La idea de final de la línea, que da nombre a esta exposición de José María Baez, está llena de connotaciones. Como es habitual en su autor el título, lejos de cerrar contenidos, aporta nuevas complejidades a una obra, de por sí, llena de sugerencias. Sin embargo, parece imponerse por encima de las demás la lectura de este final como la confirmación de un cambio en el proceso de trabajo de Baez en el que, por un lado, el arabesco sustituye (aunque sin eliminarla) a la línea recta y, por el otro, la pintura y su soporte comparten la misma linde; una linde que es definida por las bandas de papel cortadas a bisturí con que se componen las piezas.

Resulta inevitable también la asociación con esa pintura de bandas que describió Michael Fried en Estados Unidos en 1967. Como ... en aquélla, la pintura que Baez nos propone ahora, en su caso llena de superposiciones y sinuosidades, borra la posibilidad de fijar un inicio o un fin para el trazo. Sin embargo, la pintura de Baez se relaciona con el paradigma de Fried de un modo ambiguo. Por ejemplo, aunque su obra se compone a partir de un patrón constante, de base geométrica y formas tensas que se superponen creando una cierta idea de confusión, y en otros casos de formas curvas aleatorias que comparten una cierta unidad monocromática, esta pintura (o dibujo?) abandona la pretensión de objetualidad que propugnaba el crítico americano. Algo que se manifiesta, por encima de todo, en el modo como se han montado las piezas en el espacio expositivo. Distribuidas y mezcladas por las paredes, conforman una instalación que genera ese tipo de experiencia ambiental, de la obra en su contexto, que aborrecía Fried. Por otro lado, aunque existe un patrón común en ellas, la elaboración de las piezas incorpora un alto grado de incertidumbre, lo que unido a la cualidad vibrante y llena de matices del color lo vuelve a entroncar con las revisiones, entre cínicas y lúdicas, del modernismo americano.