El escultor Juan Carlos García es un observador del paisaje, detentor de una mirada más lúcida en razón de su emplazamiento descentralizado, consciente de su cotidianeidad en un contexto de mayor proximidad al medio natural, realidad que suele envolverse de una suerte de nebulosa dignificada por grandes titulares para quienes vivimos en el entorno capitalino, más próximos a la virtualidad de los medios que a la contundencia descarnada de la tierra: la distancia mejora la visión de conjunto. Esta percepción conceptual distante, que oficia en los citadinos como un juego imaginario bienintencionado de construcción abstracta, valoriza especialmente por empírica la opinión del poblador de campaña o de una localidad del interior como espectador de las mutaciones que el paisaje sufre cíclicamente.
La situación de crisis ecológica mundial, emergencia irreversible provocada por el hombre cuya condición de racionalidad -único animal con ese potencial- se manifiesta en su capacidad de dominar la naturaleza...en su beneficio, es objeto de deferente atención por este artista. Por supuesto que todos conocemos a ruidosos ambientalistas desvelados por la decadencia del medioambiente, cuyo denodado esfuerzo en su favor jamás trascendería el porte de un cartel de protesta. Pero existen otros silenciosos militantes del paisaje y la preservación de lo que, recibido en estado de pureza, devino repugnante corrupción reflejo ético especular del propio individuo humano. El hombre corta alegremente la rama que lo sostiene, indiferente a la proyección temporal de su acción; no es sólo el animal más mezquino, sino el más estúpido.
Juan C. García presenta una muestra cargada de significado, narrativa en su abstracción matérica, metafórica de su sentimiento auténtico. Sus propuestas suelen tener un algo de titánico en su despliegue dimensional, materiales y discurso. Hay en él una grandilocuencia que lo lleva a elegir el metal, la madera y elementos de considerable resistencia como materia prima desafiante, de muy ardua maleabilidad. Enormes paneles de collages, ocasionalmente aspirantes a la figuración, las más de las veces librados a la imaginación afectiva del contemplador. Una suerte de Hefesto en su forja de objetos destinados al uso de colosos. En esta ocasión su interés apunta a describir situaciones vinculadas a la modificación del paisaje en desmedro de la naturaleza y en beneficio puntual del interés creado, en el mundo y en el país.
Una serie de diez cuadros concebida como un políptico metaforiza el deterioro acelerado de nuestro único e irrepetible mundo a manos de un insignificante pero altamente destructivo ser humano. Cada cuadro, indisociable del resto, contiene un símil de la corrupción de la materia, la putrefacción y la ruptura del orden natural. Tela, papel, alquitrán, pintura, ceniza, tierra, ramas, fósiles vegetales constituyen la materia prima de estos collages notoriamente volumétricos. La presencia de estos planos verticales es de enfática violencia por el movimiento generado en texturas y en la irradiación de símiles de quemaduras en el soporte, generadas a partir del efecto extensivo de la materia grasa del alquitrán. Dramáticas representaciones de estados posteriores a grandes cataclismos: conflagraciones, contaminación, sequía, desmoronamientos, agua estancada pútrida. Ausencia de color, con excepción de áridos marrones en escalada hacia el negro del alquitrán y zonas de sucios grises. De la violencia humana al estancamiento de lo muerto y corrompido. Desecho industrial. Chatarra. Ausencia.
El planteo realizado en los grandes bastidores se presenta como información concentrada y expresión de fuerza arrasadora de lo construido por el hombre, feroz profanación de su obra creadora. De masas pastosas y enlodadas emergen alineaciones de elementos verticales, arquitecturas sepultadas en materia putrefacta, metáfora de situaciones que se suceden en el ámbito urbano y aun rural, espacio éste otrora incorrupto, donde el daño ambiental se hace más dramático. Paisajes desplegados a partir de un punto de observación aéreo, en que algunas estructuras derruidas se esparcen sobre un plano anegado, a la vera de un curso de agua estancada donde se extienden derrames de materia nauseabunda. Una situación familiar a la memoria local y cuyo origen causal trasciende la eventualidad del imprevisible fenómeno climático, puesto que en retroceso temporal se llega tras varias instancias a la incidencia de una voluntad cuyo objetivo tácito o expreso es la avidez descontrolada. Entre los elementos utilizados para la representación de estos restos de edificaciones se cuentan fragmentos diminutos de madera sometidos a tratamiento matérico, émulos de construcciones en altura. Esta imponente obra resulta un collage abstracto de ingente fuerza expresiva: abundante materia adherida al soporte, primacía de grises craquelados y sólo algo más de color entonado. Desolación.
Dos nuevos soportes apaisados de notables proporciones se presentan como planos donde ocurren movimientos a ritmos constantes: pseudo deslizamientos de materia descompuesta, desprendimientos verticales de aguas servidas. Torres de desechos industriales creciendo en medio de flujos cloacales. Casi monocromáticos, sus monumentales bastidores son símiles de altorrelieves volumétricos al punto de la escultura exenta. El collage se expande como una eventración impúdica de la que emana escoria o se expande como las ruinas de ciudades arrasadas. Los esgrafiados horizontales parecen denotar un impulso continuo ondulatorio, pero densamente descripto; un ómnibus yace incinerado. Monumental. Descompuesto.
Cada uno de los módulos constitutivos de esta muestra, con sus desbordados contenidos significantes, comunica emociones y mensajes en forma eficiente, resultando de enorme fuerza expresiva y plasticidad. Toda la muestra responde al habitual carácter titánico de las propuestas de Juan C. García, artista cuyo exigente decir sólo parece completarse mediante el uso de restos de materiales nobles como madera y hierro amalgamados, fragmentados y envilecidos con desechos industriales en gigantescas composiciones organizadas en forma y color, sea en su versión natural, sea modificados por aplicación de collage, décollage, pintura, lijado, cementado a fortiori, elementos cuya naturaleza impone por su carácter basto y resistente, como la piedra y aun materiales blandos como papeles o trapos, sometidos a la violencia del alquitrán, el cemento y posterior exposición al sol o al fuego. Los procesos de preparación de una muestra suponen para Juan Carlos García un proceso de años en que cada elemento integrante de la propuesta sufre una paulatina transformación, fragmentación, reelaboración, mutación. Color y forma se ajustan y entonan con un resultado plásticamente armónico, por oposición a su inquietante contenido conceptual.
Paisajes inertes como presagios oníricos. Espacios terrestres arrasados, que se transitan con estremecimiento. En silencio.
MARÍA E. YUGUERO
Entrada actualizada el el 17 oct de 2016
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