Atreverme a escribir un texto para una artista como Caren Argos constituye por mi parte una temeridad por varias razones: la primera, porque la más temprana manifestación creativa de esta fotógrafa fue precisamente literaria, y yo que he tenido la fortuna de disfrutar desde sus primeros cuentos infantiles hasta algunos de sus escritos de madurez, puedo asegurar con conocimiento de causa que su sensibilidad inteligente permea su obra tanto cuando toma la pluma y el papel como cuando se arma de su cámara. Pero comprendo que estaría mal que fuera la fotógrafa quien glosara con sus propias palabras sus imágenes.

La segunda, porque tengo la suerte de ser amiga de Caren desde la infancia, y esa intimidad quizás me impida separar la obra de la persona. Mi propósito no va a ser la objetividad crítica ni voy a empeñarme en censurar lo afectivo de estas líneas: sería un ... esfuerzo inútil y el resultado sonaría falso. Lo que diga no vendrá de la distancia, sino de la cercanía.

Lo primero que me viene a la cabeza al ver sus fotos es su "oralidad", probablemente por lo mucho que hemos hablado Caren y yo: sus fotos hablan, cuentan una historia, quizás su propia historia; son un viaje y una experimentación, quizás su propia vida.

La artista maneja los colores como una alucinación, y somos testigos de un proceso de transformación de las imágenes para hacerlas suyas, para que a través de su mirada, cambiemos nuestro modo de ver las cosas.

Los cuatro elementos juegan en esta exposición, juegan en el sentido lúdico del término, pero también en la acepción más profunda de la palabra juego, esa en la que cabe el azar que determina nuestras vidas, esa que supone captar un instante que va mucho más allá del tiempo que dura. El "clic" de la cámara es el inicio de un camino de reflexión que desemboca en algo, una imagen de la realidad a través de la cual la artista nos traslada su propia cosmogonía. Como sucede con la poesía de Ángel González, el martes se transforma en jueves en el proceso sutil que va del otoño al verano, cuando nos encontramos con un miércoles que sabe a martes de invierno.

Caren nos traslada en estas fotografías una realidad cambiante y propia como ese fuego en azules, como esa tierra arrugada en un papel, como ese aire níveo, rayado y sangriento que se va en toldos, en líneas de viento, o la familia que son sombras y luz sobre la tierra, la bola blanca incandescente que crepita de ramas, un naufragio gris de mar sobre la tierra o las gotas de uva que yacen sobre el desagüe de una fuente callada.

Las cosas pierden su entidad para transformarse en otra cosa, la fotógrafa nos presta su ojo, su modo personal y envidiable de ver el mundo, su sensibilidad, su experiencia, su dolor, su asombro, su inquietud y con todo ello, y sobre todo ello, su libertad creativa. Estas fotos son una filosofía, y su actitud se predica en imágenes.