Descripción de la Exposición
SPANGLISH DRAMA
(o una manera de ser unitivo según Raúl Cordero)
a Chick Corea (e.p.d)
escuchando su Spain
Si “algo” tiene capacidad de mutación, ese “algo” es la lengua. Gracias a esas derivas los idiomas no dejan de enriquecerse mezclándose, por lo general, transgrediendo fronteras o colonizándolas. Pocas veces esto ocurre de manera no violenta, pero esas veces ocurre por un proceso de sedimentación, capa a capa.
Sería interesante volver a esta noción deconstructora de lo que somos comprendiendo que todos somos mixturas, ahora que está tan de moda, pensarse desde una identidad esencialista, racializada, a fin de cuentas, estereotipada, agenciada socialmente, políglota y decolonial; ahora que “ser del Trópico” (del “sur global”) esta a tono con la necesidad epicúrea de vivir intensamente después del susto mundial que sólo evidenció lo evidente, “somos frágiles”. Y además, efímeros, como leves papelillos de fumar que se queman al oxidarse mientras exhalan y expiran oxígeno y dióxido de carbono, con dificultad. Queda claro que somos seres efímeros, porque toda la vida lo es. Una concepción universalista, pan-ecuménica, que explicó mejor que nadie el recientemente desaparecido biólogo y filósofo chileno Humberto Matucana, a través de su idea de “auto-poiésis”, esa capacidad del planeta y de nosotros como especie, de ser un organismo en construcción constantemente que está edificándose biológicamente, neuronalmente, psicológicamente, y por ende, como masa de individuos que se comporta como un ser vivo. Eso que llamamos “Société”.
Pues dentro de ese organismo, los lenguajes han evolucionado exponencialmente en los últimos cincuenta años, desde que el planeta se globalizó. Todo hoy día, es idioma. “Somos un eco (post-Umberto) ni tan apocalíptico ni tan integrado”
– parafraseando a De la Nuez y a Roma-, somos más bien rizoma deleuzeano. Un animal social más que sin órganos, con los órganos de los sentidos hipertrofiados hiperbólicamente, por la sobredosis que la contemporaneidad impone como bombardeo informativo, del día a día. Todo es texto, imagen, reverberación, sonido hueco, signos sin misterios, transparencias. Tautología, todo es copia y repetición, carrusel infinito. Fragmento sígnico que sobre sí mismo se precipita y se amasija. Se hace cuerpo, memoria.
Volviendo al eco. Sobre esta idea de la vibración, toda la obra de Raúl Cordero, aún sin él saberlo, se estructura desde un sistema modélico que pareciese ideado por Severo Sarduy. Todo su trabajo se me antoja como una retombeé, un viaje de ida y vuelta que se encrespa y escapa de sí mismo una y otra vez, un hálito barroco sostenido en el aire, intentando atraparlo mediante el ritual de ralentización que es ejercicio del arte, como herramienta reflexiva y contemplativa, dotada de saberes y sensorialidad.(1)
Quizás porque sobre las ausencias, va gran parte de su trabajo. Las ausencias para quienes comprenden la música en su totalidad, son silencios, vacíos a aprovechar, darle un sonido vacuo, es también una reverberación, mucho más en los tiempos cuánticos. Preguntémosle a los astrofísicos. Con ellos, dialoga, Raúl, reverberando(2). Vibrando como ellos, de gota en gota, átomo en átomo, partícula a partícula que cae sobre el soporte plano.
Si bien todos los individuos de mi tiempo vital hemos vivido el proceso de porificación de los estancos, mixtura de impurezas, transfiguración de un universo monolítico a uno fractal que se hibrida, lo vivimos de alguna manera de forma traumática; para Cordero, fue un proceso natural. Puede que porque él, ya era bilingüe. Y porque desde muy joven comprendió el mundo como una suma de fragmentos, nunca una totalidad, porque la totalidad siempre es personal. Unitiva. Privada de ser comprobada más allá de sus absorbentes límites.
Raúl es un hombre blanco criado en un barrio de negros, El Cerro, barrio que compartimos, con un oído musical cultivado tendiente a los ritmos afrotrasatlánticos(3), formado académicamente en Bellas Artes y Diseño Gráfico en La Habana y Ámsterdam, ha vivido en Estocolmo, New York, su ciudad natal y Ciudad de México, una personalidad creativa que se comporta como amalgama manoseable, vulnerable, capaz de moldearse a su tiempo, atravesándolo por su pasado, su tropicalidad que se hace sensualidad aprendida, elegancia natural, similitud de la palma real con el pinar de Hobberma. Una capacidad centrífuga que en su obra actual se manifiesta como una madura conclusión donde la destreza del sentido visual y la confabulación verbal, podemos observarlos como un acierto, tamizado por la fortaleza de un pensamiento crítico conceptual de altos vuelos poéticos y una exactitud formalista, apabullante. Gracias a que se comprende políglota.
Por eso, Raúl se permite el lujo de acercarse a España desde la lejanía de los medios, pintando una serie de “imágenes robadas” de videos virtuales que sirven como promocionales del Palacio Real de la capital del país, y las mezcla con viñetas gráficas decimonónicas de la prensa y la industria editorial británica, poniendo a convivir dos miradas del pasado, una actualizada, sacralizada por la técnica publicitaria del marketing virtual, y la otra, como recurrencia a la añoranza por algo ingenuo, naïf, todavía puro, aún cuando sea como puro recuerdo. Un lúcido ludismo que Cordero despliega porque le fascina las relaciones incestuosas entre la nostalgia (y sus signos, sus señales de auxilio)(4) y los nuevos lenguajes del día a día, en pleno siglo XXI. Ambos, ejecutados mediante la más antigua de las herramientas lingüísticas de la visualidad: La Pintura, cuya cuna y varios de sus máximos momentos de esplendor, son definitivamente motivo de orgullo del reino.
Sólo alguien que no se sienta lo suficientemente español, un cubano-mexicano es un ejemplo perfecto, puede ofender de esta manera tan sarcástica la tradición y la memoria de la pintura y la de la memorabilia de lo que la realeza significa para nuestra Historia, en nuestro presente. Y que esto lo hace como hombre políglota, un artista que usa los lenguajes según le beneficien un resultado concreto. Sabiendo que nada es más político que lo poético, las preña de preguntas poéticas.
De ahí, que sus palabras en instalaciones de luces, nos remitan a una especie de eterno ready-made, un renombramiento de la palabra hecha luz; porque eso es lo que las palabras arrojan, claridad, luz, belleza sobre las cosas que nombran. Tal vez, porque Raúl es un hombre nostálgicamente enciclopédico en un universo tecnológico, donde se ha frivolizado todo aquello que de sagrado algo contuvo. Y todo es un ex. Todos somos ex algo, ex novios, ex maridos, ex cubanos, ex caribeños, ex americano, ex fotógrafo, ex videasta, ex pintor (5).
Sobre esta idea Kevin Power apuntaba -y lo parafraseo- que Raúl era un artista post-comunista, post-boom arte cubano, post-moderno, post-conceptual, post-exilio… “Es un artista post casi todo”, dijo. Ver texto: Raúl Cordero: viéndolo a mi manera, en el monográfico Raúl Cordero, de Turner Libros, Madrid, España. Página 201.
Y ahí, en esa dramatización de la desaparición, en ese mirar atrás pero deteniéndote en el momento en que tu vista pasa sobre tu hombro y mira al lado, ahí, Cordero haya una fuga sanadora, un divertimento parodiante que lo destensa de la desmedida atontada y distraída de sus coetáneos, entretenidos entre el perreo de la música urbana, el narcisismo mediático y el activismo filial, con sus filias y sus fobias, olvidando los tonos grises de quienes eligen los extremos.
Ahí recuerda que es en el barrio de Hispanic Harlem de New York City, un lugar que no le pertenece, donde mejor se haya. Donde sus amigos boricuas, dominicanos y cubanos, conviven en una paz extraña de admiración y respeto y parloteo infinito, alarde infinito, infinita seducción y guapería, donde la Salsa suena en Spanglish, y la copa de Ron con Coca Cola, el famoso “Cuba Libre”, se paga con la moneda del imperio. Pero uno siente que en esa mescolanza hay una especie de porvenir, un augurio de lo que viene. Un futuro que sólo los políglotas -como Cordero- podrán desdramatizar, hacerlo deleite barroco. Un barroco que lo hace desde nuevos lenguajes y se convierte en neo-barroco, un mecanismo de reinvención que todavía, lo estructura como un artista unitivo. Alguien que nos dice a los ojos:
-Si solo tienes tu amor… you dont need anything else babe. Así que…¡Fuera dramas! ¡Enamórate de eso!
Omar-Pascual Castillo
Las Palmas de Gran Canaria, España
Verano de 2021.
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(1) No en balde, Cordero fue el único artista cubano invitado al proyecto Barroco y Neobarroco. El infierno de lo bello, DA2, Salamanca, 2005, co-comisariado por Javier Panera, Paco Barragán y un servidor.
(2) Poco se ha hablado del interés de Raúl por la ciencia, mucho se ha escrito sobre sus investigaciones en la imagen, el video arte, el arte digital, su condición de experimental y vanguardista (es pionero en al videoarte cubano y uno de los primeros en participar en el mercado de las NFT), pero de sus lecturas y preocupaciones filosóficas y científicas, poco. Estas “obras de partículas”, llamémosle así, por ejemplo, le dan la oportunidad de integrar todo su trabajo por una subtrama, como su propia vida. Como la de todos, que estamos atados por campos gravitatorios cuánticos. Le regala el pretexto que todo lo unifica.
(3) Además de ser DJ de House, fundamentalmente a nivel profesional del cual pudo vivir durante temporadas en New York a principio del milenio, y tiene una amplísima colección y conocimiento del Jazz y de todas las músicas contemporáneas en general.
(4) Antes lo comenté, las ausencias, le obsesionan. Desde su obra temprana, el vacío, la materialidad del vacío y el paso del tiempo, son constantes en su trabajo. Sólo habría que echar un vistazo a su exposición Todo depende del relato de 1997, en el Centro Wifredo Lam, y esta relación con la nostalgia se nos revelaría.
(5) Sobre esta idea Kevin Power apuntaba -y lo parafraseo- que Raúl era un artista post-comunista, post-boom arte cubano, post-moderno, post-conceptual, post-exilio… “Es un artista post casi todo”, dijo. Ver texto: Raúl Cordero: viéndolo a mi manera, en el monográfico Raúl Cordero, de Turner Libros, Madrid, España. Página 201
Exposición. 12 nov de 2024 - 09 feb de 2025 / Museo Nacional Thyssen-Bornemisza / Madrid, España