«Las tierras, las tierras, las tierras de España... Jinete del pueblo que la tierra es tuya...»

Un himno como un grito se eleva en la noche del poeta Rafael Alberti. De pie, vestido de negro, con su guitarra y su voz como únicas armas, Paco Ibañez canta la España. La España de la calle, de los 'indignados' y de la Brigada XV, esa que vive, que sangra, que se bate, que espera...

Rojo y oro, país romántico por excelencia según Théophile Gauthier, tierra de contrastes, luz y sombra, ella queda para siempre ligada a los resplandores, a las revueltas y a las pasiones de mi juventud. Ella es mi jardín secreto de las delicias y mi inaccesible estrella.

A instancias de Don Quijote, el Caballero de ... la Triste Figura, en la locura de su derrotero, me perdí en los meandros del tiempo. Para combatir las quimeras y los molinos de viento, huí de los arqueros de la inquisición del arte oficial, y me lancé en la batalla sin reservas, enfrentándome a la pintura del pasado, a fin de engendrar una relación anacrónica, de apropiarme las obras, digerirlas, interrogarlas. El resultado es esta exposición en la 'Galerie en Ré', especie de historicismo inmediato, guiño singular que se niega al pastiche y a la copia, pero se convierte más bien en un homenaje personal a la pintura española.

Al abrigo de los vientos, en la luz del taller, lejos de las modas del zapping de imágenes sometidas a las tecnologías contemporáneas de la velocidad y la productividad, me dediqué lentamente a encontrar la sensación primitiva, sin efectos, sin sorpresas, en la búsqueda de los caminos de la íntima percepción. Revisitando los temas emblemáticos de la esfera pictórica española (El Greco, Manet y Motherwell incluidos), he tratado modestamente de meter mis pasos en aquellos de los maestros, de erguirme sobre los hombros de los gigantes para ver más lejos, y de sentir las vibraciones interiores, como en esas callecitas de Barcelona 'que el sol comparte entre la sombra y la más intolerable blancura durante el día' (André Pyère de Mandiargue, «La Marge»), donde me perdí, me borré del cuadro, en una bella tarde de verano «a galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el Mar!»