Descripción de la Exposición Desde la década del cincuenta del siglo pasado, algunos pensadores franceses dieron inicio a un giro en su pensar que, inevitablemente cuestionó a la filosofía y sacudió sus cimientos. Autores como Michel de Certeau o Henri Lefebvre llamaron la atención de la filosofía hacia lo fundamental que era reparar en la cotidianidad, en lo ordinario, lo usual. En lugar de girar los ojos hacia preguntas metafísicas y trascendentales sobre el ser y la existencia, este grupo de filósofos reclamó la necesidad de fijar la atención en la manera como los sujetos, usted, yo, construimos el habitar, los espacios, las relaciones con los objetos, con los tiempos, con el presente, con los otros. Reclamaron la necesidad imperativa de pensar de manera inmanentista el mundo, de reflexionar sobre aquello que parecía indigno del pensamiento más elevado y complejo, por ejemplo, las políticas del cuerpo, las del día a día, las de la cotidianidad. La obra de Santiago Cárdenas según mi parecer, se construye precisamente dentro del mismo universo de preguntas y cuestionamientos. En algún momento del inicio de su carrera, cuenta él que decidió pintar aquello que estuviera allí, a la mano. ¿Eso que significó?, quizás pintar tarros, tazas, enchufes, pisos, espejos, cables, ropa. Empleó para llevar a cabo esas composiciones, en contraste, herramientas clásicas, que traían como resultado un ejercicio de representación virtuoso y riguroso. De esta suerte, sus obras parecían provocar una gran tensión, un profundo debate, en la medida en que empleaban una exquisita técnica, de larga y solemnizada tradición para representar aquello que lucía como insignificante y precisamente, sin tradición, advenedizo. Creo que es importante pensar que justo en esas fechas, artistas como Bruce Nauman o Ed Ruscha, Dan Graham, John Baldessari, Carl Andre o el primer Jeff Wall reclamaron similarmente, la legitimidad de observar lo antiespectacular, lo muchas veces invisible, lo común. Detrás de esta generación, seguramente, estaba Joyce, Kafka, Beckett, sobre todo Beckett pero desde otro eje, aparecían allí Cage, Cunningham y los situacionistas. Lo profundamente contrastante de las estrategias abordadas por los artistas mencionados y Cárdenas es que aquéllos implementaron el uso de medios y lenguajes pragmáticos, austeros, tecnológicos, secos y nuevos como el video, los registros fotográficos pseudo documentalistas, la fotografía ?amateur?. Santiago Cárdenas en contraste, recogió una herramienta dada de baja por las segundas vanguardias: la pintura y con ella, a contrapelo del sentir común de los artistas de avanzada, recogió, desobedientemente, las tecnologías de la representación clásicas, las planteadas por los perspectivistas del renacimiento, las que produjeron durante siglos, la admirada atención de los observadores. La obra de Cárdenas es constatativa. Constata la existencia, el ser ahí, el momento histórico, lo pasajero que ese momento es; su posible banalidad pero igualmente, como dice Maurice Blanchot, su profunda significación. Se ocupa de enchufes, cajas de cartón, pizarras, floreros, ganchos de ropa, repisas, paraguas, pantalones, planchas. Retrata las cosas más comunes, las más prosaicas y mustias que acompañan el día a día, tras las cuales, siguiendo al filósofo francés, pues así lo creemos, se esconde lo más significativo, lo determinante, los pequeños micro-componentes que constituyen las prácticas de nuestro habitar, de nuestro discurrir por los espacios, entre los artefactos y objetos en nuestro específico momento histórico. En cuanto Cárdenas se refiere al aquí y al ahora, a los artefactos que rodean el diario vivir, lleva a cabo, en ese mismo gesto, un señalamiento de aquello que va a desaparecer. Se trata de la potencial y prometida inactualidad de lo actual. Sus ya clásicos chalecos oscuros con forros rayados, los paraguas negros, las pizarras, son indexes de ciertos momentos tecnológicos, de modas y de usos que por ello mismo, son extremadamente proclives a la desaparición, al abandono, a la entrada en obsolescencia. En algún momento Cárdenas decía llevar a cabo una suerte de arqueología y justamente eso podría ser. Registra en sus pinturas aquello que con el paso del tiempo, llegará a ser testimonio de un uso ya desaparecido. De hecho, las pizarras o tableros y las tizas, odiadas en su momento, son artefactos pertenecientes a una cierta tecnología de la representación y de la pedagogía que actualmente está prácticamente extinta y de hecho, por ello convoca en nosotros cierta nostálgica mirada. Finalmente, es importante subrayar que su obra adelanta preguntas sobre la representación, sobre la verdad, sobre los signos, sobre el engaño o lo convincente. El corpus de su obra está impregnado de un humor pensativo, tanto como de preguntas acerca de su propio ejercicio de hacer, siendo así, su proceso, profundamente autoconsciente y auto-reflexivo. En cierta medida, en sus obras se encuentra siempre presente y muy activado, el sujeto pintor, su cuerpo, su aquí y ahora, su estar en el mundo desde un lugar de aproximación muy particular, la pintura. Desde la década del cincuenta del siglo pasado, algunos pensadores franceses dieron inicio a un giro en su pensar que, inevitablemente cuestionó a la filosofía y sacudió sus cimientos. Autores como Michel de Certeau o Henri Lefebvre llamaron la atención de la filosofía hacia lo fundamental que era reparar en la cotidianidad, en lo ordinario, lo usual. En lugar de girar los ojos hacia preguntas metafísicas y trascendentales sobre el ser y la existencia, este grupo de filósofos reclamó la necesidad de fijar la atención en la manera como los sujetos, usted, yo, construimos el habitar, los espacios, las relaciones con los objetos, con los tiempos, con el presente, con los otros. Reclamaron la necesidad imperativa de pensar de manera inmanentista el mundo, de reflexionar sobre aquello que parecía indigno del pensamiento más elevado y complejo, por ejemplo, las políticas del cuerpo, las del día a día, las de la cotidianidad. La obra de Santiago Cárdenas según mi parecer, se construye precisamente dentro del mismo universo de preguntas y cuestionamientos. En algún momento del inicio de su carrera, cuenta él que decidió pintar aquello que estuviera allí, a la mano. ¿Eso que significó?, quizás pintar tarros, tazas, enchufes, pisos, espejos, cables, ropa. Empleó para llevar a cabo esas composiciones, en contraste, herramientas clásicas, que traían como resultado un ejercicio de representación virtuoso y riguroso. De esta suerte, sus obras parecían provocar una gran tensión, un profundo debate, en la medida en que empleaban una exquisita técnica, de larga y solemnizada tradición para representar aquello que lucía como insignificante y precisamente, sin tradición, advenedizo. Creo que es importante pensar que justo en esas fechas, artistas como Bruce Nauman o Ed Ruscha, Dan Graham, John Baldessari, Carl Andre o el primer Jeff Wall reclamaron similarmente, la legitimidad de observar lo antiespectacular, lo muchas veces invisible, lo común. Detrás de esta generación, seguramente, estaba Joyce, Kafka, Beckett, sobre todo Beckett pero desde otro eje, aparecían allí Cage, Cunningham y los situacionistas. Lo profundamente contrastante de las estrategias abordadas por los artistas mencionados y Cárdenas es que aquéllos implementaron el uso de medios y lenguajes pragmáticos, austeros, tecnológicos, secos y nuevos como el video, los registros fotográficos pseudo documentalistas, la fotografía ?amateur?. Santiago Cárdenas en contraste, recogió una herramienta dada de baja por las segundas vanguardias: la pintura y con ella, a contrapelo del sentir común de los artistas de avanzada, recogió, desobedientemente, las tecnologías de la representación clásicas, las planteadas por los perspectivistas del renacimiento, las que produjeron durante siglos, la admirada atención de los observadores. La obra de Cárdenas es constatativa. Constata la existencia, el ser ahí, el momento histórico, lo pasajero que ese momento es; su posible banalidad pero igualmente, como dice Maurice Blanchot, su profunda significación. Se ocupa de enchufes, cajas de cartón, pizarras, floreros, ganchos de ropa, repisas, paraguas, pantalones, planchas. Retrata las cosas más comunes, las más prosaicas y mustias que acompañan el día a día, tras las cuales, siguiendo al filósofo francés, pues así lo creemos, se esconde lo más significativo, lo determinante, los pequeños micro-componentes que constituyen las prácticas de nuestro habitar, de nuestro discurrir por los espacios, entre los artefactos y objetos en nuestro específico momento histórico. En cuanto Cárdenas se refiere al aquí y al ahora, a los artefactos que rodean el diario vivir, lleva a cabo, en ese mismo gesto, un señalamiento de aquello que va a desaparecer. Se trata de la potencial y prometida inactualidad de lo actual. Sus ya clásicos chalecos oscuros con forros rayados, los paraguas negros, las pizarras, son indexes de ciertos momentos tecnológicos, de modas y de usos que por ello mismo, son extremadamente proclives a la desaparición, al abandono, a la entrada en obsolescencia. En algún momento Cárdenas decía llevar a cabo una suerte de arqueología y justamente eso podría ser. Registra en sus pinturas aquello que con el paso del tiempo, llegará a ser testimonio de un uso ya desaparecido. De hecho, las pizarras o tableros y las tizas, odiadas en su momento, son artefactos pertenecientes a una cierta tecnología de la representación y de la pedagogía que actualmente está prácticamente extinta y de hecho, por ello convoca en nosotros cierta nostálgica mirada. Finalmente, es importante subrayar que su obra adelanta preguntas sobre la representación, sobre la verdad, sobre los signos, sobre el engaño o lo convincente. El corpus de su obra está impregnado de un humor pensativo, tanto como de preguntas acerca de su propio ejercicio de hacer, siendo así, su proceso, profundamente autoconsciente y auto-reflexivo. En cierta medida, en sus obras se encuentra siempre presente y muy activado, el sujeto pintor, su cuerpo, su aquí y ahora, su estar en el mundo desde un lugar de aproximación muy particular, la pintura. Desde la década del cincuenta del siglo pasado, algunos pensadores franceses dieron inicio a un giro en su pensar que, inevitablemente cuestionó a la filosofía y sacudió sus cimientos. Autores como Michel de Certeau o Henri Lefebvre llamaron la atención de la filosofía hacia lo fundamental que era reparar en la cotidianidad, en lo ordinario, lo usual. En lugar de girar los ojos hacia preguntas metafísicas y trascendentales sobre el ser y la existencia, este grupo de filósofos reclamó la necesidad de fijar la atención en la manera como los sujetos, usted, yo, construimos el habitar, los espacios, las relaciones con los objetos, con los tiempos, con el presente, con los otros. Reclamaron la necesidad imperativa de pensar de manera inmanentista el mundo, de reflexionar sobre aquello que parecía indigno del pensamiento más elevado y complejo, por ejemplo, las políticas del cuerpo, las del día a día, las de la cotidianidad. La obra de Santiago Cárdenas según mi parecer, se construye precisamente dentro del mismo universo de preguntas y cuestionamientos. En algún momento del inicio de su carrera, cuenta él que decidió pintar aquello que estuviera allí, a la mano. ¿Eso que significó?, quizás pintar tarros, tazas, enchufes, pisos, espejos, cables, ropa. Empleó para llevar a cabo esas composiciones, en contraste, herramientas clásicas, que traían como resultado un ejercicio de representación virtuoso y riguroso. De esta suerte, sus obras parecían provocar una gran tensión, un profundo debate, en la medida en que empleaban una exquisita técnica, de larga y solemnizada tradición para representar aquello que lucía como insignificante y precisamente, sin tradición, advenedizo. Creo que es importante pensar que justo en esas fechas, artistas como Bruce Nauman o Ed Ruscha, Dan Graham, John Baldessari, Carl Andre o el primer Jeff Wall reclamaron similarmente, la legitimidad de observar lo antiespectacular, lo muchas veces invisible, lo común. Detrás de esta generación, seguramente, estaba Joyce, Kafka, Beckett, sobre todo Beckett pero desde otro eje, aparecían allí Cage, Cunningham y los situacionistas. Lo profundamente contrastante de las estrategias abordadas por los artistas mencionados y Cárdenas es que aquéllos implementaron el uso de medios y lenguajes pragmáticos, austeros, tecnológicos, secos y nuevos como el video, los registros fotográficos pseudo documentalistas, la fotografía ?amateur?. Santiago Cárdenas en contraste, recogió una herramienta dada de baja por las segundas vanguardias: la pintura y con ella, a contrapelo del sentir común de los artistas de avanzada, recogió, desobedientemente, las tecnologías de la representación clásicas, las planteadas por los perspectivistas del renacimiento, las que produjeron durante siglos, la admirada atención de los observadores. La obra de Cárdenas es constatativa. Constata la existencia, el ser ahí, el momento histórico, lo pasajero que ese momento es; su posible banalidad pero igualmente, como dice Maurice Blanchot, su profunda significación. Se ocupa de enchufes, cajas de cartón, pizarras, floreros, ganchos de ropa, repisas, paraguas, pantalones, planchas. Retrata las cosas más comunes, las más prosaicas y mustias que acompañan el día a día, tras las cuales, siguiendo al filósofo francés, pues así lo creemos, se esconde lo más significativo, lo determinante, los pequeños micro-componentes que constituyen las prácticas de nuestro habitar, de nuestro discurrir por los espacios, entre los artefactos y objetos en nuestro específico momento histórico. En cuanto Cárdenas se refiere al aquí y al ahora, a los artefactos que rodean el diario vivir, lleva a cabo, en ese mismo gesto, un señalamiento de aquello que va a desaparecer. Se trata de la potencial y prometida inactualidad de lo actual. Sus ya clásicos chalecos oscuros con forros rayados, los paraguas negros, las pizarras, son indexes de ciertos momentos tecnológicos, de modas y de usos que por ello mismo, son extremadamente proclives a la desaparición, al abandono, a la entrada en obsolescencia. En algún momento Cárdenas decía llevar a cabo una suerte de arqueología y justamente eso podría ser. Registra en sus pinturas aquello que con el paso del tiempo, llegará a ser testimonio de un uso ya desaparecido. De hecho, las pizarras o tableros y las tizas, odiadas en su momento, son artefactos pertenecientes a una cierta tecnología de la representación y de la pedagogía que actualmente está prácticamente extinta y de hecho, por ello convoca en nosotros cierta nostálgica mirada. Finalmente, es importante subrayar que su obra adelanta preguntas sobre la representación, sobre la verdad, sobre los signos, sobre el engaño o lo convincente. El corpus de su obra está impregnado de un humor pensativo, tanto como de preguntas acerca de su propio ejercicio de hacer, siendo así, su proceso, profundamente autoconsciente y auto-reflexivo. En cierta medida, en sus obras se encuentra siempre presente y muy activado, el sujeto pintor, su cuerpo, su aquí y ahora, su estar en el mundo desde un lugar de aproximación muy particular, la pintura. Desde la década del cincuenta del siglo pasado, algunos pensadores franceses dieron inicio a un giro en su pensar que, inevitablemente cuestionó a la filosofía y sacudió sus cimientos. Autores como Michel de Certeau o Henri Lefebvre llamaron la atención de la filosofía hacia lo fundamental que era reparar en la cotidianidad, en lo ordinario, lo usual. En lugar de girar los ojos hacia preguntas metafísicas y trascendentales sobre el ser y la existencia, este grupo de filósofos reclamó la necesidad de fijar la atención en la manera como los sujetos, usted, yo, construimos el habitar, los espacios, las relaciones con los objetos, con los tiempos, con el presente, con los otros. Reclamaron la necesidad imperativa de pensar de manera inmanentista el mundo, de reflexionar sobre aquello que parecía indigno del pensamiento más elevado y complejo, por ejemplo, las políticas del cuerpo, las del día a día, las de la cotidianidad. La obra de Santiago Cárdenas según mi parecer, se construye precisamente dentro del mismo universo de preguntas y cuestionamientos. En algún momento del inicio de su carrera, cuenta él que decidió pintar aquello que estuviera allí, a la mano. ¿Eso que significó?, quizás pintar tarros, tazas, enchufes, pisos, espejos, cables, ropa. Empleó para llevar a cabo esas composiciones, en contraste, herramientas clásicas, que traían como resultado un ejercicio de representación virtuoso y riguroso. De esta suerte, sus obras parecían provocar una gran tensión, un profundo debate, en la medida en que empleaban una exquisita técnica, de larga y solemnizada tradición para representar aquello que lucía como insignificante y precisamente, sin tradición, advenedizo. Creo que es importante pensar que justo en esas fechas, artistas como Bruce Nauman o Ed Ruscha, Dan Graham, John Baldessari, Carl Andre o el primer Jeff Wall reclamaron similarmente, la legitimidad de observar lo antiespectacular, lo muchas veces invisible, lo común. Detrás de esta generación, seguramente, estaba Joyce, Kafka, Beckett, sobre todo Beckett pero desde otro eje, aparecían allí Cage, Cunningham y los situacionistas. Lo profundamente contrastante de las estrategias abordadas por los artistas mencionados y Cárdenas es que aquéllos implementaron el uso de medios y lenguajes pragmáticos, austeros, tecnológicos, secos y nuevos como el video, los registros fotográficos pseudo documentalistas, la fotografía ?amateur?. Santiago Cárdenas en contraste, recogió una herramienta dada de baja por las segundas vanguardias: la pintura y con ella, a contrapelo del sentir común de los artistas de avanzada, recogió, desobedientemente, las tecnologías de la representación clásicas, las planteadas por los perspectivistas del renacimiento, las que produjeron durante siglos, la admirada atención de los observadores. La obra de Cárdenas es constatativa. Constata la existencia, el ser ahí, el momento histórico, lo pasajero que ese momento es; su posible banalidad pero igualmente, como dice Maurice Blanchot, su profunda significación. Se ocupa de enchufes, cajas de cartón, pizarras, floreros, ganchos de ropa, repisas, paraguas, pantalones, planchas. Retrata las cosas más comunes, las más prosaicas y mustias que acompañan el día a día, tras las cuales, siguiendo al filósofo francés, pues así lo creemos, se esconde lo más significativo, lo determinante, los pequeños micro-componentes que constituyen las prácticas de nuestro habitar, de nuestro discurrir por los espacios, entre los artefactos y objetos en nuestro específico momento histórico. En cuanto Cárdenas se refiere al aquí y al ahora, a los artefactos que rodean el diario vivir, lleva a cabo, en ese mismo gesto, un señalamiento de aquello que va a desaparecer. Se trata de la potencial y prometida inactualidad de lo actual. Sus ya clásicos chalecos oscuros con forros rayados, los paraguas negros, las pizarras, son indexes de ciertos momentos tecnológicos, de modas y de usos que por ello mismo, son extremadamente proclives a la desaparición, al abandono, a la entrada en obsolescencia. En algún momento Cárdenas decía llevar a cabo una suerte de arqueología y justamente eso podría ser. Registra en sus pinturas aquello que con el paso del tiempo, llegará a ser testimonio de un uso ya desaparecido. De hecho, las pizarras o tableros y las tizas, odiadas en su momento, son artefactos pertenecientes a una cierta tecnología de la representación y de la pedagogía que actualmente está prácticamente extinta y de hecho, por ello convoca en nosotros cierta nostálgica mirada. Finalmente, es importante subrayar que su obra adelanta preguntas sobre la representación, sobre la verdad, sobre los signos, sobre el engaño o lo convincente. El corpus de su obra está impregnado de un humor pensativo, tanto como de preguntas acerca de su propio ejercicio de hacer, siendo así, su proceso, profundamente autoconsciente y auto-reflexivo. En cierta medida, en sus obras se encuentra siempre presente y muy activado, el sujeto pintor, su cuerpo, su aquí y ahora, su estar en el mundo desde un lugar de aproximación muy particular, la pintura.
Desde la década del cincuenta del siglo pasado, algunos pensadores franceses dieron inicio a un giro en su pensar que, inevitablemente cuestionó a la filosofía y sacudió sus cimientos. Autores como Michel de Certeau o Henri Lefebvre llamaron la atención de la filosofía hacia lo fundamental que era reparar en la cotidianidad, en lo ordinario, lo usual. En lugar de girar los ojos hacia preguntas metafísicas y trascendentales sobre el ser y la existencia, este grupo de filósofos reclamó la necesidad de fijar la atención en la manera como los sujetos, usted, yo, construimos el habitar, los espacios, las relaciones con los objetos, con los tiempos, con el presente, con los otros. Reclamaron la necesidad imperativa de pensar de manera inmanentista el mundo, de reflexionar sobre aquello que parecía indigno del pensamiento más elevado y complejo, por ejemplo, las políticas del cuerpo, las del día a día, las de la cotidianidad.
La obra de Santiago Cárdenas según mi parecer, se construye precisamente dentro del mismo universo de preguntas y cuestionamientos. En algún momento del inicio de su carrera, cuenta él que decidió pintar aquello que estuviera allí, a la mano. ¿Eso que significó?, quizás pintar tarros, tazas, enchufes, pisos, espejos, cables, ropa. Empleó para llevar a cabo esas composiciones, en contraste, herramientas clásicas, que traían como resultado un ejercicio de representación virtuoso y riguroso. De esta suerte, sus obras parecían provocar una gran tensión, un profundo debate, en la medida en que empleaban una exquisita técnica, de larga y solemnizada tradición para representar aquello que lucía como insignificante y precisamente, sin tradición, advenedizo. Creo que es importante pensar que justo en esas fechas, artistas como Bruce Nauman o Ed Ruscha, Dan Graham, John Baldessari, Carl Andre o el primer Jeff Wall reclamaron similarmente, la legitimidad de observar lo antiespectacular, lo muchas veces invisible, lo común. Detrás de esta generación, seguramente, estaba Joyce, Kafka, Beckett, sobre todo Beckett pero desde otro eje, aparecían allí Cage, Cunningham y los situacionistas. Lo profundamente contrastante de las estrategias abordadas por los artistas mencionados y Cárdenas es que aquéllos implementaron el uso de medios y lenguajes pragmáticos, austeros, tecnológicos, secos y nuevos como el video, los registros fotográficos pseudo documentalistas, la fotografía ?amateur?. Santiago Cárdenas en contraste, recogió una herramienta dada de baja por las segundas vanguardias: la pintura y con ella, a contrapelo del sentir común de los artistas de avanzada, recogió, desobedientemente, las tecnologías de la representación clásicas, las planteadas por los perspectivistas del renacimiento, las que produjeron durante siglos, la admirada atención de los observadores.
La obra de Cárdenas es constatativa. Constata la existencia, el ser ahí, el momento histórico, lo pasajero que ese momento es; su posible banalidad pero igualmente, como dice Maurice Blanchot, su profunda significación. Se ocupa de enchufes, cajas de cartón, pizarras, floreros, ganchos de ropa, repisas, paraguas, pantalones, planchas. Retrata las cosas más comunes, las más prosaicas y mustias que acompañan el día a día, tras las cuales, siguiendo al filósofo francés, pues así lo creemos, se esconde lo más significativo, lo determinante, los pequeños micro-componentes que constituyen las prácticas de nuestro habitar, de nuestro discurrir por los espacios, entre los artefactos y objetos en nuestro específico momento histórico.
En cuanto Cárdenas se refiere al aquí y al ahora, a los artefactos que rodean el diario vivir, lleva a cabo, en ese mismo gesto, un señalamiento de aquello que va a desaparecer. Se trata de la potencial y prometida inactualidad de lo actual. Sus ya clásicos chalecos oscuros con forros rayados, los paraguas negros, las pizarras, son indexes de ciertos momentos tecnológicos, de modas y de usos que por ello mismo, son extremadamente proclives a la desaparición, al abandono, a la entrada en obsolescencia. En algún momento Cárdenas decía llevar a cabo una suerte de arqueología y justamente eso podría ser. Registra en sus pinturas aquello que con el paso del tiempo, llegará a ser testimonio de un uso ya desaparecido. De hecho, las pizarras o tableros y las tizas, odiadas en su momento, son artefactos pertenecientes a una cierta tecnología de la representación y de la pedagogía que actualmente está prácticamente extinta y de hecho, por ello convoca en nosotros cierta nostálgica mirada.
Finalmente, es importante subrayar que su obra adelanta preguntas sobre la representación, sobre la verdad, sobre los signos, sobre el engaño o lo convincente. El corpus de su obra está impregnado de un humor pensativo, tanto como de preguntas acerca de su propio ejercicio de hacer, siendo así, su proceso, profundamente autoconsciente y auto-reflexivo. En cierta medida, en sus obras se encuentra siempre presente y muy activado, el sujeto pintor, su cuerpo, su aquí y ahora, su estar en el mundo desde un lugar de aproximación muy particular, la pintura.
Exposición. 19 nov de 2024 - 02 mar de 2025 / Museo Nacional del Prado / Madrid, España
Formación. 23 nov de 2024 - 29 nov de 2024 / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) / Madrid, España