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Con un estilo propio, inconfundible, impresionista capaz de rozar el expresionismo e ir de la mano del realismo en tantas ocasiones, Joaquín Sorolla deja a un lado la inspiración de su Valencia natal para recrear paisajes de Segovia, monumentos burgaleses y, por supuesto, Salamanca y sus gentes. Se trata de lienzos alejados de los paisajes mediterráneos por los que el pintor es popularmente conocido.

A lo largo de esta exposición, organizada por la Obra Social de CCM, el Ministerio de Cultura y el Museo Art Noveau y Art Déco-Casa Lis de Salamanca, nos adentramos en el interior de la Península Ibérica, en los paisajes y ciudades castellanas y observamos un cambio de colores en la paleta del artista. Una transformación que se adapta al nuevo entorno que rodea al autor, que no dejará de trabajar en su máxima preocupación dentro de la pintura, su obsesión por plasmar la luz. Una luminosidad que Sorolla captura a través de la materia: A diferencia de los impresionistas franceses, puntillistas, él utiliza amplias pinceladas y generosas cantidades de pintura logrando representar de forma magistral algo tan etéreo como la luz solar.

Pintor polifacético, emplea tratamientos muy diferentes para cada una de sus obras, más aún cuando el paisaje que escoge como motivo es tan variado. La inmensidad de las llanuras castellanas, las estribaciones de sus sierras, la majestuosidad de sus monumentos, la peculiaridad de sus gentes son recogidas desde la observación directa del autor quien, al igual que su amigo y consejero Aureliano de Beruete, no concebía trabajar si no era en medio de la naturaleza. Así, paisajes bañados por el implacable sol castellano, oscuras tormentas y profusas nevadas conforman una incomparable variedad de estampas de Castilla.

Su atracción por los escenarios castellanos comienza con sus viajes a León en 1902 y 1903, donde el paisaje pasa a tener un puesto relevante dentro de su producción, que alterna con el retrato y sus escenas costumbristas. En esta época tiene especial interés el cuadro "Interior de la Catedral de León", presente en esta muestra.

A partir de 1906, Sorolla recorre otras provincias de Castilla, fundamentalmente Segovia, Toledo, Ávila y Burgos. Por su amistad con el pintor Aureliano de Beruete, que gustaba de pintar en Segovia y Toledo, Sorolla desarrolla su trabajo en estas ciudades con pinturas sobre Peñalara, en Segovia, o vistas y alrededores de Toledo.

Posteriormente, a causa de la enfermedad de su hija María, la familia Sorolla marcha a vivir al monte del Pardo, donde de nuevo planteará temas relacionados con el paisaje castellano, sobre todo la Sierra de Guadarrama, a la que dedicará numerosas obras desde muy diversos puntos de mira.

En 1907 el pintor adquiere un compromiso con la Casa Real que le asentará en la Granja de San Ildefonso. En esta etapa sólo pintará paisajes castellanos durante algunas escapadas a Valsaín, pero volverá a retomar este tema en 1910 durante las campañas que realiza en Ávila y Burgos. Ese mismo año viaja por placer a Salamanca y se emocionará con la ciudad.

A finales del año 1911 vuelve a Salamanca y otras zonas de Castilla gracias a un importante encargo de The Hispanic Society of America: una gran decoración para la biblioteca de la Institución que represente "Las provincias de España". A ambas Castillas les dedica el pintor su primer panel, denominado "La fiesta del pan", en el que aparecen tipos característicos de la zona. Algunos de sus estudios preparatorios, muchos de ellos dedicados a personajes salmantinos, se encuentran también en esta exposición.

A continuación, en 1912, Sorolla volverá a Toledo, con una especial estancia en Lagartera, donde pintará tres grandes estudios. Durante el mismo año se moverá también por Salamanca con gran interés por pintar a las gentes de la Sierra, para posteriormente viajar hacia el sur, a La Mancha, conociendo Alcázar de San Juan y Campo de Criptana y ampliando su extensa y heterogénea producción, propia de la inquietud viajera de un romántico como Sorolla.

En definitiva, "Sorolla y Castilla" es una muestra llena de luz que, con sus infinitos matices, recorre las tierras castellanas más allá del mar Mediterráneo que viera nacer a uno de nuestros principales artistas y que plasmó en tantos cuadros.