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Sheying. Sombras de China 1850-1900

Exposición / Sala Municipal de Exposiciones de la Casa Revilla / Torrecilla, 5 / Valladolid, España
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Cuándo:
19 nov de 2009 - 20 dic de 2009

Comisariada por:
Elena Navarro, Maria Santoyo

Organizada por:
Sala Municipal de Exposiciones de la Casa Revilla

       


Descripción de la Exposición

En esta exposición puede admirarse una de las mejores y mas desconocidas fotografías realizadas en China durante la segunda mitad del siglo XIX, en concreto en las últimas décadas de la dinastía Ping, y que proceden de la colección Throckmorton. Las imágenes constituyen un testimonio fascinante de las últimas décadas imperiales de China. La exposición contiene albúminas y calotipos que retratan una sociedad fascinante, hermética, aferrada a sus tradiciones en el ocaso del Imperio. Estas fotografías, realizadas por fotógrafos occidentales (John Thomson, Milton M.Miller, William Sanders, se acompañan de otras de autor anónimo y de los fotógrafos chinos Lai Fong y Tung Hing. El nacimiento de la historia de la fotografía en China coincide con la apertura forzada del país a Occidente durante el llamado siglo de los tratados . Entre 1839 y 1860, las Guerras del Opio pusieron fin a los conflictos comerciales chinobritánicos, y la vencida dinastía Qing tuvo que tolerar la apertura de varios puertos al comercio exterior y la cesión de Hong Kong al Reino Unido. Esta situación semi-colonial atrajo a numerosos mercaderes occidentales, pero también fue un reclamo para aventureros y jóvenes emprendedores en busca de prosperidad. Entre ellos contaban algunos fotógrafos europeos y norteamericanos que se asentaron en las principales ciudades costeras a partir de 1858, en principio para realizar encargos comerciales y ofrecer sus servicios a los residentes extranjeros, aunque no tardaron en interesarse por los paisajes, las gentes y las costumbres locales. Lo trascendente de este hecho es que el inmenso territorio al que tenían por primera vez acceso nunca había sido reflejado por una cámara. Las primeras fotografías realizadas en China de las que se tiene constancia fueron tomadas por el suizo Pierre Joseph Rossier y el cretense Felice Beato durante los últimos meses de la guerra; posteriormente, entraron a escena los americanos Charles Weed y Milton Miller. Les sucedió una segunda oleada de fotógrafos excepcionales entre los que destacan William Saunders, John Thomson y Emil Rusfeldt. Todos ellos establecieron estudios activos entre los años 60 y 80 que tuvieron la virtud de introducir la técnica y el arte de la fotografía en un país muy receloso y todavía anclado en su pasado feudal. Pese a las supersticiones de los nativos, que otorgaban a la máquina fotográfica el poder de usurpar el alma, el nuevo medio fue también adoptado con gran maestría por algunas firmas chinas como Afong Lai, Tung Hing, Sze Yuen Ming o Pun Lun. La exposición comisariaza por María Santoyo y Elena Navarro, y que cuenta con la dirección y el asesoramiento científico de Clark Worswick, recupera el legado de sus autores presentando una selección de fotografías originales realizadas en China entre 1850 y 1900.

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El 31 de octubre de 1869, el príncipe Alfredo, duque de Edimburgo, cuarto hijo de la reina Victoria de Inglaterra, arribó a la bahía de Hong Kong a bordo de su fragata, siendo allí recibido con grandes fastos. Pese a haber transcurrido cerca de treinta años desde la firma del tratado de Nanjing, que estipulaba la cesión del «Puerto de los Aromas» al Imperio Británico, Alfredo fue el primer miembro de la Familia Real que puso un pie en la colonia.

 

La celebrada visita fue recogida en una crónica escrita por el reverendo William R. Beach, capellán colonial de la ciudad de Victoria, e ilustrada por John Thomson, fotógrafo de prestigio asentado por aquel entonces en Hong Kong.

 

Años más tarde, el propio Thomson publicó una vívida descripción del acontecimiento:

 

[...] pocos de los que estaban presentes cuando desembarcó el duque olvidan la escena que se vivía en el puerto. Embarcaciones de todos los países competían con el esplendor de sus decoraciones; largas filas de barcos mercantes resguardaban la entrada al muelle; y sobre miles de embarcaciones nativas adornadas con banderas y retazos de tela llamativos aparecían las oscuras multitudes de la población flotante, aglomeradas sobre las cubiertas o cogidas de las jarcias de sus barcos. Los muelles y sus escalones también estaban cubiertos de un mar de rostros amarillos, todos deseosos de ver al gran príncipe inglés. Tampoco puedo olvidar el arrepentimiento que expresaron algunos cuando vieron que, después de todo, sólo era un hombre, vestido con el sencillo uniforme de un capitán; sin exhibir púrpura o lino fino y ninguno de los emblemas místicos que usa la realeza para proteger su dignidad. Sin duda, un ser muy diferente a los hijos del gran emperador, quien es hermano del Sol y pariente de la Luna, cuyos radiantes rasgos ningún mortal común puede ver y seguir con vida.

 

John Thomson, de origen escocés, llevaba ya un año residiendo en la isla cuando recibió el encargo de fotografiar la visita del Príncipe. Su firma se había convertido en una de las más reputadas de una escena otrora dominada por el americano Milton M. Miller.

 

La sorprendente notoriedad de Thomson en Hong Kong, rápidamente adquirida, contaba con antecedentes: no era la primera vez que el fotógrafo culminaba con éxito una aventura. Años atrás, siendo aún muy joven, Thomson partió de su ciudad natal para reunirse con un hermano en Singapur. Estableció su primer estudio fotográfico, y desde allí se embarcó en numerosos y arriesgados viajes por el sureste asiático.

 

Con una cámara de madera, adaptada al clima tropical, fotografió lugares recónditos, siendo su mayor hazaña la expedición a través de la jungla camboyana hasta la antigua ciudad de Angkor, y el registro fotográfico de sus ruinas. Logró también retratar a la población local, sin distinciones: para él posaron reyes y campesinos.

 

John Thomson siempre manifestó un interés casi periodístico, y desde luego adelantado a su tiempo, por el registro documental de sus viajes. Para ello se sirvió de la fotografía, técnica en la que se había iniciado a mediados de siglo y que dominaba a la perfección, pero también recurrió a la palabra escrita. Todos sus periplos quedaron reflejados en libros de viajes ilustrados -publicó hasta siete volúmenes entre 1867 y 1898- que suponen una de las fuentes más prolíficas de la escena fotográfica oriental.

 

Thomson fue un observador inquieto, y un escritor capaz. En sus libros, demostró poseer un espíritu cultivado, afín a la descripción objetiva y científica. Su visión de los paisajes, las gentes y las costumbres de sociedades entonces tan distantes se apoyaba menos en el prejuicio que en el afán de conocimiento y comprensión. Sin duda, no faltan en sus textos aproximaciones algo ingenuas a determinados temas, ni florituras propias de la literatura de su época, pero su legado es, a la postre, excepcional.

 

Cabe precisar que la fotografía comercial no se consideraba entonces una profesión especialmente honorable, y que muchos de los fotógrafos establecidos en las colonias se dedicaban a distribuir imágenes estereotipadas, adaptadas a la curiosidad y el gusto por lo exótico de la burguesía occidental. Thomson fue, no obstante, uno de los pocos fotógrafos destacados en Asia de formación universitaria, y logró diversas distinciones, no tanto por sus aportaciones a la fotografía como por sus aportaciones a la geografía y la etnografía gracias al medio fotográfico. En 1861, fue nombrado miembro de la Royal Scottish Society of Arts, una institución consagrada al desarrollo tecnológico y científico. En 1867, recién llegado a Londres tras su viaje surasiático, impartió una serie de conferencias que le hicieron merecedor del ingreso en la Royal Geographical Society. Al final de su carrera, y tras la profusa labor editorial que ya hemos mencionado, fue nombrado instructor de fotografía en esta misma institución. John Thomson fue por tanto un fotógrafo ilustrado, un caso poco común en la escena colonial victoriana.

 

Desde su llegada a Hong Kong en 1868 hasta 1872, John Thomson viajó a lo largo y ancho de China, dentro de las posibilidades entonces brindadas al viajero.

 

Remontando el río de las Perlas, visitó Cantón y sus inmediaciones. Navegó hasta la isla de Formosa (actual Taiwán) y regresó al interior deteniéndose en pequeñas poblaciones hasta entonces desconocidas de la provincia de Guangdong. Más al norte, visitó Amoy, Shangai, Ningpo y Nanjing. Remontó el río Yangtze hasta lugares remotos que no habían sido jamás reflejados por una cámara. Tras detenerse en Pekín, Thomson culminó su viaje ante la Gran Muralla. Había recorrido más de 8.000 kilómetros en cinco años, a pie o en barco, a veces con la única compañía de su perro.

 

Este viaje fue recogido en lo que podemos considerar la obra magna de John Thomson: cuatro volúmenes publicados en Londres en 1873 bajo el título Illustrations of China and its people. A series of two hundred photographs with letterpress descriptive of the places and people represented. La interesante introducción de este enciclopédico libro de viajes nos demuestra hasta qué punto era consciente Thomson de las posibilidades documentales y divulgativas del medio fotográfico:

 

El propósito del siguiente trabajo es presentar una serie de fotografías de China y su gente, que transmita una fiel impresión del país que recorrí, así como las artes, costumbres y modales que prevalecen en las diversas provincias del Imperio. Con este propósito hice que la cámara fuera mi constante compañera de viaje y a ella le debo la fiel reproducción de los lugares que visité y de las diferentes razas con las que me encontré [...].

 

Intentar hacer un libro de viajes con fotografías es un experimento nuevo, algunas están deterioradas desde hace años y son muy difíciles de reproducir. Sin embargo, el arte ha avanzado tanto hoy en día, que se pueden reproducir las copias con facilidad e imprimirlas con los mismos materiales, como en el caso de los grabados en madera. Me siento bastante animado ante el éxito de esta tarea y espero ver que el proceso que he aplicado lo adopten otros viajeros; la fidelidad de estas fotografías son la aproximación más cercana que se le puede dar al lector para que realmente se ubique delante de la escena que se representa.

 

John Thomson no sólo nos habló de los aspectos trascendentes de su viaje. Cualquier anécdota o detalle singular fueron reflejados en sus escritos, que en ocasiones

 

nos dan cuenta del abismo existente a finales del XIX entre Oriente y Occidente. En su introducción, nos refiere las numerosas dificultades que debió afrontar como fotógrafo extranjero en un país todavía receloso y anclado en el pasado:

 

Aquellos familiarizados con los chinos y sus arraigadas supersticiones sabrán que llevar a cabo mi tarea suponía dificultades y peligro. En algunos lugares, la mayoría nunca había visto a un extraño de piel blanca; y los literatos o las clases educadas han fomentado la idea de que hay que rehuir cautelosamente a cualquier espíritu demoníaco, pero el que debe evitarse más estrictamente es el «Fan Qui» o «demonio extranjero». Éste adopta la forma humana, aparece sólo para promover sus propios intereses y le suele deber el éxito de sus empresas a un poder ocular, que le permite descubrir los tesoros ocultos del cielo y la tierra. De este modo, con frecuencia tuve la reputación de ser un geomántico, mi cámara era un instrumento misterioso y oscuro, que en combinación con mi alcance de vista natural, o sobrenatural, me daba el poder de ver a través de las piedras y montañas, de perforar el alma de los nativos y producir milagrosas fotografías gracias a alguna magia negra que, a la vez, le robaba al sujeto fotografiado mucho del principio de vida al punto de estar convencidos de que morirían en un periodo muy corto de años.

 

Illustrations of China and its People nos permite descubrir una civilización desde el punto de vista del explorador pionero, del victoriano atónito, del etnógrafo escrupuloso, del aventurero intrépido o del colono, pero no resulta fascinante sólo por ese motivo, sino porque refleja de primera mano dos orígenes: el origen de la fotografía en un continente y el origen de una nueva era en el seno de una cultura ancestral. Tal vez no sea casualidad que una cita del Paraíso Perdido de John Milton dé comienzo al libro:

 

De Sericana, donde el chino a vela y viento

 

Su carreta lleva, hecha de bambú ligero.

 

De hecho, ¿quién sabe si no fue precisamente la fotografía o, más bien, la transmisión de los valores iconófilos de Occidente, lo que determinó el fin de un Imperio, la pérdida del Paraíso...?

 

La presente publicación, planteada también a modo de libro de viajes, recupera una serie de textos de Illustrations of China and its People y reúne fotografías tanto del propio Thomson como de otros compañeros de profesión activos en China en la segunda mitad del siglo XIX.


Imágenes de la Exposición
Sheying. Sombras de China 1850-1900

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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