Descripción de la Exposición
Interior, paisaje
Transito las obras de Belén Rodríguez como quien da un paseo por un bosque, por el monte. Respiro los colores, acaricio las cortezas, paladeo los frutos, me acompaso con el crujir y dejo que los pies se hundan en el manto mullido y espeso en el que se desdibujan los límites de la finitud entre una, el suelo y el subsuelo. Intuyo su bosque, ese que la atraviesa, más verde, más húmedo y frondoso: una lluvia fina como aliento que estalla y trama el lienzo en su cálida crudeza. Hilo, recorte, puntada, doblez. Aquí se nos invita a mirar desde el interior y a través, se deja que el paisaje decida si se nos cuela en el cuerpo, así como el nogal decide cuándo ofrecernos su nuez. Un paisaje que nos ocupa el espacio, las rutinas y los aleteos de unos ojos que, entre cansados y vibrantes, siguen buscando el reposo, la obsesión inspiradora y abundante atrapada por el vidrio que lo enmarca.
Hacedora serena y firme, Belén guarda una capacidad innata para jugar y urdir con materiales familiares, algunos que conoce bien y otros que le son cercanos, y lo concilia con una destreza manual indisociable de la infancia y en compañía de ella. La escritura ante sus piezas me lleva a un lugar tranquilo, al corazón de una exposición que se ordena como una casa, la suya propia, con sus hábitos y enseres, su palpitación y temperatura, su luz y la ausencia de ella. La casa familiar no se oculta o relega, sino que se pone en el centro de la vida y se le devuelve con ello la dignidad que le corresponde. De la casa, como de la naturaleza, procedemos, pertenecemos a ella, y es la que sostiene el mundo: el adentro y el afuera, el anverso y el envés. Es la casa un terreno fértil para la imaginación, la invención y el juego: desde ella, la niña y el niño son capaces de viajar a casi cualquier lugar, a menudo en compañía de los elementos más mundanos que alcanzan a recolectar. La sencillez aquí contiene la complejidad.
Habitar esa sencillez resulta tarea compleja en el mundo que nos toca, de ahí la necesidad de una práctica artística que se maneja con soltura entre la contención material y el goce dichoso, la austeridad mesurada, una delicadeza plástica que diría extrema y una atrevida firmeza. La fantasía, urdida en un estallido de precisas partículas y troquelados, no está reñida con una sensación vívida de haber estado aquí antes, quizá porque lo que aquí se libra es la vida misma que pulsa sin descanso: una vida acompasada con los ritmos y sentires de otras, con su tiempo y su entorno, y que merece, por tanto, ser vivida con entrega. En tiempos de colapso como los presentes, Belén se anima con un optimismo crítico, necesario, y procura cierta sensación de «estar bien», de llevar las cosas a una escala más manejable para nuestros fatigados cuerpos. Y lo hace discreta, sin generar demasiado ruido, como quien expulsa un murmullo que ha de sintonizarse con la vibración del mundo. En esa no espectacularización reside su compromiso, así como en la urgencia de aferrarse hoy en día a aquello que es valioso y efímero, a las pequeñas vicisitudes y alegrías cotidianas, a la verdadera abundancia que brota del saber corporal y del tiempo compartido.
Es lo suyo una declaración de amor y gratitud hacia un territorio obligado a una readaptación constante y hacia los elementos, vivos e inertes, que la acompañan en su devenir cotidiano. A Belén se le ha metido un paisaje dentro porque así lo ha querido el paisaje. Y ella, consciente, lo abraza, lo recibe, se entrega a la fugacidad y a la belleza de su absoluto presente. Con esta exposición, su segunda individual en la galería Alarcón Criado, nos comparte un pedazo de su casa, que es su forma de estar en el mundo: un espacio y un tiempo que no son conclusos, sino abiertos a las posibilidades imprevistas que ofrece un juego infantil de piezas sueltas y a las innumerables historias que se despiertan al abrigo de un fuego, de una mesa. Estamos sentadas, fuera ya empieza a caer el sol y la humedad se dispone a calarlo todo, las hojas y los huesos: no estamos solas, últimamente nunca lo estamos, dependerá de nosotras hasta dónde nos dejamos permear por este aquí y ahora intensivos que son ya el mañana.
Beatriz Alonso
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Belén Rodríguez (Valladolid, 1981) trabaja actualmente en un proyecto con la beca de la Fundación Marcelino Botín y su obra puede contemplarse en la Glyptoteca de Copenhague y en el Espacio 23 en Miami durante el transcurso de esta exposición En 2023 ha inaugurado la exposición individual “Sal metálica” en el Museo Patio Herreriano de Valladolid y la exposición colectiva “¡Doblad mis amores!” comisariada por Chus Martínez en Collegium, Arévalo. Su obra ha formado parte de exposiciones en instituciones y museos como TBA21, CA2M, Tabacalera, Matadero y La Casa Encendida en Madrid, Can Felipa, Fabra i Coats y Caixaforum en Barcelona, CCA Kunsthalle y Casal Solleric en Mallorca, Korea Kulturhaus y das weisse Haus, en Viena, Mogosoaia Cultural Center en Bucarest, Yokohama Creative City Center en Yokohama entre otros. Y su obra está presente en colecciones como IVAM, Unicaja, DKW, Jorge Perez Miami, MAMBO Bogotá, entre otras.
Exposición. 31 oct de 2024 - 09 feb de 2025 / Artium - Centro Museo Vasco de Arte Contemporáneo / Vitoria-Gasteiz, Álava, España