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Talismania

Exposición / Proyectos Monclova / Lamartine, 415 - Polanco V Secc, Miguel Hidalgo / Ciudad de México, Distrito Federal, México
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Cuándo:
07 nov de 2024 - 21 dic de 2024

Inauguración:
07 nov de 2024 / 10 a 20 h.

Precio:
Entrada gratuita

Organizada por:
Proyectos Monclova

Artistas participantes:
Andrés Pereira Paz

ENLACES OFICIALES
Web 

       


Descripción de la Exposición

Andrés Pereira Paz persigue una forma de creación que le permite desdoblar la dimensión tangible y concreta de su experiencia: el cuerpo de la carne, el cuerpo que es la ropa y lo textil, y el cuerpo arquitectónico que adornamos con nuestros talismanes y nuestras manías. El cuerpo aparece en sus obras como un reloj propio que dicta las horas que podemos trabajar, los calambres y pinchazos, el cansancio de los ojos que nos apremia a detenernos, a descansar. Su práctica se extiende del dibujo, de los cambiantes paisajes que lo rodean, de una praxis del sueño. También se relaciona con un tiempo más largo, el de los ciclos que nos conducen, Pereira Paz piensa en la sequía, la ausencia de lluvia que nos acompañó en la ciudad hasta casi entrado el verano, y que de pronto se transformó en grandiosos chubascos que marcaban la tarde y el día llegando a su final para dejar caer la noche. Esa sensación de estar a merced de los elementos, de los recursos que una fuerza inmanejable decide otorgarnos: más tiempo, más agua, más fuego, más aire. Un talismán, desde la antigua Grecia y los primeros filósofos del islam, es un objeto en iguales partes terrenal y divino que concentra en su materialidad la capacidad de subvertir el mundo natural a través de la manipulación del sobrenatural. El talismán protege y trae beneficios a su portador, los más comunes siendo el sano retorno del ser amado, el resguardo de las pertenencias valiosas, la solución de las dificultades en la fecundidad y, siempre, la oportuna lluvia para las cosechas. Es este último aspecto el que más le interesa a Pereira Paz, a su mirar, la falta de agua es el reloj definitivo: la crisis que más claramente marca el tiempo de nuestras vidas, de la forma que tomarán, de dónde se desarrollarán, de quienes estarán ahí para sobrevivirla, de todo lo que sacrificaremos y perecerá en el camino hasta ahí. Las piezas en la sala son entonces talismanes que buscan asegurar el agua para su portador y dueño, como los talismanes de antaño, saben integrarse a la arquitectura y ser parte de ella en su plegaria por la protección de aquellos a quienes ampara. También, como las imágenes religiosas que son el resultado de la compulsión de la representación de la fe católica, los textiles de Pereira Paz representan en clave emocional el suplicio y la desesperación de los animales en un lugar y momento específico: los enormes incendios de la Amazonía que han quemado más de 10 millones de hectáreas de bosque selvático en los últimos años para instalar en su lugar el monocultivo de soya y la palma africana. El fuego ha consumido extensiones exorbitantes en Bolivia, Brasil, Argentina, Ecuador, Perú y Venezuela, y con ello, el hábitat y la forma de vida de incontables comunidades no-humanas. En su texto En las ruinas del bosque, Paulo Tavares rastrea una serie de descubrimientos tanto arqueológicos como antropológicos que desequilibran nuestra noción de ruina y de bosque. En el imaginario europeo, el bosque es siempre el exterior de la polis, lo que está más allá de lo humano, la terra nullius que se puede expropiar y explotar, la selva de la Amazonía como el ejemplo más perfecto de esto. Sin embargo, hoy sabemos que las comunidades indígenas que han habitado ese enorme y fértil territorio por siglos, lo han transformado y mantenido de formas radicales: la Amazonía es un jardín sostenido por los saberes de sus habitantes, y sus ruinas, los signos de los que lo habitaron antes, son precisamente sus distintos sedimentos, sus árboles, sus palmas y sus semillas. Tavares menciona a Deborah Danowski y Eduardo Viveiros de Castro, quienes advierten que lo que en la imaginación occidental se erige como el ‘entorno’ o el ‘ambiente’, para los pueblos de la Amazonía se constituye como “una sociedad de sociedades, una arena internacional, una cosmopoliteia”, en la que los jaguares, los monos, los tatús, los capibaras, los osos hormigueros, los cóndores, los socorís, los tucanes, son todos ciudadanos y miembros de sus propias comunidades, a su vez superpuestas e inevitablemente vinculadas con la supervivencia y equilibrio de todas las otras comunidades a su alrededor, inclusive las humanas. Es increíble pensar que lo que siglos de conocimiento y cuidado supieron multiplicar y conservar, hoy está en grave peligro por la inmensa avaricia de un estilo de vida que nos ha llevado a la destrucción del 95% de la fauna silvestre latinoamericana en medio siglo, que nos ha llevado a padecer sequías y fuegos interminables, huracanes y tormentas cada vez más violentas, sin mencionar los conflictos geopolíticos cada vez más sedientos de sangre. Una forma de vida que ha quemado la vida hasta su núcleo, ha atravesado el centro y no nos permite vivir más que en sus extremos, en sus antípodas. Las obras de Pereira Paz retratan esos elementos: el agua, el fuego, la tierra y sus habitantes en relaciones simbólicas, en equilibrios deseables y melancolías inevitables. Los representa como paisajes misteriosos, nocturnos, con narrativas crípticas de saberes astutos, conocimientos que dejamos en el plano del mito, en el régimen ontológico de la diferencia intensa, fluida y continua, en el plano de virtualidad pura en la que lo humano y lo no-humano fueron una misma sustancia heterogénea. Hay felinos todopoderosos, tiburones y formas humanas retozando en las olas, rayos del sol y relámpagos, llamas con mosquitos, pero también árboles chamuscados, el avance del desierto, la huida desesperada y el indomable paso del tiempo. Pereira Paz se refiere a este grupo de obra como ‘tellages’, un portmanteu entre tela y collage. Son de terciopelo y lino, adornados con orfebrería taxqueña de mediados del s. XX, de casas de joyería con nombres como Los Castillo o Salvador Terán, hoy extintas o que continúan funcionando como talleres, sin el glamour que un día las hizo brillar y encontrada en sitios tan corrientes como ebay y mercados de pulgas. Para el artista estas ofrendas de metales preciosos evocan la tradición de los ‘cargamentos’ de su natal Bolivia en la que los devotos folcloristas ofrecen grandes volúmenes de plata dispuestos sobre automóviles —antes burritos, caballos o bueyes— a las deidades de la Montaña. Este medio de transporte es cubierto con textiles espléndidos y colmado con platones, soperas, cucharas, charolas, cuchillos, espumaderas, candelabros, jarras, etc. El fulgor del Sol sobre estas superficies, a una altitud pronunciada, provoca una refracción extrema, una relación especial con la luz que satisface a las montañas, a las vírgenes de los socavones, y deja que la extracción minera siga su curso bajo sus miradas atentas. Ese brillo le habla de los humano y de su enorme generosidad al plano celestial, para congraciarse, para agradecerle por los bienes que las fauces de la montaña les regala. Este interés en las costumbres materiales de su origen se refracta también en las referencias que marcan la obra de Pereira Paz. Hay en ellas un reconocimiento obstinado del camino andado por los que vinieron andes de nosotros; esa idea terca de recorrer un largo trecho para escapar del punto original sólo para terminar donde se comenzó, apreciando la genealogía que nos da lugar. Aparecen así imágenes como de ensueño: el reloj del congreso de La Paz, en Bolivia, que avanza en sentido contrario, marcando un tiempo distinto; el uso paradójico y exquisito de los materiales de Inés Córdova; y los árboles retorcidos y los paisajes desahuciados de Raquel Forner, que nos recuerdan los cataclismos cíclicos de la humanidad. En más de un sentido, hay mucho esmero invertido en los materiales que conforman estas obras, en su proveniencia, en su presente y en su futuro, en su uso responsable. Pereira Paz prefiere lo que ya existe como, por ejemplo, los metales casados, una técnica desarrollada por los orfebres de la familia Castillo en las décadas de los 30s y 40s, en la que fundían distintos metales puros y aleaciones con gran dificultad para crear objetos multicolor. La técnica hoy ha caído en desuso y Pereira Paz encuentra en su sumatoria de metales preciosos algo de ese brillo sobrehumano que sus antepasados buscaron para complacer al Sol. Ese acercamiento a los materiales, que busca producir objetos pequeños en los que se hunden horas y horas de dedicación, se espejea en estas obras. Pereira Paz ‘casa’ materiales bondadosos, el lino, el terciopelo y los metales, para crear objetos otros a partir de su unión evidente, de la alianza de sus características cromáticas y texturas tangibles, y de la transformación que él promueve con su trabajo en una escala pequeña que requiere más una forma de meditación y de concentración que de generación constante de imágenes u objetos. De esto emerge un ‘tiempo de las manos’, el tiempo del estudio del artista, un ritmo de producción enteramente humano, centrado en el propio cuerpo y que se aleja de la lógica de las fuerzas contemporáneas que crean presiones artificiales, de deseo y de consumo, de reproducción interminable. Un tiempo de producción que crea justo lo que es suficiente, lo que es necesario y ni un minuto más.


Entrada actualizada el el 07 nov de 2024

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