El realismo sacado a superficie del lienzo o de la tabla, como lo hace Sergio Bosque, no parece que pueda dar más de sí. La realidad está en tensión definidora, minuciosa de perfeccionamiento formal y como agresiva de verosimilitud. Nada escapa a su mirada inquisitiva, implacable, de observación que se fija luego en el lienzo con evidente maestría. Estamos así ante una realidad consumada. Pero en esta consumación hay algo más que habilidad en el dominio de la imagen, hay un tratamiento 'Caravaggesco' de la luz y la sombra que se impone incluso a la maestría del dibujo, y se lleva su caligrafía de precisión al misterio más hondo de la pintura.