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Interesada más en encender el debate que en tomar partido, Patricia Piccinini ha creado un universo sintético, artificial, lleno de criaturas y objetos ficticios, extrañas especies animales, vehículos con una lejana apariencia animal e incluso humana, y ... paisajes digitales de aspecto absolutamente real. Como puede comprobarse en la exposición, la artista persigue deliberadamente que este universo y sus habitantes se encuentren extrañamente cercanos a la realidad cotidiana y sean capaces de despertar a un tiempo la ternura y la inquietud en quien los observa.

Piccinini realizó la obra que abre la exposición a partir de la noticia de que un experto en ingeniería genética de Massachussets consiguió, en 1995, desarrollar un cartílago con forma de oreja humana sobre la espalda de un ratón. De aquí surgió Protein Lattice, la pieza más antigua de la muestra (1997), un conjunto de tres fotografías y un vídeo, en los que recurre a los códigos de la imagen publicitaria para plantear cuestiones como los límites de la intervención humana en la naturaleza e incluso las dificultades para el acceso de todas las personas a los supuestos beneficios de los avances científicos.

La cuestión de la manipulación genética con fines médicos se encuentra también presente en The Young Family, escultura presentada en la bienal de Venecia de 2003, en la que una madre de una especie animal irreconocible amamanta con ternura a tres cachorros. Su aspecto físico no resulta del todo lejano e incluso pueden apreciarse algunos rasgos humanos, especialmente en la mirada. Son quizás seres creados en el laboratorio para proveer a los humanos de órganos para transplantes, a los que sin embargo es difícil evitar mirar con ternura.

El papel de los científicos

El papel de la ciencia en este universo no escapa, lógicamente, a la mirada de Patricia Piccinini. La serie de fotografías Science Story ilustra las diferentes fases de una investigación ficticia realizada por una pareja de científicos en torno a una extraña criatura. En la última, donde parece que se describen las conclusiones de la investigación, la mujer parece expresar cierta preocupación, quizás por las consecuencias del experimento, quizás por sus implicaciones éticas.

Protagonistas destacados del universo sintético de Patricia Piccinini son los llamados Nature’s Little Helpers (los pequeños ayudantes de la naturaleza), criaturas creadas con el bienintencionado fin de servir de protección a diversas especies animales, estas reales, amenazadas de extinción en Australia. Su existencia le sirve a la artista para plantear cuestiones como la imposibilidad de controlar totalmente la creación y la naturaleza. Así es en la serie de fotografías Roadkill, Getaway, Domain, Arcadia y Thunderdome: el ser creado para proteger la naturaleza se ha adaptado al medio, lo ha invadido e incluso adquiere algunos hábitos humanos.

Pero Piccinini expone también la cuestión de la hipotética convivencia de estos productos de la biotecnología con la especie humana. La artista se vale de dibujos y esculturas de gran realismo para colocar al espectador ante una situación que reconoce como ficticia pero que no puede evitar sentir como posible. En estas obras (los dibujos Laura (with sandwich), Alice, James (sitting) y Hector on carpet, y la escultura Undivided) Piccinini presenta escenas llenas de ternura, con niños jugando con actitud cariñosa e incluso durmiendo con estos pequeños helpers, ante las que no es posible evitar una cierta inquietud. La cuestión se plantea de manera más cruda en la escultura The embrace, que representa a una criatura enganchada a la cara de una mujer (el autorretrato de la propia artista), y en la queda la duda de si se trata de un abrazo afectuoso de una mascota a su dueña o una agresión en toda regla.

Esculturas y vídeos

En la muestra hay también ejemplos de un mundo fantástico en el que una scooter cuida de su familia y unos bebés de camiones pasan el tiempo viendo la tele, mientras que brillantes cachorros de moto (serie Cyclepups) y núcleos (casi como embriones) de coches (Car Nuggets) aluden a un tiempo todavía indeterminado donde el cuerpo y el metal se fundan. Cuestiones similares se encuentran implícitas en las dos instalaciones de vídeo de la exposición. En Swell el espectador se ve rodeado por un mar generado electrónicamente aunque capaz de crear en el espectador sensaciones asociadas al auténtico, incluso de mareo. La naturaleza salvaje, bella, inquietante y aparentemente perfecta, pero artificial al mismo tiempo, está también en Plasticology, donde un denso bosque abruma al visitante mientras tropieza con la maraña de cables del engendro electrónico que lo genera y que, como en una selva real, semejan las raíces de los árboles que le rodean.