del disfrute del conocimiento. La pintura de Rafael Cerdá nada en esa corriente ondulante donde todo sería trascendencia y donde hay una presencia constante, casi omnisciente: el círculo. Difuso, entramado, discreto o rotundo, rotundo o insinuado, en negro o en rojo, azul o gris, el círculo está presente siempre en sus trazos danzantes. Si el triángulo es en la cultura occidental la trinidad perfecta, el círculo es una realidad aún más cerrada en su perfección, como el baile de los derviches turcos, danzantes que alcanzan la trascendencia dando vueltas sobre sí mismos. Círculo de perfección, círculos concéntricos como en los cielos de Dante, que entre los cielos y los infiernos, ya se sabe, la línea recta es vulgar cercanía y la curva sinónimo de eterno recorrido. Por eso Cerdá no duda en hablar del Cosmos en algunas de sus creaciones. Curva para la pintura, rigidez totémica para la escultura. El trazo frágil para el lienzo y la severidad geométrica para el bronce. Existe el baile porque también existe una posición firme. Y de firmes. “Hay atajos para la felicidad y el baile es uno de ellos” decía la escritora Vicki Baum. Aplíquese al baile de colores y trazos danzantes y se alcanzará una mínima comprensión de aquello que se quiere expresar con la pintura. “Mientras bailo no puedo juzgar. No puedo odiar, no puedo separarme de la vida. Sólo puedo estar alegre y entero”. Palabras del bailarín Hans Bos aplicables a una creación pictórica que invita a una experiencia alegre, rítmica y hasta sensual. En un mundo en el que, tantas veces no sabemos cómo expresarnos, la pintura y la danza aparecen como un antídoto contra la actual incomunicación. “Si pudiese decir lo que quería decir, no habría razón para bailarlo” decía Isadora Duncan. Rafael Cerdá lo dice en la danza de sus trazos. Sin apenas palabras. Sólo alguna letra se atreve a integrarse en la danza de alguno de sus cuadros. De forma discreta y acompasada, que el paso lo marcan el color, el ritmo, las texturas cambiantes y el movimiento de unos trazos que bailan, de unos trazos que invitan a huir del pesimismo de un mundo gris en una danza colectiva de colores. Que suene la música. Que se preparen los pies y las manos. Que se dispongan los pinceles. Que suene la vida. Que se cumpla, siempre en danza, siempre con ritmo, siempre con color, la frase de James Brown: “Cualquier problema del mundo puede resolverse bailando.”
Manuel Jesús Roldán
Exposición. 13 dic de 2024 - 04 may de 2025 / CAAC - Centro Andaluz de Arte Contemporáneo / Sevilla, España
Formación. 01 oct de 2024 - 04 abr de 2025 / PHotoEspaña / Madrid, España